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lunes, diciembre 23, 2024

Reflexiones sobre el Mundial Rusia 2018

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Se terminó una Copa del Mundo donde la gran cantidad de goles, la espectacular organización y los golpes de impacto maquillaron algunas realidades del deporte más popular del planeta.

Detrás de los goles, bloopers, sorpresas, festejos, lesiones, declaraciones e imágenes, los sucesos que maquillaron el Mundial de Rusia 2018, se esconden las arrugas y cicatrices del actual rostro del fútbol. Fue un torneo de impactos y emociones, pero que ha dejado un sabor agrio por su falta de gracia. El campeón fue Francia, un elenco más inteligente que elegante, con más oportunismo que finura. Un equipo plagado de recursos que explotó sus mejores virtudes en los momentos claves, pero que nunca se mostró invencible y superó con jerarquía a cuentagotas una competencia terrenal. Fue el rey de la efectividad en un torneo en el que llovieron los goles (solo hubo un 0-0), pero donde a la vez hubo sequía en el juego. Los imprevistos dieron sensación de belleza. Sucesos conmocionantes, como la caída en primera ronda del sólido proyecto alemán o la clasificación a la final de un improvisado plan croata, despertaron en los fanáticos ese idilio que esperan durante cuatro años. Fueron cosméticos de una Copa del Mundo dominada por el miedo a equivocarse, donde Europa volvió a demostrar que puede pisotear a Sudamérica y la tecnología pidió más respeto.

La final entre Francia y Croacia, sobre todo el primer tiempo, fue la síntesis perfecta de la competición. Fue la definición con más goles desde 1966, eso dirá la estadística. Pero los números no mostrarán el inicio impreciso de ambos equipos por temor a entregar ventajas al rival, la dinámica de balones largos y transiciones rápidas, los goles a raíz del balón parado y la influencia de la tecnología. Todo eso fue moneda corriente en Rusia, donde la pelota ha frenado a cero y es momento de hacer un análisis a cara lavada sobre la tesitura del fútbol actual y su torneo más prestigioso.

1- Fin del auge del fútbol de posesión

Aquel estilo impulsado por el trabajo de Pep Guardiola en el Barcelona, donde ha llevado el concepto de «fútbol total» a un nivel asombroso y ha inspirado a toda una generación de jugadores y técnicos, transitó en Rusia sus horas más bajas. La fórmula que deslumbró al mundo, con la que España se consagró en Sudáfrica 2010 y Alemania hace cuatro años en Brasil, ha mostrado un notable decaimiento. Alemania (71,98%), Argentina (65,92%) y España (74,67%), los tres equipos con mayor porcentaje de posesión de pelota en el torneo, quedaron eliminados de forma prematura. Sus planteos dominadores se vieron frustrados ante equipos compactos, intensos, prácticos en la resolución y de progresos abruptos en el campo. Ser dueño del balón no fue el mejor negocio, la fórmula del éxito estaba más emparentada con sacar crédito de los espacios con verticalidad. Los ataques directos y el factor sorpresa tuvieron una incidencia gigantesca.

Estas tres selecciones que hicieron culto de la tenencia tuvieron partidos con más de mil pases y con porcentajes de efectividad cercanos al 90%, pero pocas veces sus toques se dieron condiciones de peligro, sirvieron para progresar en el campo o generaron profundidad. Que los cuatro semifinalistas hayan sido Francia, Inglaterra, Bélgica y Croacia, que oscilaron entre el 50 y el 56% de posesión de pelota por su fútbol adaptable a los momentos y los rivales, es la mejor explicación de que este fue el Mundial de los equipos efectivos y flexibles.

De todas formas, no es momento de vestirse de luto ni de prepararse para el funeral de la tenencia de la pelota. Acercarse al 1% de posesión tampoco fue sinónimo de triunfo. A las selecciones desesperadas por conseguir equilibrio defensivo les faltó desequilibrio en ataque, algo vital para conseguir la victoria. Irán (26,45%), Islandia (32,55%), Panamá (36,60%) y Corea del Sur (36,75%), de los equipos con menor porcentaje de dominio de pelota, también se han despedido en primera ronda. A los surcoreanos les surtió efecto apostar al contragolpe ante una Alemania en aprietos, pero fue un partido aislado donde la desesperación desnudó las falencias del equipo de Joachim Löw, y no les dio resultado a la hora de pelear por un lugar en la segunda fase.

