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domingo, noviembre 24, 2024

Parque Indoamericano

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(Estamos) condenados por la Tierra yerma, por falta de agua de lágrimas minerales de ojos que invocan en el desierto, al futuro de lo que debió ser pasado, escrito no acaecido, en las voces bienaventuradas que sembraron la libertad con horas enrojecidas.

Benditos porque dudamos, porque fuimos débiles, porque acariciamos los besos que iban naciendo soles, y nos multiplicamos fuertes, agraciados, musicales, persistentes, para comunicar nuestras soledades, nuestras miserias, nuestras dichas tísicas, nuestros universos, esculpiendo derroteros para acercar lo infinito en la palabra menos evidente o próxima, que aguardaba en una esquina de la luna, en el bar del desconsuelo o en la falda de la vida.

Veníamos y llegábamos, invisibles en lo que fuimos, en lo que no tenemos miedo de ser, en lo que somos, para levar, amasar la harina del Tiempo y esperar que se cueza la noche en hostia que se desarmará en las venas, y alimentarán los matices para no ser absolutos ni maldecidos con la Eternidad, que con permanecer en el rocío de los instantes casi es suficiente para no desesperar de lo que ha sido, de lo que nos sostiene y de lo que puede arribar con el cartero de lo posible, que es a veces, una galaxia de alternativas y esperanzas, que se riegan en los signos calcinados de un lenguaje negro y vidente, para los emancipados del abandono, de los trabajos, de los días y de las siluetas del desencanto.

En esa larga marcha, sinuosa, con innumerables obstáculos, con infinitas pruebas de temple, hacemos un alto para oír al ruiseñor del futuro, cargado con los dones del ahora, con los regalos sorprendentes de la belleza. O de la rebelión, que no es lo mismo pero es casi igual.

Allí, en esa pausa de la respiración de los duendes pardos, contestatarios, insurgentes, condenados, dedicamos lo que podemos, a los caídos por la vida, a quienes fueron uno de nosotros. Vivos, anónimos, innumerables, inabarcables y por eso, terrenales y divinos. Muriendo, se escaparon del gris de la despasión y del olvido.

Muriendo, se hicieron las estrellas que orientan apenas, nuestro caminar de peregrinos errantes.

Es que se trata de partir y de andar, de alejarnos de la Prehistoria de la barbarie y de la barbarie para, en el mero transitar, convocar otras luces, vestidos de fiesta, preparados para que la bondad se multiplique como las gotas del océano en la revolución, por la revolución, en su nombre, por su firma clara, difícil.

Y acá estamos…, partiendo, andando, pariendo, construyendo, buscando, con la lluvia a nuestras espaldas (es que “[…] ineludibles son los caminos y ardua la tarea en su viaje” –Apolonio de Rodas, p. 105.

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