La revista cultural más importante del país suele dar cabida a salteños destacados con opiniones, entrevistas, reseñas o reportes. En el número 305 de la Ñ Lucas Seghezzo da una vuelta de tuerca al concepto de modernidad líquida de Zygmunt Bauman:
El concepto de modernidad «líquida» de Bauman es una manera muy gráfica y casi poética de describir esta cosa de hoy donde las relaciones sociales aparentan fluir por un cauce que sólo vamos descubriendo al navegarlo y que, a veces, demasiadas, no nos gusta.
Muy gráfico y casi poético el concepto pero, en mi opinión, ya ligeramente obsoleto. La modernidad de hoy parece haber entrado en ebullición y estar pasando de manera irreversible al estado «gaeoso». Los mercados pierden «liquidez» y ofrecen comportamientos «volátiles», las «burbujas» financieras e informáticas se pinchan, las hipotecas se «desinflan».
No es muy líquido que digamos este momento de incertidumbre.
Para peor, el hervor acontece dentro de una enorme olla a presión, una gigantesca autoclave puesta al fuego lento y no tan lento del calentamiento de la astmósfera global, la ambiental y la social.
No creo que el problema sea el «estado de agregación» (sólido, líquido o gaseoso) de la modernidad. Más bien diría que el problema es seguirse aferrando al concepto de modernidad itself. Por mí, ¡Que hierva la modernidad! ¡Que se evapore toda su agua de una buena vez! ¡Que no quede nada! O mejor diicho, casi nada.
Como en los laboratorios, cuando se vaporice todo lo superfluo del balón de destilación lleno de modernidad líquida que es el mundo, va a quedar en el fondo el «residuo sólido», el aceite esencial que siempre estuvo ahí.
Ese residuo es lo único que podrá reciclarse de una modernidad que va de estado en estado sin ton ni son, sin conformarse nunca con nada ni conformar del todo a nadie. Una sustentabilidad política pero también técnica, técnica pero también política, que pueda compatibilizar los aspectos territoriales, temporales y personales de la relación conflictiva y eterna entre naturaleza y cultura.
O sea congeniar las cuestiones locales y globales, reconciliar de una vez pasado, presente y futuro, garantizar libertad y seguridad, y tener en cuenta, por fin, los asuntos relacionados con la identidad, la diversidad cultural y, por qué no, la felicidad personal.
Una sustentabilidad que no sólo sirva para explicar el mundo, como tantas teorías, sino también para cambiarlo.
Queda una gran duda: ¿podremos destilar la modernidad de manera controlada, permitiendo que se evapore lo que nos sobra y que quede lo que siempre nos faltó, o habrá que resignarse a que explote la olla de una vez y salir luego, los que queden, a juntar los restos entre los escombros?