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lunes, mayo 6, 2024

¡Maldita Internet!

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El gran desafío de esta cultura telemática es quebrar el absolutismo de la virtualidad (hasta donde se pueda).

Suena el TE. Y sé que, inexorablemente, es mi tenaz amigo Héctor para reiterar su pedido de compartir un café “fato en casa”. Llega un mensaje de texto y adivino que es el entrañable Luis para insistir con el encuentro de un café céntrico. Víctor, por estas horas, se dio por vencido por conseguir lo mismo (pero también insiste). ¿Se trata de un personaje importante? (o sea Yo), definitivamente no; sólo se relaciona con la época y esta nueva forma de escapar a los encuentros directos. Estos nuevos soportes tecnológicos son extremadamente positivos para la educación, la comunicación o los negocios, pero son muy peligrosos para el aislamiento de los individuos. Nuestras generaciones (pasadas) tienen todo el derecho de asumir esta queja que hirió de muerte nuestras sociales costumbres de los encuentros “cara a cara”.

La relación “cara a cara”

Esta modalidad de relación humana relegada por el absolutismo virtual, implica exponer y ofrecer el rostro. El rostro permite descubrir que el otro es y está aquí; es también el lenguaje/el discurso/la donación y la interpelación directa, un movimiento de presencias recíprocas que se interpelan mutuamente. Levinas dice que el cara a cara es el lugar del compromiso, de la relación y la sociabilidad. Se trata del espacio en que los hombres se demandan mutuamente, se presentan de forma directa, sin artificios y el menos riesgo de engaño. Es el enfrentarse con la propia alteridad del otro.

Con la preeminencia de los correos pre armados, los veteranos perdimos el ejercicio de la oratoria, tanto como el desarrollo de la elocuencia, que nuestros padres practicaban como un verdadero arte y el amplio deleite de la conversación hogareña. Nuestros viejos eran oradores acabados y dominaban el tema como un talento natural. Hoy me despierta la curiosidad de dónde les surgía tal condición y quizá cabe un solo justificativo, aquél que los relacionaba directamente a su afición a la lectura, indudablemente sepultado en los jóvenes. Esto dicho, no como crítica, sino como una condición más de la época. Convengamos, que por esos tiempos se enseñaba como gran utilidad, los cursos de dactilografía, acompañados de clases de oratoria.

Reconozco que desde chico fue casi una misión en mi desarrollo personal. Le quitaba algunas horas a la alelada adolescencia para anotar términos nuevos, que luego me obstinaba en aplicarlos en la conversación corriente con la socarronería de los compañeros del colegio. Mi obsesión era hablar bien y correctamente (suponiendo que por ahí iba a marcar mi identidad), por algo es que el libro de igual nombre de Dale Carnegie, me acompañó hasta avanzada la madurez. Suena nostálgico, pero la pérdida de la palabra es la principal consecuencia de la era telemática y, con ella por supuesto, los anexos referidos a la afectividad y la potencialidad de las emociones.

La hegemonía de la pantalla

Hoy, la Internet centraliza el timón de la comunicación, ya que todos los otros Medios (de una forma u otra) se subordinan a su influencia. Internet no es un fenómeno que esté fuera o por encima de la sociedad, sino que es un fenómeno social, un reflejo de la sociedad, es un fenómeno social total que pone en acción a todas las demás instituciones sociales. Frente a las visiones que limitan Internet al papel de simple instrumento de transmisión de la información y de otras que lo pretenden como una sociedad diferenciada y distanciada de la sociedad real, enfrentamos este nuevo fenómeno como una institución social insertada en el marco de la sociedad contemporánea que lo forjó. Sociedad e Internet, están relacionadas dialécticamente (interactivamente)

Cada vez que se produce un cambio tecnológico y por tanto la modificación de los instrumentos de difusión cultural, se produce una profunda crisis del modelo cultural precedente, crisis que puede ser poco perceptible si no se tiene en consideración que los nuevos instrumentos culturales operan en el contexto de una humanidad profundamente modificada, ya sea por las causas que han provocado la aparición de aquellos instrumentos, o por el uso de los propios instrumentos.

El principio de la nueva era

Sería ridículo (grotesco) resistirse a la nueva sociedad informática, aunque resulte una desventaja para el paradigma del habla/del lenguaje, con las reconocidas pérdidas y empobrecimientos del Lenguaje, y de las modalidades acostumbradas de comunicarnos (anteriores), pero estamos frente al instrumento social que cambió de manera rotunda nuestra vida y absolutamente la vida cotidiana de las generaciones futuras, y hay que garantizar precisamente a las nuevas generaciones la oportunidad de acceder colectivamente y con igualdad de condiciones a esta sociedad de la información. Es necesario que nosotros, los antaño/veteranos, asumamos conscientes que nos enfrentamos a un fenómeno social creado por la sociedad occidental contemporánea, y que su universalización (globalización) es irreversible.

Salta 6/2012

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