Un crítico de arte, que eventualmente gasta las páginas de un matutino centenario, nos asegura con displicencia que Mapplethorpe es un fotógrafo exitoso gracias a los glúteos y penes de raza negra, registrados con amorosa artesanía. Sin embargo, le concede haber sido el primero en incorporarlos al arte occidental.
Asimismo no le perdona el “exceso de testosterona” de sus fotos. En uno de los párrafos se pregunta, con ensayada ingenuidad, por qué la obra de Robert Mapplethorpe le parece obscena a alguna gente, mientras que a otros les resulta tan atractiva. Seguidamente nos informa con suficiencia que va a ensayar una respuesta.
Es posible que cuando terminemos de leer la nota ya hayamos olvidado de su promesa, porque no hay tal respuesta. Tal vez como compensación o como distracción, traiga a colación al dúo Pierre & Giles, para explicar que ellos sin necesidad de agresividad, también trabajan en el andarivel gay.
Luego, para relativizar aún mas la obra de Mapplethorpe, menciona a otro fotógrafo norteamericano: Philip-Lorca diCorcia, alegando que éste ha incursionado en el mundillo conformado por marginales y fracasados, donde… ¡además hay gays que venden su cuerpo! Pero he aquí que en un alarde de perspicacia, también opta por rebajar a diCorcia, incriminándolo como deudor del pintor Edward Hopper.
Pierre & Giles es la antítesis estética de la fotografía de Mapplethorpe. Este dúo de fotógrafo y pintor ha inventado un estilo y una técnica, ya reciclada hasta el hartazgo por los copiones de todas partes del mundo. Con colores saturados y puestas en escena kitsch, afirman, desde hace treinta años, su deleite por la superficialidad. Esas imágenes, que remiten a los candorosos almanaques que regalan las panaderías para fin de año, pretenden llevarnos hacia la extrañeza cada vez menos inquietante de la subcultura gay.
En ellos no existe el refinamiento visual, ni la calidad, ni la contundencia del yanqui. Pierre & Gilles son un producto exitoso de la época, con toda la carga de banalidad que ello acarrea. Mapplethorpe, en cambio, es un esteticista con ganas de molestar, un Annemarie Heinrich provocador.
Muy distinto es Philip-Lorca diCorcia, que vimos en una muestra que se hizo en la Fundación Telefónica hace siete años.
Este fotógrafo de 59 años, que se recibió en Yale y trabajó para revistas de moda, como la muy influyente “W”, desde el principio planteó su trabajo como una manipulación de “lo real”. DiCorcia, para sus fotografías, hasta para las que parecen más espontáneas, hace una planeada puesta en escena, tratando de superar la banalidad de lo cotidiano, y aspirando a penetrar en la psicología y la emoción contenida en situaciones de la vida real.
Lo suyo es un trabajo exhaustivo, en el que si bien en la composición fotográfica está la férrea mano del autor, de alguna manera también lo imponderable tiene su lugar.
Solamente desde una visión muy superficial se puede asimilar la obra de este hombre con la de Edward Hopper, ya que no hay en ella una composición “a la manera de”, sino que tenemos una fotografía que está mostrando el trajinar de una época. De todas maneras hay que reconocer que ambas obras, la de Hopper y la de DiCorcia, en un punto se unen: las dos son muy norteamericanas.
Robert Mapplethorpe. Eros and order. Malba, Figueroa Alcorta 3415. Hasta el 2 de agosto
– wegblogs clarín- Publicado por Eduardo Iglesias Brickles