La ‘mini depresión’ del fútbol de posesión y falta de un equipo apabullante bajaron la vara del nivel de juego, pero no significa la muerte de la tenencia de balón. Este decaimiento está exclusivamente sujeto al formato de torneo corto como la Copa del Mundo, porque existen las eliminaciones directas, las urgencias y otros factores que ponderan más. Es innegable que el compromiso con la pelota es la mejor forma de perseguir una consagración, sobre todo a nivel largoplacista. Adueñarse de la pelota no debe ser criticable, porque el balón es el elemento vital de este deporte y dominarlo es una necesidad del juego. Los juicios deben estar supeditados a, por ejemplo, la falta de profundidad o de ideas al momento de poseerla.

2- El colectivo sobre las individualidades

Los ataques nublados y grises han hecho mejores a las defensas, las grandes protagonistas de un torneo donde la mayoría de los equipos se dedicó a trabajar en conjunto y donde los que eligieron depositar sus esperanzas en el poder de sus individualidades no tuvieron grandes resultados. En este Mundial la estrategia predilecta consistió en reducir espacios y contraatacar, lo que ha hecho que el trabajo grupal tome un rol protagónico en la mayoría de los partidos.

A Portugal la lucidez le duró hasta que se apagó Cristiano Ronaldo, autor de cuatro de los seis goles de su equipo en el torneo. En la misma línea, los escasos chispazos de Lionel Messi mantuvieron encendida la llama de la Selección Argentina pero no fueron suficientes para llegar lejos. Ambos quedaron eliminados en octavos de final. Los reyes del fútbol de la última década no son magos, ellos también necesitan que el contexto los ayude para brillar. Y no hace falta remitirse a dos jugadores fuera de serie, ya que también le pasó a Polonia con Lewandowski, a Dinamarca con Eriksen, a Egipto con Salah y a Corea del Sur con Heung-min Son, por nombrar otros casos más mundanos. En Rusia 2018, el fútbol fue más que nunca un deporte de equipo y las genialidades se transformaron exclusivamente en un condimento.

Lo colectivo le ganó la pulseada a lo individual y las grandes figuras tuvieron que obrar en pos del grupo, por lo que los dos mayores exponentes del fútbol no consiguieron ganar una Copa del Mundo como alguna vez lo hicieron Garrincha (1962), Maradona (1986) o Romário (1994). No es culpa de Messi y Ronaldo, en absoluto. Las proezas encabezadas por un titán futbolístico pasarán a ser un anhelo con tintes nostálgicos, porque los Mundiales van camino a ser cada vez más estratégicos.

Ver a Giroud jugar constantemente de espaldas y ser un centrodelantero despreocupado por el gol, a Pogba persiguiendo a rivales de área a área, a Lukaku tirándose a jugar de falso extremo derecho, a Harry Kane flotar detrás de los volantes rivales para contribuir a la circulación, o las figuras de Modric y Rakitic comprendiendo que deben estar por debajo del sentido colectivo, son las grandes señales que ha dejado el Mundial. Que Suecia haya llegado tan lejos prescindiendo del personalismo de Zlatan Ibrahimovic es otro de los ejemplos.

3- Un Mundial preso del balón parado

Comprometerse con el balón es una elección, trabajar los balones detenidos no. El recurso que hizo furor en Rusia 2018 fue la pelota parada en todas sus versiones: tiros libres o de esquina, penales e incluso los saques de banda. Casi la mitad de los goles de la Copa del Mundo tuvieron sus raíces por estas vías y más del 75% de los encuentros tuvieron al menos un gol desde el balón detenido. Concretamente, de los 169 goles marcados en el torneo, fueron 72 los que nacieron con este método (42,6%).

Cada vez resulta más esencial en el juego y se valoriza como fin para destrabar o ganar partidos. Es un camino muy fiable para llegar al gol y sus garantías de efectividad crecen con elaboración de estrategias de desmarques, bloqueos y distracciones. Puede que tras este Mundial, más entrenadores se acostumbren a dar instrucciones estrictas de movimientos y elaborar una hoja de ruta para cada uno de los jugadores que ocupen el área. Tanto en defensa como en ataque, tiene que haber una planificación al detalle. Aunque es más fácil construir bosquejos ofensivos.

