Lucrecia Martel es recurrente sobre los hospitales porque habla de una sociedad enferma; sobre las piscinas por la necesidad de recuperar el placer de nadar en aguas claras, de mostrar la servidumbre denunciando que la esclavitud no fue abolida
– Por Alejandro Ahuerma
Quizás para un fotógrafo lo importante sea el relato gráfico de una película y quizás también esté vedado hacer alguna crítica seria a la misma.
Por lo tanto esto pretende ser una mera opinión sobre el exquisito film de Lucrecia Martel, que por lo contrario que escuché en diversas críticas, como la publicada en Salta 21 por el cineasta Ignacio Wilde, pienso no solo que tiene un argumento tan simple como universal, sino que posee la capacidad de relatarlo gráfica, sonora y sensitivamente con una maestría de una directora que no pareciera estar filmando recién su tercer película.
La mujer sin cabeza, su argumento relata y desnuda una trama social enferma donde los que vivimos inmersos en ella, no divisamos, quizás Lucrecia tiene la ventaja no solo de manejar un lenguaje exquisito donde saca lo mejor del susurro, de los segundos planos, de lo no dicho y de lo no explícito, sino que además aprovecha esa perspectiva que da el haberse ido, el haber tomado distancia y a la vez conciencia de dónde se estaba sumergido, como quien se echó a andar por mares desconocidos y bravíos como el de la creación, y ahora que aprendió a nadar, al mirar hacia atrás se da cuenta que de niña se nadaba en la cloaca de una sociedad sin cabeza, donde la hipocresía, la falsa devoción religiosa y el desamor son los valores que reinan.
Quizás por eso es tan recurrente sobre los hospitales,(habla de una sociedad enferma), sobre las piscinas, (habla sobre la necesidad de recuperar el placer de nadar en aguas claras, de volver a la placenta quizás dirán los psicoanalistas) de mostrar la servidumbre denunciando una vez más, como dice el filósofo tucumano Samuel Schkolnick, que la esclavitud aún no ha sido abolida)
Por otra parte y para terminar, debo decir que cuando me levanté de la butaca mientras subían los créditos y sonaba de fondo una cumbia norteña, tuve la sensación que la película había durado unos 20 minutos o media hora como máximo. Y me dije que esta mina estaba loca para haber logrado burlarse del tiempo, realizando un relato dificilísimo en un casi permanente segundo plano desenfocado y lleno de rumores, con un primer plano de la Vero, durante toda la película sin que te canse.
A aquellos que calificaron de película densa a La mujer sin cabeza, solo cabe decirles que la próxima vez directamente se ahorren plata y comentarios y se busquen una «peli pochoclera» como la de la propaganda de la comunidad «inmóvil-estar».
– Esta nota fue enviada a Salta 21 como un comentario al artículo de Ignacio Wilde «La mujer descabezada»: http://www.salta21.com/spip.php?article1023
La sociedad sin cabeza
Me llena de satisfacción que la imprescincible película de Lucrecia, haya inspirado las diversas notas que se han publicado en este sitio, y hay que decirlo, en este sitio como en ningún otro medio salteño.
Sabemos que los productos artísticos no tienen propiedades intrínsecas que de modo natural y rotundo los presenten como tales. Ver una película, un cuadro, una obra de teatro, una fotografía, implica hacer una construcción. De modo que la devolución de esa experiencia artística tendrá que ver con nuestras habilidades, experiencias, limitaciones, traumas y fundamentalente intereses.
Lucrecia ha logrado una mixtura entre lo bello de la imagen y lo terrible de la historia, con una sutileza conmovedora. Las significaciones se multiplican, se florecen, diluvian. Y claro! para los sedientos de esas sustancias, el film ha sido breve.
A veces buscamos chispas y no nos damos cuenta de que estamos en medio del volcán.