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viernes, marzo 29, 2024

Putin atiende en Washington

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En diciembre, mientras funcionarios de Rusia, Turquía e Irán evaluaban en Moscú la situación de Siria tras la caída de Alepo, Michael Flynn mantuvo contactos con el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak.

Hablaron de las sanciones de Barack Obama contra el gobierno de Vladimir Putin por los ciberataques que perjudicaron a la candidata demócrata en las elecciones de noviembre, Hillary Clinton.

Flynn asumió en enero como consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Donald Trump. Duró 24 días. El FBI descubrió que su versión de los diálogos con el embajador ruso distaba de la que le había brindado al vicepresidente Mike Pence y a otros altos cargos.

El Acta de Ley Logan, aprobada durante la presidencia de John Adams en 1799, dice que es ilegal que “ciudadanos no autorizados” negocien con gobiernos extranjeros. De haber quebrantado “las medidas de los Estados Unidos”, el general retirado Flynn, condecorado por desmantelar redes insurgentes en Afganistán e Irak, debió ser “multado bajo este título, puesto en prisión por no más de tres años, o ambas”. No ha lugar, en este caso, para una ley aplicada pocas veces y por la cual nunca hubo condenas. La súbita salida de Flynn del círculo dorado de la Casa Blanca, atribuida a su deshonestidad, iba más allá del episodio en sí.

En la reunión trilateral con Turquía e Irán tras la victoria en Alepo, Rusia demostró que podía inmiscuirse con éxito en conflictos internacionales y prescindir de los Estados Unidos. Obama había perdido crédito en Medio Oriente tras amenazar con represalias a su par sirio, Bashar al Assad, si usaba armas químicas contra su pueblo. Las usó. No hubo intervención militar norteamericana, desalentada por su socio principal, Gran Bretaña. El triunfo de Putin contra el autoproclamado Estado Islámico o Daesh coronó su afán de crear un nuevo equilibrio de poder mientras Trump saboreaba las mieles de haber derrotado a Hillary bajo la sospecha de beneficiarse de los ciberataques rusos.

El robo de correos electrónicos de la cuenta de Hillary dejó mal parados a los demócratas. Los difundió WikiLeaks. Exponían la bendición de la dirección de partido frente a su rival en las primarias, Bernie Sanders, y la buena relación de la candidata con Wall Street, demonizado por Trump. A finales de 2016, cuando concluyeron las investigaciones, el daño estaba hecho. Trump era el presidente electo. Sabía, aparentemente, que Flynn y otros miembros de su equipo negociaban con diplomáticos y funcionarios rusos el retiro de las sanciones. Obama había expulsado a 35 diplomáticos rusos. En respuesta, Putin invitó a los diplomáticos norteamericanos a celebrar el año nuevo en el Kremlin.

Era una burla o, quizá, la confirmación de aquello que los norteamericanos siempre temieron que iba a ocurrir. Durante la Guerra Fría, el espionaje mutuo apuntaba a reclutar voluntades y apropiarse de tecnología de última generación. En 2010, el FBI descubrió una red de 10 agentes encubiertos del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia que se habían apropiado de identidades falsas de norteamericanos comunes. Provocaron confusión, más que temor. Terminaron siendo despachados a su país. El incidente inspiró a los guionistas de la serie de televisión The Americans.

El FBI quedó ahora perplejo frente a la conducta de Flynn. Sobre todo, porque no se trataba de un novato en cuestiones de inteligencia. Su despido, teñido de renuncia, dejó en evidencia la cercanía entre Trump y Putin. Durante la campaña, Trump debió deshacerse de uno de sus colaboradores, Paul Manafort, por haber asesorado a Víktor Yanukóvich, presidente de Ucrania cobijado por Moscú tras la anexión rusa de Crimea en 2014. Como presidente, Trump equiparó a los Estados Unidos con Rusia cuando Bill O’Reilly, periodista de Fox News, tildó de asesino a Putin durante una entrevista. “Hay muchos asesinos. ¿Piensas que nuestro país es inocente?”, replicó. La “comunidad de inteligencia”, tuiteó después, está dando “ilegalmente” información a los “fracasados” The New York Times y The Washington Post.

La desconfianza, tras el desenlace de las presidenciales norteamericanas, disparó alertas en Holanda. Las autoridades resolvieron volver al recuento manual de los votos en las legislativas de marzo para evitar el riesgo de ciberataques. Temen que “actores estatales” (Rusia, en otras palabras) intenten vulnerar el sistema informático empleado en el cómputo automático. En Francia, con presidenciales en abril y una eventual segunda vuelta en mayo, François Hollande reclamó “medidas específicas de protección y vigilancia”. Un fantasma recorre ambos países. El fantasma Trump, encarnado en Geert Wilders y Marine Le Pen, respectivamente. Ambos comulgan con su ideario.

– Pr Jorge Elías – Télam

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