En el Día de la Madre, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, habla de su familia y del vínculo con su hija Laura, asesinada durante la dictadura : «Yo era su mamá, pero ella también me mostró el mundo a mí y me educó».
Dicen que ser madre es emprender un camino absolutamente desconocido. Es obtener un ticket de ida hacia un lugar inesperado, desconcertante. En ese lugar, cuentan, yacen las más grandiosas beleidades, pero también las espinas más crueles e incurables. Cuando Estela de Carlotto conoció a Laura, su primera y celebradísima hija, supo que su mayor sueño se había hecho realidad. No sabía entonces, ningún padre quiere saberlo, que todo sueño tiene una probable contracara, una posibilidad de que todo eso que no se quiere ni soñar suceda. No sabía, entonces, que el vía crucis al que la arrojaría el destino de Laura, terminaría por transmutarla a ella misma, por convertirla en otra persona, por darle un nuevo sentido aún más profundo a su vida. Porque Estela no sólo tuvo el valor de sostener a su hija durante sus primeras bocanadas de aire, también tuvo el valor de aceptar la finitud de su descendencia mirando sus restos en un cajón, varios años después de su muerte. Y, sobre todo, tuvo el valor de hacer algo con todo eso: con la alegría, con el dolor, con la muerte y con la vida.
Madre e hija se enseñaron mutuamente, todo el tiempo, aun más allá de las barreras físicas que les impuso el mundo, a través de los significados que juntas supieron crear, y a través de las lecciones que intercambiaron en el breve espacio vital que compartieron. Hoy, a casi 34 años de la última vez que la vio con vida, y en el Día de la Madre, Estela reflexiona con 7 DÍAS sobre lo que significó para ella ser mamá, sobre cómo aprendió a potenciarse a través del dolor y cómo encontró en el horror un nuevo modo de echar luz a un mundo que bien podría haberse oscurecido para siempre, sino fuera por ese fulgor que jura, no sabía que tenía hasta que Laura lo encendió.
-¿La maternidad es un instinto?
– La maternidad está en la naturaleza de la mujer, pero hay también una disposición a profundizar en ese amor, en el cuidado de ese ser que se sintió latir, mover, el que nos hizo sufrir y nos hizo llorar pero también el que nos dio una alegría hermosa cuando lo vimos. A mí, ser mamá a los 24 años, me cambió la vida completamente, mis lágrimas fueron de felicidad, pero también de responsabilidad por esa vida en mis manos. Me cambió todo.
-¿Qué cosas sintió que no volvieron a ser las mismas?
– Yo tenía miedos ridículos de niña: miedo a la oscuridad, los fantasmas, los espíritus, miedos infantiles. Cuando nació Laura, que fue mi primera hija, yo perdí todos los miedos, porque me sentí madre y eso me hacía enfrentarme a cualquier cosa, me daba poder. Recuerdo el viaje de vuelta desde mi trabajo hasta la casa de mi mamá, que me cuidaba a los chicos, esas cinco cuadras que mediaban desde que me bajaba del trole hasta su casa eran desesperantes: quería saber si estaban bien, si habían comido. Y después recién me volvía el alma al cuerpo.
-¿Siempre había querido ser madre?
– Con mi marido en el noviazgo hablábamos sobre tener hijos y soñábamos despiertos con tener una hija y llamarla Laura por una película muy linda que había en esa época y se llamaba así. Era un sueño tan fuerte que cuando llegó, ¡había llegado Laura! Estuve un largo tiempo sin poder volver a ver esa película; después pude pero no es algo que haga a menudo. Yo masoquismo, no.
-¿Cómo hace para no atormentarse con los recuerdos?
– Yo trato de mantenerme con la mente sana y dispuesta para cosas nuevas y positivas y cuando veo, porque como ser humano me pasa, que entro en melancolía, que es cuando estoy sin hacer nada, trato de encontrar enseguida un resorte mental, para frenar los pensamientos tristes y recuerdos dolorosos.
-¿Cuales son sus recursos?
– Tengo uno: cierro el pensamiento. Yo tendría que llorar todo el día, todos los días, extrañándola a Laura. A veces me viene eso de cómo la habrán tratado, qué torturas habrá sufrido, como habrá vivido ahí adentro, como habrá sido su muerte, si se dio cuenta de que la mataban, toda esa cosa que es siniestra, que es terrible, que existió, entonces, yo cambio inmediatamente, como si fuera una película, cambio de canal, paso a otra cosa y siempre lo logro.
-Mucha gente jamás logra superar el dolor. ¿Como aprendió a hacer eso?
– Cuando yo estaba buscando a mi marido, primero, y después a Laura, y era directora de una escuela, yo llegaba a la puerta de la escuela y tenía que dejar todo eso atrás, cerrar lo que estaba viviendo. Yo me arreglaba, me vestía linda y llegaba mentalizada de que tenía que preparar a los chicos, preparar programas, ver las excursiones, los festivales, las despedidas, todo eso. Eso era muy importante para ellos y yo tenía que hacerlo. Lo mismo con problemas económicos. Si no había mucha plata, yo simplemente hacía una comida sencilla y lo resolvía con lo que tenía, nunca fui de comentarle al resto de la familia, siempre fui más de focalizarme en solucionar.
-¿En algún momento todo lo que pasó con Laura la hizo olvidar de que era madre de otros tres hijos?
