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domingo, noviembre 24, 2024

Las miserias de la pantalla

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Tiene 77 años y la miseria la empujó a la calle. Desde hace seis “trabaja” en una parada de Constitución. El programa de Chiche Gelblung en Canal 13 mostró su testimonio, grabado sin el consentimiento de la mujer, a la que le dijeron que la cámara estaba apagada. Ahora está internada en una unidad coronaria

– Por Mariana Carabajal – 16 de agosto de 2009 – Página 12

“Es una sinvergüenza. Me gustaría encontrarla y decirle que es una sinvergüenza, que hizo una nota que la robó y que me causó mucho daño”, dice Lucía, la mujer de 77 años en situación de prostitución que denunció que una notera del programa 70.20.10, que conduce Chiche Gelblung por Canal 13, grabó su testimonio después de decirle que la cámara estaba apagada. Con ella quisiera cruzarse para increparle su dolor y su bronca. Pero a pesar del enojo, la voz de Lucía suena dulce, aterciopelada como la de una abuela. Lucía siente rabia y se lamenta por las repercusiones que tuvo la difusión de su historia por la pantalla chica. Dice que la afectó enormemente en su “trabajo” en el barrio de Constitución, donde tiene su parada desde hace alrededor de seis años, y también en su salud, que ya estaba un poco averiada: después de que saliera al aire el informe en el que apareció de rostro y cuerpo entero, sin que por lo menos le borronearan las facciones, quedó internada en la Unidad Coronaria del Hospital Ramos Mejía, adonde todavía permanece con un problema cardíaco.

El episodio fue revelado por Página/12 en una columna de esta cronista, a partir de la denuncia de una monja, Olga Copite, de la Congregación de Hermanas Oblatas del Santísimo, que junto con otras religiosas y también laicas recorren las calles de Constitución para acompañar a las mujeres que se ven obligadas a ganarse la vida como Lucía. Olga conoce a Lucía desde hace varios años. Y por estas horas, la visita con frecuencia en el hospital.

El hecho generó un debate al interior de distintos ámbitos periodísticos, entre ellos el Foro de Periodismo Argentino (Fopea), que conforman más de 270 socios, entre ellos, Magdalena Ruiz Guiñazú, Daniel Santoro (del diario Clarín), María Seoane (flamante directora de Radio Nacional), y Edgardo Esteban (corresponsal de Telesur). Fopea emitió esta semana un comunicado en el que repudió la utilización de la cámara oculta para arrancar el testimonio de Lucía. “Resulta evidente que, teniendo en cuenta la vulnerabilidad en la que se encontraba la víctima, la cámara oculta del programa 70.20.10 arrasó con el derecho a la intimidad de la persona que apareció en el informe citado. El Código de Etica de Fopea, como muchos otros en el mundo, promueve el ‘tratamiento honesto de la información’, y en este caso ni siquiera se tuvo en cuenta que la víctima, de avanzada edad, podría ver afectada su salud al hacerse público un testimonio que ella intentó mantener en reserva en todo momento”, señala el comunicado de la entidad (ver aparte).

También cuestionaron el accionar del programa integrantes de Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación no Sexista (PAR), la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar–Nacional), Elena Reynaga, y la presidenta del Inadi, María José Lubertino (ver aparte). Página/12 se comunicó con la producción del programa de Gelblung, pero desde allí se aclaró que no harían declaraciones.

Intimidad robada

“Después que salí en el programa me puse nerviosa, me agité. Ahora el médico me dijo que no puedo caminar más que una cuadra”, se lamenta Lucía, en el hall de entrada a la Unidad Coronaria del Ramos Mejía. Hasta hace unos minutos estaba acostada en una de las camas de la habitación colectiva del hospital que comparte con otras mujeres, la mayoría afectadas por el mal de Chagas. En el hall hay algunas sillas y se puede conversar con más tranquilidad, sin miradas curiosas.

Lucía está en camisón celeste, con tres botoncitos y alguna puntilla, de mangas largas y cuello cerrado. Calza pantuflas blancas. Sobre los hombros se acomodó un pulóver verde, tejido a mano, por si corre aire fresco. Por suerte, la tarde está cálida y no hace tanto frío.

Es difícil imaginar a Lucía “trabajando” en Constitución: tiene el aspecto de una abuela de Barrio Norte o Recoleta. No hay dudas de que tuvo en el pasado un buen pasar. Los cabellos claros, teñidos para ocultar las canas, los tiene prolijamente peinados hacia atrás con una vincha. Sus manos están cuidadas, y el rostro, sin maquillar, resplandece, a pesar de que lleva dos semanas de internación. Lucía aparenta bastantes menos años de los que tiene. Los ojos son claros, la piel también, muy blanca. Cuenta que es viuda desde hace unos treinta años, que su marido era un industrial y que ella tuvo una vida acomodada. “Me daba con cada gente que vos no sabés –se da corte, y sonríe con picardía–. Pero el corralito me aplastó. Perdí todo después del corralito”, dice. Entre sus pérdidas enumera un departamento propio, que tenía hipotecado y cuyo crédito no pudo pagar más. “Llegó un momento en que no tenía ni un peso para tomar un colectivo”, agrega.

