Un niño fue salvajemente golpeado “por ser salteño”.
Días pasados la prensa del país informaba sobre otro caso más de discriminación en las escuelas, como tantos de los que se suceden a diario en la Argentina: En una escuela de la provincia de Santa Fe un niño fue salvajemente golpeado “por ser salteño” y los médicos debieron extirparle un testículo.
Pero el racismo de los chicos es el racismo de los padres. Los niños dicen públicamente y muestran con sus actos aquello que los adultos vociferan en la casa y disimulan afuera. De este modo es posible ver, por ejemplo, chicos racistas que son hijos de padres que en la calle declaman ser defensores de los derechos de los pueblos indígenas o de los inmigrantes extranjeros, etc. y que recitan todas las veces que pueden el preámbulo de la constitución. También vemos a hombres prestigiosos que socialmente pregonan la vida civilizada, la tolerancia ciudadana, la convivencia democrática, las buenas costumbres y que luego en su casa, puertas adentro, le pegan a sus mujeres y ejercen todo tipo de tropelía y violencia.
Los chicos suelen expresar en sus procederes la posición subjetiva que los mayores intentan esconder en su interacción social, pero que revelan de todos modos en los “traspiés” de su lenguaje, en una estructura verbal que canaliza una verdad que aparece a pesar de la intencionalidad del sujeto. Con motivo de la agresión al niño salteño, escuché a periodistas de radios porteñas informar sobre la noticia y repudiar la acción, pero al mismo tiempo revelar en su lenguaje una posición profundamente racista, al expresar, por ejemplo, “golpearon a un niño de Salta por ser diferente”, “no se debe discriminar al otro por ser inferior”, “los chicos de Salta vienen de una realidad distinta, son introvertidos e retraídos”, etc. Es que en la Argentina la discriminación y el racismo están ahí, prestos a aflorar a la primera de cambio. Ya el solo hecho de hablar de discriminación y racismo nos pone en el serio riesgo de no saber en qué punto podemos estar apareciendo como racistas.
Los niños, que para el psicoanálisis no son precisamente bellas y puras criaturas incontaminadas, sino sujetos que ya desde corta edad se constituyen en torno de las identificaciones y de los avatares libidinales, vienen a denunciar con sus acciones de crueldad para con los otros niños, un aspecto complicado del alma humana: la presencia de la agresividad, la relación paranoide con el semejante, el narcisismo, la intervención del odio. Freud, en uno de sus textos, dice que lo que el ser humano quiere en realidad respecto del otro, es someterlo, dominarlo, doblegarlo, hacerlo sufrir, humillarlo y que en esa acción obtiene una extraña satisfacción del orden de la perversión, satisfacción que se relaciona con la pulsión de muerte.
Se discrimina al otro para dominarlo. Es lo que describe Todorov en su libro: “La Conquista de América”. El colonizador tuvo siempre la necesidad de desvalorizar al otro, de menospreciarlo, de considerarlo inferior, menos inteligente, menos humano, es decir, diferente, para poder así someterlo y esclavizarlo. El colonizador europeo, por ejemplo, consideraba que los nativos del África eran seres inferiores, que no sentían el dolor, que no tenían inteligencia, que no pensaban demasiado, etc.
Algo de todo eso todavía se prosigue, desde luego, en las mentalidades colonialistas e inclusive en las políticas que los países centrales tratan de aplicar en los países considerados periféricos, la necesidad de “ningunear” a los “nativos” para luego saquearles los recursos naturales y alzarse con grandes ganancias económicas, cuando no invadirlos para robarle el petróleo con la falsa hipótesis de que están desarrollando armas químicas, nucleares, etc. Todo eso, por supuesto, con la anuencia de los “vendepatria” locales. Por otra parte, está la necesidad de construir un otro “diferente” y de edificar un “mito fundador” que delimite un afuera distinto. La presencia del otro “diferente” es vivenciada como un factor externo, amenazante, que permite abroquelar al grupo y reforzar un sentimiento de pertenencia, ya sea europeísta, occidental, de la raza blanca, de los integrantes de la secta, la tribu, o lo que fuere.
