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Luz de invierno en Cuba

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Cine argentino: dos estrenos

– Por Omar Felipe Mauri

[22.04.2008]-Cuba- El habanero

Con el estreno de Cajas y copleros (documental) y el filme Luz de invierno, del realizador Alejandro Arroz, la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) de provincia La Habana hizo cita con el mejor cine argentino, que confirma el vigor creativo de nuestros artistas y la originalidad cultural de Latinoamérica –al decir de Carpentier, nunca agotada en sus mitos y sus aportes.

Participantes en el Festival de Cine Pobre (Gibara, Holguín), Alejandro Arroz y Norberto Ramírez representan un movimiento extendido e indetenible, que al margen de las grandes corporaciones mediáticas, realizan filmes con bajos presupuestos pero altos principios éticos y estéticos. Artistas sin precio ni etiquetas de mercado: el mundo late en ellos en su más honda sustancia humana y los dota de formas nuevas. Están inmersos en su sociedad y su pueblo, y de ellos emana el lenguaje y la intensidad de su arte.

Jujuy, Salta, Humahuaca: el norte argentino, agreste en la tierra y pródigo en culturas, celebra en su carnaval el amor por la Pacha Mama (Tierra) y las milenarias tradiciones incas que ni el exterminio ni el desprecio pudieron borrar. Precisamente, Cajas y copleros atisba en la simbiosis del carnaval andino, su música de tambores autóctonos y las coplas venidas de la hispanidad. Quince días en torno al solsticio de verano (21 de diciembre en el hemisferio sur), rebosan alegría ingenua y sabiduría ancestral. El documental no es simple exposición de la fiesta, sino la denuncia sutil que los mecanismos de destrucción cultural operan contra nuestros pueblos originarios.

En el largometraje Luz de invierno, el realizador Alejandro Arroz engarza tres excelentes relatos del escritor salteño Carlos Hugo Aparicio que reflejan la vida interior de los barrios marginales a través de sus personajes. No hallaremos el ritmo trepidante a que nos acostumbró el cine argentino más conocido aquí: el tempo narrativo fluye lento como la vida provinciana y aún más, como la desesperanza y la grisura de quienes arrastran la miseria y la desilusión.

El sonido, un entramado de ruidos cotidianos y rotundos silencios (rotos por sólo dos instantes musicales), acentúa esa sensación desolada que se propuso el filme. Otro tanto sucede con la fotografía, ejecución magistral que rosa permanentemente el expresionismo y cuya luz subraya la vida de ese segmento social de la Argentina actual. Por su conmoción realista, la fotografía asume el rol de denuncia social.
Pero Luz de invierno se dirige a lo existencial más que al alegato –no sin dejar de estremecer las conciencias ante la injusticia y la desigualdad.

No es un testimonio; pero se adentra en la conciencia como un relámpago; tampoco un estudio psicológico, pero resume la existencialidad como una cadena de hechos cotidianos que proyectan al infinito el destino personal. Vivir al límite es la condición natural de esos personajes sin horizontes. Vivir al límite, desde todo punto de vista, es un reto permanente para el trabajo de los actores que queda perfectamente resuelto en el filme.

Un relojero que busca desesperadamente a un mendigo hasta que termina convirtiéndose en él; la familia que gana de repente un auto de último modelo y lo estaciona frente a su choza: tal parece el fin de su miseria, pero todo se torna un infierno… Más allá, sus vecinos resuelven comprar unos ladrillos para mejorar la casa, y cada noche van desapareciendo misteriosamente.

La embajada de cine salteño honra el talento y la maestría de los “sin recursos”, y es más de agradecer, por demostrarnos, o mejor, impulsarnos, a una riqueza mayor: la inteligencia.

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https://www.salta21.com/spip.php?article9&var_mode=calcul

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