Cuenta que vivió con su hija un tiempo pero que la relación entre ambas, que ya no era buena, se fue deteriorando y se terminó yendo de la casa. A la calle. “Estuve en la calle, uno o dos días pasé hambre, veía un café con leche y se me iban los ojos. Entonces, agarré para la iglesia de Lima y Constitución. Desde la oficina donde antes trabajaba veía siempre la punta de la iglesia. Tenía hambre, estaba con lo puesto”, el relato de Lucía se corta. Las palabras se le apagan con la congoja y el llanto. El recuerdo de aquel día la quiebra. “Y ahí llegué”, dice tragando lágrimas. Olga, la hermana de la Congregación de las Oblatas, le acaricia el hombro, le toma una mano, trata de consolarla.

Lucía cobra una pensión no contributiva, pero le queda poco, unos 200 pesos, porque tiene una deuda que está saldando. Vive en una pensión de Constitución, donde alquila una pieza pequeñita con un baño, por la que paga 850 pesos. Y tiene una lista de medicamentos extensa que debe comprar cada mes para sus nanas. Hasta caer internada, todos los días esperaba en su “parada” desde las tres de la tarde la llegada de sus “amigos”. “Quizás el encanto que tengo es que soy educada. Allá (en Constitución) eso vale, al menos para ciertas personas”, dice. Después de su salida en la tele, no apareció más ninguno de sus “amigos”.

Lucía tiene otro hijo, que la llama cada tanto pero que tiene problemas de salud y no puede ayudarla.

El día que la notera la encontró “yo estaba sentadita en mi sitio donde siempre me siento. Entonces, ella me dijo: ‘¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Estás trabajando? Nosotros somos periodistas y queremos hacerte una nota’. Yo le dije: ‘No, por favor, notas no doy’. ‘Pero le vamos a hacer una preguntita nada más sobre Constitución’, me insistió. ‘Yo no voy a dar ninguna nota porque yo tengo familia, no los quiero perjudicar’”, dice Lucía que le dijo a la notera. Incluso, cuenta que le increpó que a ellas, las mujeres en situación de prostitución, suelen escracharlas mostrándolas sin borronearles el rostro, mientras que sí protegen la identidad de personas involucradas en delitos. Lucía dice que la notera le aseguró que la cámara estaba apagada, que siguieron conversando porque ella le creyó que no la filmaba, que así le contó que tenía 77 años, algunos achaques en la salud y otras cuitas.

Al día siguiente de ese encuentro, Lucía les contó a Olga y a otras integrantes de la congregación lo que le había pasado: que sólo había hablado con la cámara apagada. Enorme fue su sorpresa cuando el sábado 11 de julio salió al aire 70.20.10, y en uno de los informes “periodísticos” mostraron su rostro y sus comentarios, sin ningún filtro. En el mismo informe también fueron enfocadas algunas travestis y a ellas sí les borronearon la cara. “Me dio mucha rabia. Me gustaría encontrarla y decirle que es una sinvergüenza, que hizo una nota que la robó”, dice Lucía. “Todo el mundo vio el programa. Si pasaba gente por Constitución y me gritaba: ‘Te vimos en la tele’”, dice, indignada.

El informe con su rostro fue repetido en otros programas de otros canales. “Se han reído a carcajadas de mí”, se entristece. Le duele que mucha gente que la conocía y no sabía de su vida se enterara así por la TV sobre su intimidad, que ella se encuentra en situación de prostitución. “Me da vergüenza ir a ver gente que yo conocía porque ahora deben de saber que yo estoy donde estoy. Y antes nadie lo sabía. Quedé como una basura, como cualquier cosa. Moralmente me han perjudicado. Me han hecho mucho daño. A los ladrones les tapan la cara con la campera, pero a las mujeres, en general, las enfocan bien y las muestran”, se queja. Cuenta que no es la primera vez que las chicas que “trabajan” en Constitución tienen problemas con las cámaras de TV. “Hay periodistas que nos viven persiguiendo a las travestis y a las mujeres. Las chicas no quieren salir en la tele. Hay de todo en Constitución, van mujeres que necesitan ganarse el pan para darles de comer a sus hijos, para comprarles la ropita, mujeres a las que los maridos las han dejado. Las mujeres grandes hacen la de ellas y se van a sus casas. No quieren que las filmen”, dice Lucía.

