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sábado, noviembre 23, 2024

La Revolución Cubana y Fidel, su Comandante en Jefe

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En abril de 1961 hacía más de dos años que las tropas rebeldes comandadas por Fidel Castro Ruz habían entrado en la ciudad de La Habana, expulsado al dictador Fulgencio Batista y puesto en marcha una Revolución que se proponía construir un país más justo y libre.

Una Revolución que, a ese momento, tenía cierta identidad social-cristiana; no por casualidad tanto su Comandante en Jefe como los demás protagonistas principales: el hermano Raúl, el argentino Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos y Huber Matos, además de pertenecer a sectores de la clase media pudiente, habían estudiado en colegios católicos y estaban todavía influenciados por las enseñanzas de la madre Iglesia.

En esos días de abril se produce la invasión de más de 1.400 cubanos exiliados en Miami, con la ayuda de la CIA norteamericana. Tras varios días de combate, que se dan principalmente en la Playa Girón y que dejan muchos muertos, las fuerzas revolucionarias rechazan a los invasores.

Enseguida Fidel proclama el carácter socialista de la Revolución y comienza a tender lazos con la Unión Soviética, la Madre Patria del comunismo mundial, la que con los años sería su aliada más sólida. Se dispone la expropiación sin indemnización de todas las empresas norteamericanas radicadas en la isla, a lo que el gobierno de los Estados Unidos responde decretando el embargo comercial, es decir la prohibición a los empresarios norteamericanos de venderles o comprarles productos: ese embargo sería luego redefinido como “el bloqueo” por el Gobierno cubano y el progresismo mundial. El Partido Comunista Cubano se funda recién en el año 1965, y comienza el flujo de asesores soviéticos hacia la isla.

Las décadas de 1960 y 1970, y el primer lustro de los 80, habrían de ser el período de mayor ocupación laboral y dedicación del pueblo cubano y también el más fructífero: las políticas implementadas por el Gobierno revolucionario llevaron a bajar drásticamente los índices de mortalidad infantil; se lanzaron planes de viviendas donde el Estado mantenía la propiedad de las mismas; la construcción de escuelas y hospitales y la creación de universidades en el interior del país fueron otro de sus objetivos; el desarrollo del deporte como cuestión de estado que se tradujo en la obtención por parte de sus deportistas de gran cantidad de medallas en las Olimpiadas mundiales.

Pero sin duda el mayor logro conseguido, además de los programas de nutrición infantil, fue el combate contra el analfabetismo al punto de convertir a Cuba en uno de los países más alfabetizados de América Latina, casi al nivel de Argentina, Uruguay y Costa Rica, tres de los países líderes de la región en ese terreno.

La caña de azúcar, de cuya producción se batieron récords en esas dos décadas, le proveyó a Cuba grandes ingresos de divisas, sobre todo porque su comprador principal la Unión Soviética le pagaba por el azúcar precios por arriba de su valor en el mercado mundial, con lo cual la dependencia hacia la gran potencia del este europeo se acentuaba.

Estos logros, recibidos con entusiasmo por la mayoría de los cubanos y, sin duda, valorados por la opinión pública mundial, se contrapesaban con algunas restricciones a la libertad de sus habitantes: un prensa única, la oficial; la prohibición de salir del país; un estado policíaco que se hacía mas duro a medida que las confrontaciones con Estados Unidos –el gran enemigo- se endurecían; un control extremo que ponía la mira sobre aquellos habitantes que –a juicio del Partido- podían resultar potenciales “contrarrevolucionarios”; la discriminación hacia los homosexuales; la censura previa en los libros, que solo podían reproducir el pensamiento y las ideas del PCC; la palabra del Jefe Supremo convertida en la verdad revelada que no debía discutirse, como si fuera la del Papa en la Iglesia Católica; el adoctrinamiento en el marxismo-leninismo, obligatorio y férreo, en las escuelas y universidades. El proyecto colectivo, delineado por el Estado revolucionario, se antepuso al proyecto personal de cada habitante.

Los últimos años de los ochentas marcaron el fracaso rotundo de la experiencia socialista en Europa del Este: si el Socialismo en algún momento había significado para muchos trabajadores del mundo la transición hacia la sociedad de los iguales, la sociedad sin clases soñada por Marx y Engels, el estalinismo –desde adentro mismo del sistema- se había empeñado en demostrarles que eso no era posible. El futuro venturoso de la humanidad quedaba solo en una mera promesa.

La economía soviética y la de sus países satélites caía en picada: la ineficiencia y la corrupción del Estado habría de tener su punto culminante en la explosión de la central nuclear de Chernobyl. Cuando, con Gorvachov, llegó la transparencia y la apertura, ya era demasiado tarde.