Inglaterra ha sido el equipo que más culto ha hecho de esta herramienta, con 10 de sus 13 goles convertidos con penales, tiros libres directos y pelotas quietas (76,9%). El elenco de Gareth Southgate alcanzó el cuarto puesto explotando al máximo los balones detenidos, inspirándose incluso en otros deportes como el baloncesto y el fútbol americano para conseguir mayor efectividad. Los ‘Tres Leones’ hicieron de ese recurso su llave para abrir todos sus marcadores en los partidos en que hicieron goles.

Las facultades de los futbolistas para ganar los duelos individuales y la capacidad de los ejecutantes todavía son inexcusables, pero el entrenamiento influye. El problema de los balones detenidos es que, aunque no se discute su validez y su importancia, es un recurso que desprestigia el juego si se convierte en prioridad. El alto número de goles de balón parado en el Mundial de Rusia 2018 han contribuido para que la espectacularidad del torneo pase a un segundo plano.

4- El miedo a perder y los efectos placebo

Pocos partidos de este Mundial han tenido a ambos equipos intentando buscar el triunfo sin reparar en precauciones excesivas. El declive del fútbol de posesión, la falta de brillo en las individualidades y el exceso de goles de balón parado han sido un cóctel que atentó con la espectacularidad. Pese a ello, ha quedado la sensación de saciedad en los aficionados porque fue un torneo emocionante y plagado de sorpresas. Gran parte de la culpa, más allá de la épica campaña de Croacia o la temprana eliminación de Alemania, también la tuvieron las remontadas, las tandas de penales y, sobre todo, los goles agónicos.

Fue un campeonato de planteos y estrategias atadas a las conjeturas, todo provocado por un inmenso miedo a la derrota. Un temor que lastimosamente ya forma parte de la realidad del fútbol a nivel global y que ha quedado en evidencia en la Copa del Mundo. Para combatir esa falta de espectacularidad han aparecido las remontadas –hubo cinco en la fase de grupos y nueve a lo largo de todo el torneo– y las tandas de penales (tres en octavos de final y una en cuartos), que siempre son un atractivo para hinchas neutrales. Fueron un gran paliativo ante la carencia de los desarrollos de juego entretenidos.

Otro de los grandes analgésicos del Mundial fueron los goles in extremis. De los 169 goles, 44 fueron convertidos en los últimos 15 minutos de los partidos, con 23 de ellos anotados en el minuto 90 o en sus adicionados. Incluso hubo jornadas, como en el segundo día del Mundial, donde todos los partidos se definieron en la recta final. Aquel viernes 15 de junio, Uruguay le ganó a Egipto con un cabezazo de ‘Josma’ Giménez en el minuto 89, Irán sorprendió a Marruecos en el minuto 95 y Portugal rescató un empate ante España en el minuto 88 con un excelso tiro libre de Cristiano Ronaldo. La caída de Alemania, el mayor impacto del certamen, también estuvo ligada a este síndrome de los últimos minutos de juego. La Mannschaft venció a Suecia con el gol de Kroos en el minuto 95, pero cayó ante Corea del Sur con dos anotaciones tardías (’92) y (’96).

En la fase de grupos se anotaron 20 goles en el minuto 90 y sus adicionados, más que en las primeras fases de Brasil 2014, Sudáfrica 2010 y Alemania 2006 juntas (19). Aunque caben varias lecturas, muchos de los dramas que alimentaron la emoción mundialista en Rusia estuvieron relacionados con equipos que fueron víctimas por recular e intentar mantener un resultado. El fantasma de la derrota flotó en cada estadio y perturbó a la mayoría de los protagonistas. Gran parte de los partidos de esta Copa del Mundo se recordarán por detalles, muy pocos por el buen juego, que ha sido más un espejismo que una realidad.

5- La tecnología y el VAR, paladines de la justicia

Hay deportes y ligas que han elegido siempre estar unidas a las revoluciones tecnológicas y los cambios de reglamento, como por ejemplo la NBA, abocada constantemente a la evolución para mejorar la competitividad. El fútbol siempre fue un poco más reticente y se tomó su tiempo para darle espacio a las herramientas digitales, pero el debut de los Árbitros Asistentes de Video (VAR) en el Mundial de Rusia 2018 ha sido una de las mejores noticias. Ha demostrado que la tecnología es socia de la justicia y que colabora para hacer un fútbol mucho más limpio.