Después de su aparición televisiva, Lucía casi no tuvo “trabajo”. Sus “amigos” ya no fueron a verla. Hoy está internada.

LOS REPUDIOS A ESA FORMA DE HACER PERIODISMO

“Es un abuso de poder”

“Lo que hicieron con la señora es un abuso de poder. Vi el informe el día que salió al aire sin saber que le habían mentido, y me pareció terrible la exposición a la que había sido sometida. Sentí, como espectadora, que esa mujer no estaba contenida. No era una funcionaria pública que estaba cometiendo un desfalco: era una mujer en una situación extrema, de abandono social”, cuestionó la periodista Silvina Molina, especializada en temas sociales y de género, e integrante de la PAR, Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación no Sexista. Molina, de la revista on line Periodismo Social, fue una de las voces de medios de prensa que criticaron la utilización de una cámara oculta en el programa televisivo 70.20.10, que se emitió por Canal 13 el sábado 11 de julio, que tuvo como eje el testimonio de una mujer de 77 años en situación de prostitución que –según denunció– había pedido que no la filmaran. El Foro de Periodismo Argentino (Fopea), que agrupa a unos 270 socios, debatió el caso y esta semana emitió un comunicado en el que hizo público también su repudio al procedimiento periodístico usado para grabar a la mujer.

“Fopea ha tenido históricamente una mirada crítica hacia la utilización abusiva de cámaras ocultas, y en 2006 plasmó una postura al respecto en su Código de Etica. Sólo en casos excepcionales, y si no hubiera otra opción, quienes integramos el Foro creemos que el registro subrepticio de un testimonio puede ser útil para dar cuenta de una información de interés público, siempre y cuando no se vulneren derechos personales y no se ponga en riesgo la salud, el trabajo o la vida de una fuente. Este extremo, queda claro, se ubica en las antípodas de lo ocurrido en el programa en cuestión”, dice el comunicado de prensa de la entidad que preside el periodista Gabriel Micchi y tiene entre sus miembros a Magdalena Ruiz Guiñazú, María Seoane, Isidoro Gilbert, Daniel Santoro, Edgardo Esteban, María O`Donnell, y Roberto Guareschi.

La psicóloga y periodista de Canal 13 Liliana Hendel, miembro de la Red PAR (que reúne más de cien integrantes) también condenó el uso abusivo de la cámara. Hendel consideró que “si lo que se expuso públicamente trae como consecuencia la pérdida del trabajo, eso es vulnerar el derecho a trabajar. Si produce ruptura de lazos familiares, ya que seres queridos de quien ha sido vulnerada ahora la desprecian, eso es vulnerar el derecho a la salud y a la familia. Si todo eso le pasa a una mujer mayor, en situación de prostitución, sin recursos para defenderse, ni emocionales ni económicos, estamos hablando de una mujer en situación de vulnerabilidad, alguien, a quien la cámara que decía estar apagada y no lo estaba, expone a una situación de riesgo mayor”. Además, Hendel cuestionó que “ninguna de las personas que se dicen periodistas y produjeron y difundieron esa nota se hizo cargo del enorme daño producido en la mujer, abuela, prostituta, y en su familia”.

“Resulta evidente que, teniendo en cuenta la vulnerabilidad en la que se encontraba la víctima, la cámara oculta del programa 70.20.10 arrasó con el derecho a la intimidad de la persona que apareció en el informe citado. El Código de Etica de Fopea, como muchos otros en el mundo, promueve el ‘tratamiento honesto de la información’, y en este caso ni siquiera se tuvo en cuenta que la víctima, de avanzada edad, podría ver afectada su salud al hacerse público un testimonio que ella intentó mantener en reserva en todo momento”, agrega el comunicado de Fopea.

Luis María Otero, periodista de la Red PAR y editor del Boletín de Género de Argentina, también repudió el procedimiento periodístico del programa. “El haber mentido a una anciana, el haberse burlado de una mujer que ejerce la prostitución, el haberla espiado con una cámara escondida, muestra el concepto prostibulario de quienes producen y conducen el programa. Prostibulario desde el prostituidor, que aquí exhibe sus peores lacras: el engaño, el fisgoneo malsano de la sexualidad de las mujeres, el desprecio y la impunidad que le confiere el dinero”, opinó.

Depósito de miserias

– Por Elena Reynaga *

Lo que le hicieron a Lucía nos da mucha bronca y ojalá ella se decida a llevarlos a juicio. Es una total falta de ética, una vulneración de derechos de las personas más pobres. En la televisión existe cada vez más una tendencia a degradar a las mujeres y especialmente a las trabajadoras sexuales. No entiendo qué les causa tanta gracia. Ahora lo hicieron con ella, pero meses atrás fue con una compañera trans, Zulma Lobato. A veces parece que las mujeres avanzamos, pero en la televisión el machismo gana terreno todos los días.