Todo esto produjo la disminución de la ayuda de la URSS a su aliada latinoamericana, que debió restringir sus gastos. Como si eso fuera poco, las cosechas de caña de azúcar decrecían notablemente y toda la producción agrícola se estancaba, afectada entre otros motivos por el deterioro de la tierra debido al monocultivo de aquella materia prima. Comenzarían los años duros, durísimos para Cuba, que serían conocidos como “el Período Especial”.

La represión interna, muchas veces inadvertida para los visitantes extranjeros comunes, se incrementó ya que el descontento de la población iba en ascenso. Paradójicamente los represores cargaban las tintas tanto sobre quienes mostraran simpatías por “el Imperio”, el gran enemigo, como sobre quienes fueran críticos del estalinismo como, por ejemplo, los sectores trotskista que soñaban también con la gran revolución mundial de los trabajadores. Cabe recordar que Ramón Mercader, el asesino que por orden de Stalin clavó la pica de alpinismo en la cabeza de León Trotsky, vivió refugiado en Cuba por muchos años bajo la protección del Partido, puesto que en el resto del mundo era un paria. Sorprende que los trotskistas latinoamericanos nunca hayan denunciado esas persecuciones, tal vez por aquél viejo precepto de “no hacerle el juego a la derecha”.

El reacomodamiento y la apertura de la economía cubana luego del “Período especial” trajeron cierto alivio, pero a la larga tendrían sus pros y sus contras.

Por ejemplo el fracaso de la industria del turismo en manos del Estado hizo que se recurriera a los inversores extranjeros, a los que sí conocían el negocio. Los nuevos centros de turismo –todos de primer nivel- se ubicaron en verdaderos paraísos naturales pero lejos de la vista del ciudadano común para evitar la envidia y tal vez el resentimiento de quienes nunca podrían acceder a esos lugares reservados para extranjeros o, quizás, para algunos miembros prominentes del Partido.

Los norteamericanos mantuvieron el embargo comercial pero en compensación Cuba incrementó sus negocios con la Comunidad Económica Europea, incluido el Reino Unido, con Canadá y Japón. Los nuevos negocios crearon también un sector de trabajadores diferenciados de los demás, que por tener acceso más fácil al dólar a través de las propinas o de pequeños emprendimientos privados, podían comprar bienes vedados a los otros ciudadanos. Por otra parte, desde Estados Unidos los exiliados enviaban a sus familiares en la isla remesas anuales de dólares como ayuda, lo que inevitablemente produjo también un sector de habitantes más pudiente.

Entre los muchos pobres que hoy pueden verse en Cuba la mayoría pertenece a la comunidad afrodescendiente aún cuando esta representa no más del 15% de la población. El desempleo es enorme lo mismo que el déficit de viviendas.

Oficialmente el turismo sexual fue erradicado por la Revolución en el mismo año de su llegada: hasta ese momento Cuba había sido el prostíbulo de los ricos estadounidenses. Pero hoy se ven muchachas y varones jóvenes, que se acercan con sigilo al turista y le ofrecen sus servicios sexuales a cambio de algunos billetes de la odiada moneda yanki.

El Gobierno cubano que, siempre bajo la tutela de su Jefe máximo, envía maestros a lugares distantes de Bolivia y de Nicaragua para enseñar a leer y escribir a los habitantes más humildes de esos países, es el mismo que apaña y sostiene al dictador de Angola José Eduardo dos Santos -cuya fortuna personal es de varios miles de millones en dólares robados al Estado- mientras sus pobladores viven y mueren en la miseria.

El Gobierno cubano que es capaz de enviar grandes contingentes de médicos a lugares inhóspitos del África a combatir el flagelo del Ébola a riesgo de sus propias vidas, es el mismo que mantienen relaciones amistosas y de complicidad con la tiranía sanguinaria de Corea del Norte, donde el cargo de presidente se hereda de padre a hijo y quién lo detenta puede mandar a fusilar a un disidente con solo bajarle el pulgar como los emperadores romanos.

La muerte de Fidel, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana durante más de cincuenta años, ha dado lugar a discusiones apasionadas entre quienes lo idolatraban y quienes lo odiaban sin atenuantes; los debates políticos-ideológicos han resurgido. Está ocurriendo, en este momento, en la mayoría de los países del mundo, menos en la propia Cuba donde el disenso está prohibido.

– Por Oscar A. González (El Tala)

NdR: El autor de la nota visitó La Habana en noviembre de 2014, caminó sus calles durante diez días y tuvo el placer de conversar con la gente común de esa hermosa ciudad.

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