Controvertido, el hombre que durante años lideró la divulgación histórica en la Argentina, dice que el revisionismo terminó. Y que Perón era «elemental». Luna no se calla nada.
Seis meses es poco tiempo, pero a veces puede ser una eternidad. Es un lugar común que se aprende rápido y Félix Luna, a sus 85 años lo sabe bien. Hace seis meses, en el mismo sillón, «el Doctor» o Falucho –según corresponda– había advertido sobre las consecuencias inminentes de la crisis económica mundial y su impacto en el país. También, sobre otra verdad de puño un tanto más costumbrista: «El mundo se puede caer, pero en la Argentina cuando hay un problema la gente sale corriendo a comprar dólares», se ufanaba. Tres meses tardó el argentino en lanzarse al espejismo verde que alguna vez Perón flameó con desprecio desde el balcón de la Rosada. Tres meses más tarde la psicosis política postergó ¿afortunadamente? el desenlace. «Es una maniobra más (el adelantamiento de las elecciones) porque evidentemente en octubre todo iba a estar mucho más deteriorado», dice el mismo Luna medio año después, aunque mucho más serio, antes de advertir que no es «profeta ni augur».
Sonría, argentino, seis meses son los que faltan hasta octubre. Pero en seis meses otros panoramas mejoran según por donde se los juzgue. Ricardo Alfonsín, por ejemplo convive con su duelo y con el envión político del lustre de la muerte. Es con esa «vocación necrofílica» argentina a través de la cual Luna explica el mito de Perón, y la «emotividad» con la que ahora describe sus sensaciones en el sepelio del patriarca radical.
«Lamentablemente esos reconocimientos siempre se dan cuando los protagonistas desaparecen, pero, bueno (se consuela), siempre es algo». No habla de él, claro, este ciudadano ilustre porteño. Se refiere otra vez a Raúl Alfonsín, uno de los blancos más insultados en tiempos de democracia y política televisada, dos situaciones de las que fue vital protagonista por vocación y circunstancia. «El gobierno de Alfonsín tuvo muchos errores puntuales, pero nos enseñó a vivir en democracia de nuevo, ¿no es poca cosa, no?», cuestiona Luna. Se refiere primero al «error grande», que significó no prestarle su debida importancia al plano económico; una prueba suficiente para descreer que la democracia alcance para «comer, educar y curar». Contrapone luego la madurez social, para que ningún trasnochado haya reclamado «orden militar» en vez de las instancias constitucionales que en 2001 resolvieron el vacío de poder que atravesaba a un país que –recuerda Luna– parecía desintegrarse. «No es poca cosa, ¿no?», insiste el autor de Breve historia de los argentinos , título que ayuda a considerarlo entre los divulgadores más importantes de la Historia Nacional.
Hechos y discursos
Luna habla pausado, siempre parco y un poco impaciente, desde el mismo sillón en su despacho donde funciona, desde hace 42 años «Todo es Historia». Detrás de él, una caricatura hace lo imposible y hermana a Alberdi y Sarmiento, dos pilares del antinómico pensamiento argentino. A un metro, Leandro N. Alem no se dobla ni se rompe en otro afiche, que testimonia el orgullo radical que «el doctor» todavía profesa.
Habla Luna y sus palabras salen envueltas de una seguridad casi dogmática, desde «la verdad», desde donde –cuenta– también ejerce su pasión. «Yo me ubicaría en la historia predominante. Ahí –en la Academia Nacional de Historia, de la que soy miembro– está más o menos la verdad. Pueden haber habido exageraciones en algún momento, pero en líneas generales ahí está la verdadera historia», señala tajante, en tiempos en los que máximas absolutas parecen haber cedido a la inseguridad de la angustia contemporánea.
Ya no sorprende a nadie y mucho menos a Félix Luna que Alfonsín ayer fuera un canalla y hoy, «el padre de la democracia». Tampoco que Frondizi fuese derrocado y después considerado el único estadista de la historia nacional por la UCR, Macri, Kirchner y también por Luna. El abandonó precisamente la política, porque conoce las lecturas históricas circunstanciales, necesariamente sesgadas y, la mayoría de las veces, oportunistas, que acompañan la lucha partidaria.»Todos los gobiernos hacen una utilización política de la historia. Lo hizo Perón, por ejemplo, cuando creó el arquetipo falso del ‘estanciero oligarca y haragán’, un estereotipo que caló hondo en el imaginario colectivo, pero que evidentemente ya era falso en esa época», recuerda Luna.
Ese arquetipo del estanciero oligarca, a propósito del conflicto entre el gobierno y el sector agropecuario, parece más vigente que nunca.
– El gobierno ha dejado de lado lo de oligarca. Sabe que el trabajo en el campo es riguroso, riesgoso y necesita de tecnología. Ya pasó el tiempo en que el estanciero se iba tres meses a París.
Por estos días también se lo compara con el enfrentamiento del campo con Alfonsín, que provocó la recordada silbatina que le propinaron en 1988 en la Sociedad Rural.
– (Minimizando) La Rural tuvo contacto con casi todos los gobiernos. A (Hipólito) Yrigoyen también lo silbaron. Cada generación de trabajadores rurales piensa que está pasando por el peor momento y después siguen otros momentos peores. Es bastante normal esa especie de complejo de que todo anda mal, pero la principal diferencia entre el 88 y ahora son las retenciones, que son muy altas.