Esto que le hicieron a Lucías, de mostrar su cara ante la televisión, es lo que hacen en todos los procedimientos policiales con nosotras: vienen las cámaras de televisión y nos toman en primer plano. Muchas trabajadoras sexuales no contamos a nuestra familia de qué trabajamos, porque el estigma, los prejuicios y la doble moral en esta sociedad son tan grandes que nos resulta muy doloroso dar el paso de reconocer nuestro trabajo ante nuestros seres más queridos. Nos lleva un tiempo distinto a cada una poder hablarlo con la familia. Hacerle esto a una mujer mayor es violar su derecho a la intimidad.

Y no es casual que a quienes nos toman imágenes sin nuestra autorización es a las trabajadoras sexuales más pobres, a quienes estamos en las esquinas o en saunas precarios en Constitución: reírse y humillar a la clase trabajadora parece que les da placer a ciertos “comunicadores sociales”. Hace poco tiempo, Silvia Süller reconoció que ella ejerce el trabajo sexual y dijo “pero no como ésas de Constitución”. Las compañeras vinieron a la CTA porque querían responderle. Armamos una carta, donde le decíamos que nos da mucha tristeza que nos humille por pobres, porque efectivamente somos pobres y con nuestro trabajo mantenemos a nuestros hijos.

Estamos muy lejos de la sociedad que soñamos, una sociedad justa e igualitaria donde ninguna persona se vea en la necesidad de pararse en una esquina para sobrevivir, sino que pueda elegir de qué quiere trabajar. Pero estamos muy lejos no sólo por la situación económica, estamos muy lejos sobre todo porque cada vez más en lugar de ponerse en nuestros zapatos, vernos como mujeres de carne y hueso con una historia y con derechos, nos ven como depósito de sus propias miserias. Afortunadamente, nosotras estamos organizadas y luchamos por transformar esta realidad.

* Secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR-Nacional).

Medios (hegemónicos) contra la sociedad

– Por Alejandro Kaufman *

Los medios hegemónicos atraviesan en la Argentina una gravosa condición ético-política: han eludido la revisión de las complicidades, responsabilidades y omisiones con que muchos de sus protagonistas empresariales y profesionales actuaron en la dictadura de 1976. En cualquier debate sobre la actualidad de los medios, desde las condiciones estructurales de monopolio hasta la continuidad de liderazgos indemnes desde aquellos años horribles, una y otra vez se verifican las consecuencias que ocasiona una forma de poder intangible e impermeable a las críticas, cuestionamientos o demandas de justicia. Cientos de trabajadores de la prensa son rehenes de un poder monopólico que restringe la oferta laboral a escasas alternativas, y que por este solo hecho adquiere cualidades coactivas sobre los asalariados. El alcance y la sofisticación de las retóricas y estéticas mediáticas ocultan con una eficacia que haría enverdecer de envidia a los tiranos más contumaces su carácter de garantes de hegemonías superiores en consistencia a discursos políticos, religiosos o sociales. El poder mediático oculta su naturaleza detrás de pretensiones de transparencia y verdad exhibidas con procedimientos que subyugan los poros vulnerables de la sensibilidad.

Códigos éticos edulcorados y formulados con negligencia, sin considerar la historia y la memoria recientes, redactados para no herir las susceptibilidades de los medios hegemónicos, al abstenerse de cuestionar legitimidades que no se discuten ni revisan, son inocuos como instrumentos de resistencia o defensa de derechos humanos. La ruindad presente en tantas exhibiciones nauseabundas, reñida con cualquier criterio elemental de convivencia política y social, es descrita con benevolencia, sin ánimo alguno de incidencia decisiva.

Frente a las hegemonías mediáticas, la sociedad civil está indefensa, desprovista de recursos sustanciales de intervención frente a la impunidad con que nuestra telúrica industria del espectáculo ofrece sus productos al mercado. El núcleo de la cuestión no reside solamente en el monopolio. Cuando algunos programadores de medios públicos creen que para comunicar cualquier cosa deben introducir figuras de la farándula o de la industria, refrendan así el triunfo de las retóricas dominantes: ya no importa tanto entonces lo que se dice sino la estrella que lo dice. No es solo la “metodología” de ocultación o manifestación de la cámara aquello que define el asunto. Tampoco podríamos fijar una mera regla de pureza. Pero sí podríamos –tal vez– demandar la restitución de límites que los medios argentinos perdieron hace mucho tiempo.

* Director de la carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA).

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