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, informó que el videoarbitraje se utilizó casi en 500 ocasiones y provocó la revisión de 20 jugadas, de las que 17 fueron decisiones correctas. Con el VAR, se ha pasado del 95% de decisiones correctas de los árbitros al 99,2% por ciento. Es un gran progreso, aunque están quienes todavía creen que esta herramienta ha cambiado la esencia del fútbol y le ha quitado sus rasgos más primarios. Objetan porque el árbitro demora en su revisión o genera desconcierto con sus señas e interrupciones. Sin duda que hay cuestiones para pulir, pero es innegable que el videoarbitraje ha hecho un fútbol más limpio.

Así como el aerosol evanescente ‘915 Fair Play’ puso fin al recorte de distancias e incrementó notablemente la efectividad en tiros libres, y de las misma forma que la Detección Automática de Goles (DAG) desterró de los estadios a los goles fantasmas, el VAR ha dejado claro en Rusia que también puede contribuir en esos cambios positivos. Puede ser la herramienta que exilie para siempre a las infracciones imperceptibles y las simulaciones del fútbol. Ha educado a los futbolistas, que ya no recurren al juego violento por miedo a ser captado por los jueces que trabajan analizando repeticiones. Son más honestos y transparentes. Y los árbitros tienen más oportunidades para optimizar sus decisiones, que no siempre serán correctas, pero la revisión les permite acercarse más a la perfección.

6- Europa vs. Sudamérica, una lucha desigual

Con las derrotas de Uruguay y Brasil en los cuartos de final, acabó el sueño sudamericano. Francia, Bélgica, Suecia, Inglaterra, Rusia y Croacia protagonizaron la «mini Eurocopa» que definió al campeón del Mundial. La hegemonía del fútbol europeo ha sido notoria en los últimos 15 años y esta Copa del Mundo no ha hecho más que reflejar ese declive sudamericano causado por la corrupción, la emigración prematura de talentos y la falta de proyectos formativos o de planes que potencien la materia prima.

La Argentina de Lionel Messi, dirigida por Alejandro Sabella, fue la única selección sudamericana que tapó la problemática al llegar a la final hace cuatro años, pero fue la única en las últimas cuatro ediciones de los Mundiales. La histórica rivalidad entre Sudamérica y Europa por el reinado del fútbol mundial, donde la técnica de los campos y potreros hacía frente al poderío físico y táctico, es cosa del pasado.

Brasil es un caso aparte, porque mereció mejor suerte en su eliminación ante Bélgica, y en sus triunfos ajustados. Uruguay también juega sin tapujos. Pero Perú, Argentina, Colombia, México, Panamá y Costa Rica fueron inferiores ante rivales europeos, quienes presumieron de sus ventajas en la velocidad, intensidad y precisión.

En Sudamérica todavía nacen los Messi, Neymar, Luis Suárez y James Rodríguez, que brillan en el fútbol base pese al poco acompañamiento estructural. La crisis empieza porque esos jugadores emigran a Europa cada vez con mayor rapidez, allí encuentran el contexto para crecer rodeados de un sistema que con el tiempo supo formar mejores entrenadores y jugadores, además de acoger la inmigración y darle lugar en el fútbol. Sudamérica y América Central, epicentros del FIFA Gate, siguen sin invertir su dinero de forma apropiada y la fuga de talentos se hace inevitable ante la fuerza de los capitales extranjeros. La corrupción ha motivado el éxodo de futuros cracks, mientras que el fútbol europeo utiliza su organización para desarrollarlos. En un fútbol donde se ha acortado la brecha entre la técnica y lo físico, el fútbol sudamericano se ha convertido meramente en exportador.

Solo una revolución profunda de carácter estructural y cultural podría salvar al fútbol latino de caer en una diferencia aún más grande con el europeo. Un utópico cambio en las políticas de gestión de las federaciones de la Conmebol y la Concacaf sería capaz de poner fin a esta tendencia que parece inalterable. Por el momento, el consuelo está en que las tendencias indican que las Copas del Mundo pasarán a ser el epicentro de las estrategias. Si le sumamos la vigencia de la épica y el factor de las generaciones doradas que sean bien gestionadas, todo puede ser posible. Las heridas aún pueden maquillarse. Existen los goles, los bloopers, las sorpresas, las lesiones y otros factores ocasionales que pueden definir un Mundial.

– Por Rodrigo Duben
– Infobae

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