Luna dice lo que piensa, sin reparar en que sus argumentos son los mismos que hacen suyos sectores más interesados en la política que en la historia. «Los juicios que se impulsan por los delitos de lesa humanidad son parciales, porque no se establecen los juicios del otro lado, a los guerrilleros (no todos) que también estaban de alguna manera en el gobierno. Con lo de Rucci podrían abrirse y ojalá que así sea, porque sería más equitativo», dispara frío antes de excusarse, porque no es «experto» sobre esos temas.
Cuando Luna habla no cabe esperar opiniones «políticamente correctas». En política los discursos suelen ser cambiantes. Sin embargo, uno, el de la liturgia peronista goza de excelente salud, a juzgar, claro, por la proliferación de candidatos oficialistas y acérrimos opositores.
¿Cómo explica la vigencia de la figura de Perón en el discurso político?
– (Hace un silencio, el más largo de la entrevista que repite ahora y seis meses antes, como si buscara las palabras adecuadas) Es muy difícil saberlo. Por un lado, la personalidad misma de Perón, el movimiento que creó y la adhesión popular que construyó, colaboran. Era un hombre que trataba de ser seductor, que ponía diferentes discos según el interlocutor que tenía. A mí no me sedujo ni me convenció. Me pareció que se manejaba con lugares comunes. Perón era un señor con una ideología muy elemental.
Sin anestesia describe al líder, sin anestesia también sufrió la rigurosidad del régimen. No se percibe rencor en sus palabras, el tiempo parece haber aquietado las pasiones del pasado, de la historia vieja.
Reniega de los mitos Félix Luna. Primero de los de ayer, como las ideas falsamente institucionalizadas con las que se crió, esa que dice que Rosas fue un tirano absoluto; o la época colonial, totalmente estéril. Reniega también de los mitos de hoy, los que están de moda. Abriga esperanzas, no obstante, de que la fiebre de best sellers históricos pase rápido. «El público es mucho más sabio de lo que se cree y todo lo que sea un exceso va pasando».
¿Por qué cree que tiene tanto éxito la vocación de desmitificar la historia?
– Siempre existió la idea de desmitificar la historia. Sin embargo, muchas veces los mitos no son tales, entonces no hay nada que desmitificar. Otros se olvidan del contexto, pretenden criticar a los personajes con los criterios de hoy y se olvidan de cómo se pensaba en esa época. Las consignas y los problemas de una época determinada son las que van forjando a los personajes. No se puede juzgar a un inquisidor del siglo XVI con los criterios de hoy, pero comprendiendo el contexto de la época, el poder de la religión como herramienta política, uno entiende, no justifica, pero entiende. Y lo mismo pasa con Roca. No hubo ningún plan distinto al que Roca propuso respecto de los indígenas. Nadie propuso mandar maestros, curas, ni dijo «hagamos escuelas». En ese tiempo se creía que había razas inferiores, que el progreso tenía un costo y que ese costo había que pagarlo.
¿Y cuáles de esas ideas equivocadas persisten en el imaginario colectivo?
– La de Rosas, la idea de un San Martín mestizo, que ha tenido sus adeptos. La idea de un Mitre que no fue sino un personero de intereses británicos. La idea de la llamada década infame, que no fue infame salvo en el aspecto electoral, pero en otros fue brillante. Hay una especie de tono populista que atraviesa toda la escuela argentina y que a veces se apodera de procesos y de personajes.
Controvertido, igual que un instante antes, pero mucho menos polémico, suena Luna cuando se explaya sobre el estado actual de la historiografía nacional. «Hacer historia en Argentina es cada vez más complicado, algunos archivos son directamente inaccesibles y la falta de difusión y las tiradas muy pequeñas son otro problema grave», describe. No obstante, es optimista frente al cuadro de situación que, según él, atraviesa a una nueva camada de investigadores. «En este momento no existen cuestionamientos importantes. La escuela revisionista está terminada. El revisionismo peronista como el de José María Rosa desapareció porque cumplió su visión, que fue imbuir al peronismo de determinadas ideas. El marxista está atado a la parcialidad de su ideología. Por otra parte, está el camino mayor de la historia, la verdadera, que avanza con nuevos testimonios, y ejecutada por una nueva camada de buenos historiadores».
Pero no deja de ser cierto que la historia la escriben los ganadores. ¿O también se trata de un mito?
– La historia la escriben los ganadores, pero también los vencidos. Si no, fijate todo lo que se ha escrito sobre los indígenas en tiempos de la conquista, gracias a testimonios escritos u orales. Hoy se puede hacer y leer completamente una historia de los perdedores con tanto rigor como se puede hacer la historia de los vencedores.
Sólo queda tiempo para una última sentencia, tan fría como la de hace seis meses. «Argentina es un país sólido, importante, que tiene riquezas naturales, pero está en manos de un gobierno muy ineficaz, sin visión. Eso tiene que cambiar. Y creo que las circunstancias mismas harán cambiar al gobierno o harán cambiar el gobierno», dice Luna, manso, ante un escenario turbulento de seis meses o menos.
– Fuente: Ñ, sábado 18 de abril. Por: Guido Carelli Lynch – – Epígrafe de la foto: ANTINOMIAS. Desde el despacho donde funciona su revista «Todo es Historia», Luna pivotea entre la actualidad (Alfonsín, las elecciones anticipadas) y el pasado.