Cuando el amor no es más que un poema de recitado escolar, no queda más por decir. O sí, queda hablar de la esquizofrénica relación que mantienen los miembros de una familia.
Cerca de la medianoche del jueves 19 de septiembre en la Casa de la Cultura de Salta, se cerraba en escena una historia que sintetiza la tragedia de la familia argentina, no tanto por la ausencia de los padres, sino por esa acostumbrada orfandad producto de carencias afectivas, mezquindades y egoísmos, prejuicios y negaciones, incomunicación y soledad, adicciones y perversiones.
Esta “pintura” postmoderna de la crisis familiar es llevada con altura por seis actores muy bien dirigidos por Jazmín Sequeira. Poblada de silencios y pausas tensas, la puesta se vuelve llamativa y el espacio-casa-living-comedor sufre un corrimiento que cambia la percepción de la situación. Arrinconados en un ángulo y con un elemento que sí ocupa el centro y obstaculiza el paisajismo doméstico, obtenemos una mirada fragmentada de la escena. No se percibe el todo sino las partes. Y esas partes constituyen una unidad, de sentido. Esta visión gestáltica mantiene intacta la experiencia teatral del observador, esta especie de espía que es el espectador y que viene a meterse en una intrincada red de relaciones extrañas entre los miembros de la casa, y que sugieren anomalías, como la presencia de una púber que representa al diferente (Sandra Criolani), una hermana alcohólica que asume el papel de madre (Carolina Cismondi), un tío sepulturero que no puede enterrar a sus padres (Daniel Maffei), un amigo de la casa que juega el papel del “padre” y del “macho” (Adrián Azáceta), un vecino adolescente tildado de negro villa (Martín Suárez) y una inquilina más interesada en recomponer los vínculos que los mismos hermanos (Estefanía Moyano).
Todos ellos son los güérfanos.
La atmósfera cotidiana provoca extrañeza y el universo familiar se torna perverso. Como náufragos del miedo, crean la co-dependencia por la cual lo único que los mantiene juntos es el conflicto, la culpa, el reproche. Son individuos vesiculares que se fagocitan entre sí como mecanismo de defensa y de autoreciclaje.
La adherencia entre unos y otros les impide funcionar correctamente. Aunque un monstruo más grande termina por devorarlos: la televisión.
Ahora todos, no son más que deshechos.
Una obra lograda, bien planteada, con muy buenas actuaciones y una puesta singular.
– Fotos tomadas por Salta 21
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