– No, porque tenía que estar atenta para que no les pasara lo mismo. A la noche me los llevaba a dormir a la casa de un familiar, pero durante el día iba a mi casa y abría las ventanas y hacía como si nada pasara. Era una vida visible para un lado, invisible para otro. Lo que sí me pasa ahora es que yo tengo trece nietos y el número catorce es Guido. Y si yo me dedico más a Guido que a los otros nietos, armé mi vida en pos de encontrarlo. Mis nietos ahora lo comprenden y entienden a esta abuela ausente.
-Después de tantos años de trabajo de investigación sin encontrar a Guido. ¿Alguna vez recurrió, por ejemplo, a videntes o personas que pudieran darle una pista?
– Muchas abuelas fueron y ninguna tuvo ningún éxito. Algunas, además, quedaron algo mal psicológicamente, es difícil mantenerse equilibrado en estas situaciones y eso puede ser un disparador de fantasmas y fantasías. Yo no creo en eso. Lo que viene vendrá y no hay nada que lo vaya a modificar. Mejor dicho, sí hay algo que puede modificar el destino, y es uno. Una vez fui pero no por eso. Fui porque el más chico de mis hijos, Remo, tenía que hacer la conscripción y yo no quería que la hiciera, tenía miedo, dije: «éste es Carlotto, me lo matan de un balazo perdido o lo tienen ahí de rehén, estaqueado». Y en esa desesperación, hice una promesa: fui a Luján y fui también a una mujer en Berisso que me hizo prender velas de colores…¡Y al final la hizo! No zafó. Lo llevaron al sur, de un día para el otro lo perdí de vista y durante veinte días no sabía dónde estaba, y cuando lo supe, llamé al jefe de regimiento y le dije que era un secuestrador. En ese momento yo era conocida y él trató de tranquilizarme, nos invitó a que fuéramos a ver dónde estaba, y mi marido viajó a verlo. Por suerte lo empezaron tratar bien, ahí ya estaban en descenso… Fue antes de Malvinas. Yo vivía con el corazón en la boca.
-¿Que le enseñó ser madre de Laura?
-Y o tenía una vida burguesa, una vida común, la vida de todo el mundo. Si yo seguía así mi vida ahora sería estar con mis hijos, con todos ellos, y con mi marido. Por supuesto, yo preferiría eso, estar con ellos, ser una señora normal que no conozca el dolor que conocí, pero al mismo tiempo, ese dolor me abrió un mundo diferente y marcó mi camino de una manera completamente inesperada. Laura me marcó un camino, me dijo cosas que me marcaron profundamente y que siempre llevo conmigo. La entrega que tuvo con la militancia para mí es inspirador, eso a mí me confía.
-¿Cree que algún día usted y Laura se van a reencontrar?
– A veces, en ciertos momentos, tengo grandes dudas de si todo termina acá o no. A la edad mía ya empiezan los pensamientos de la cercanía, de quién sabe cuándo. Ojalá que yo viva mucho porque tengo muchas ganas de hacer cosas, de reencontrame con Guido, pero cuando llegue mi hora pienso que sí, que puede haber un encuentro. No sé en qué forma, porque nada de esto ya va a existir. Es el misterio de la vida. Trato de no pensarlo. Yo a ella la cuido, aun cuando no la alcanzo, cuando no la veo. Al que le pido y lo molesto es a mi marido
-¿Cómo la cuida a Laura?
– La cuido porque dicen que a las personas que han fallecido no hay que exigirles cosas, no hay que hacerlas sufrir más donde están, para que tengan paz, para que estén en paz. Eso quiero para ella, quiero que tenga paz, por eso no la invoco ni la hago trabajar, por decirlo de alguna manera. Ahora hay algo que es cierto: yo la siento al lado mío, ella está. No lo digo en el sentido medium. Yo siento que está porque las cosas que me dijo, las cosas que yo hablé con ella, las llevo impresas en mi alma, en mi corazón y en mi conducta. ¿Y sabes por qué me acompaña? Por como fue. Yo era su madre, pero ella también me mostró el mundo a mí y me educó. A veces pienso que incluso me conocía más de lo que yo misma me conocía
-¿Por qué piensa eso?
– Mientras estaba en cautiverio ella le dijo a un compañero: «Yo sé que mi mamá va a luchar hasta el último segundo de su vida por mí». Yo no sabía que yo tenía este espíritu de lucha. Yo no me crié politizada, sindicatos no había… No sé cómo ella sabía que yo, en vez de quedarme llorando en un rincón iba a darle, efectivamente, hasta el último segundo de mi vida.
-¿Se imagina su historia sino hubiera sido madre? ¿Si todo esto no hubiese pasado?
– Yo sé que yo no sería indiferente a nada. Yo nunca hubiese dicho «por algo habrá sido». Yo, seguramente, hubiese acompañado a esas madres porque sensibilidad siempre tuve y fui docente de una escuela muy humilde donde yo ya no sabía qué hacer para beneficiar a esos chicos. Hacía muchos sacrificios. Porque cuando fui directora pude buscar muebles en el Consejo Nacional de Educación, pude conseguir zapatillas, pude juntar ropas para mis alumnos. Mi signo es libra, la balanza es la justicia. Es raro, pero mi nombre, Estela, quiere decir lápida y quiere decir luz y yo creo que en mi vida hay de las dos cosas (sonríe). No sé, son pavadas que uno piensa…
-¿Cree que está cumpliendo su misión en el mundo?
– Veo tan natural lo que hago que no puedo pensar en esto como misión. Nunca podría haber hecho otra cosa que luchar por la justicia y la verdad. Y eso es lo que voy a seguir haciendo, simplemente por que en mí no hay ninguna otra cosa que ese deseo.
Fotos: Eugenia Kais y familia Carlotto
– Por Denise Tempone – 7 días