Respecto del niño golpeado “por ser de Salta”, las lógicas de la discriminación y el racismo se aplican en este caso fronteras adentro, entre los habitantes de un mismo país. Es que el racismo y la discriminación son hermanos gemelos del prejuicio, la ignorancia y el desconocimiento. En realidad lo que en definitiva se rechaza no es lo disímil (nadie ejerce un racismo, por ejemplo, contra las moscas o los elefantes), sino lo más próximo, aquello que por su cercanía amenaza con devolvernos la propia imagen en el espejo, principalmente los aspectos repudiados del sí mismo que el otro devuelve en forma especular. Por eso se lo discrimina y se lo pone en la categoría de “diferente”. Es la tensión agresiva con el propio yo, la imagen especular con el semejante, la lucha imaginaria por el puro prestigio, la relación paranoide con el congénere, la idea del que el otro quiere quitarnos lo propio.
Esa relación imaginaria, paranoide, sólo desaparece cuando lo simbólico y la cultura mediatizan y ordenan la convivencia de manera civilizada y dignifican a los seres humanos. Esa era precisamente una de las misiones de la escuela pública, gratuita e igualitaria para todos los niños de la República Argentina, que permitía la convivencia de los alumnos a un mismo nivel de intercambio, donde departían igualitariamente los hijos del obrero, del juez, del médico o del intendente del pueblo. Era la función del guardapolvo y el delantal blanco para todos los chicos argentinos. No anulaba, por supuesto, la crueldad propia de los niños, pero evitaba al menos que anduvieran rompiendo testículos de los compañeros “por ser salteños” o “hijos de albañiles”. Pero en esta época, en la que caen o se resquebrajan los ordenamientos simbólicos, y más precisamente la ley simbólica, afloran de manera virulenta las relaciones paranoides, se multiplican los actos de discriminatorios y se resienten los lazos sociales.
Pero esa discriminación que el imaginario del hombre medio, pequeño burgués, de la región central del país ejerce en contra de las provincias del noroeste argentino, especialmente hacia Salta y Jujuy, no deja de encontrar a la vez una articulación con el típico proceder de muchos individuos de estas mismas provincias “discriminadas”, cuyas posiciones subjetivas, terminan siendo a veces consustanciales a ese prejuicio y satisfaciendo lo que ese imaginario exige, por ejemplo, cuando sobredimensionan y sobrevaloran lo que viene de Buenos Aires, al mismo tiempo que discriminan y ningunean a los que tienen al lado.
Racismo y discriminación
Perdonnnnnnnnm
Racismo y discriminación
Leo los comentarios y me parece que, cuando menos, están equivocando el objeto, o lo están ‘equivocando’ ideológicamente a propósito: el artículo habla de una discriminación racista PRODUCIDA EN SANTA FE, NO EN SALTA.
Racismo y discriminación
Sr Sixto:
El autor de la nota ha tomado el caso de racismo contra un niño salteño para extenderse a hablar del tema en gral., por lo cual, que las personas que han leído la nota pongan sus experiencias y apreciaciones no lo autoriza a Ud a ver en ellas distorsiones a propósito. Es un hecho que solamente quienes se han acostumbrado a cerrar los ojos a una realidad no quieren ver, el que Salta es una de las más racistas provincias argentinas tal como se ha dicho. Saludos.
Racismo y discriminación
Es lamentable no es la primera vez que escucho que hay discriminaciòn de los salteños a nuestros primeros pobladores de nuestra tierra, lamentable…
Hoy me llego un mail informando sobre la desviaciòn de fondos internacionales destinados a los aborigenes del norte y para que: para enriquecer a los «terratenientes» estos no deberían existir más.
Racismo y discriminación
NO soy salteño y vivo en esta hermosa provincia hace muchos años.Y lamento decir que es una de las sociedades mas clasistas que conoci. En ciertas circunstancias, hay actividades, como las de las empleadas domesticas, que rozan el esclavismo. Es una sociedad que discrimina y mucho, a sus propios sobre todos ( coya, opa, etc..)La discriminacion va de la mano de la ignorancia, en el lugar del mundo que sea. Empecemos por hacer algo aca mismo y ya. Muy buena nota.