Claramente hay que aceptar también que muy lejos estamos de poder esperar en la actualidad una nueva gesta revolucionaria que nos libere, tema que será materia de otro editorial por su extensión.
Juan José Arévalo Bermejo fue presidente electo de la República de Guatemala entre 1945 y 1951, en lo que se considera la primera elección transparente en ese país, acto en el que obtuvo nada menos que el 85% de los votos, guarismo nunca superado hasta la fecha. Su gobierno se caracterizó por una tendencia netamente popular y nacional a la manera del movimiento justicialista que en Argentina se gestaba en esa época, incluyendo similitudes como la creación del Ministerio de Trabajo, la organización sindical hasta entonces inexistente y el dictado de numerosas leyes laborales.
Además de político y presidente, fue un prolífico escritor y educador; entre sus obras más conocidas se destaca la titulada: La fábula del tiburón y las sardinas – América Latina Estrangulada. Editorial Palestra, 1961. Montevideo, Uruguay (221 páginas) En un texto entretenido y ameno, este intelectual desnuda la falacia de la creación de la llamada Organización de Naciones Unidas (ONU) y cómo del mismo texto estatutario y reglamentario se desprendía que los imperios económicos que surgían después de la segunda guerra mundial se repartirían el mundo e impondrían a los demás –América Latina en particular- las reglas del juego para la dependencia. En síntesis, denunciaba –mediante ese juego comparativo que da el mismo título de la obra- que una sardina –países subdesarrollados y dependientes- jamás se podrían imponer por sobre el tiburón –los imperios nacientes- y que adherir a esa organización surgida por y para beneficio de los inventores era una estupidez. Las décadas posteriores le darían al autor, lamentablemente para todos nosotros, toda la razón.
Después de un periodo de dictaduras militares en esos países, que fueron dirigidas y hasta financiadas por los tiburones para contrarrestar en la situación forzada por el nacimiento de movimientos de izquierda en los años sesenta y setenta, claramente influidos por los ecos de la Revolución Cubana, América Latina se amoldó a ese esquema liberal y se impusieron las formas de la llamada democracia liberal.
En esa organización sistémica, dentro de cada país de América Latina rige el mismo esquema. Los grupos económicos dominantes –tiburones- han dispuesto las reglas del juego para alternarse en el poder con distintos matices, pero siempre asegurando que nada o muy poco de ese esquema inicial cambie, para que las sardinas participen inmolándose sin posibilidad alguna de ganarles, y convalidando con esa participación la aparente legalidad del sistema. Realmente es muy ingenioso. Los tiburones dictan las leyes que constituyen las reglas del juego, administran esas reglas y hasta aportan las computadoras con las que dan a conocer los resultados de esas reglas desiguales, dejando a las sardinas acomodadas en la derrota a la que tienen que aceptar por haber participado en “igualdad” de oportunidades. Una verdadera zoncera***
Esas reglas electorales están adecuadas a la regla madre del sistema económico, la ley de la oferta y la demanda ligada a los sistemas de publicidad comercial. Quien más dinero posee para la promoción y conocimiento masivo del producto, es que el que más vende. Y los candidatos en ese esquema se venden igual que un jabón, un profiláctico o un vino.
En Salta, por ejemplo, para las denominadas elecciones primarias –muy paquete el término impuesto; ahora ya somos casi norteamericanos- han proliferado las gigantografías del candidato del establishment, los pases publicitarios que ameritaron una denuncia judicial por violación del código electoral vigente, y el candidato de todas las épocas y de todos los partidos con todas sus sucesivas lealtades sigue ejerciendo su cargo de ministro en el que le resulta igual entregar pescado congelado, aparecer en un aparente acto oficial entre motos de la policía o asegurarse de que en un partido de fútbol la voz del estado se acuerde convenientemente de que él hizo gestiones para ayudar a que el equipo local ascendiera de categoría. Y como estas pavadas, tantas otras a granel, en cada hora del día y de la noche, en todos los comunicados oficiales, televisivos o gráficos. Todo con evidente inversión millonaria de recursos que el tiburón administra de manera muy reservada y, para colmo, con el dinero que bajo la denominación de impuestos y tasas le ha hecho poner previamente a todas las sardinas. Genial. Imponen con reglas comerciales a su candidato, mientras vociferan sobre la ética, la conducta, el trabajo y la supuesta eficiencia de su hombre de ley.
Ahora para frutilla del postre se les ha impuesto a las sardinas que si no llegan al 1,5% del total de votos emitidos no podrán participar en las elecciones generales del mes de octubre del 2011, dejando a casi todas las pilchardus al borde del ataque de nervios. La movilidad del llamado aparato los pondrá el próximo 14 de agosto en la ardua tarea de tratar de contrarrestar las inevitables consecuencias surgidas del conocido efecto “combi-remis”, con el que llevarán a sus acólitos a votar con comodidad, mientras se pelarán hablando de la muestra de madurez y civismo de histórica jornada, y hasta frases más huecas que esa.
Si aquellos a los que la historia llama próceres revolucionarios de Mayo, en vez de tomar las armas y sacar –como decía San Martín- a los matuchos a machetazos para lograr ser libres primero, porque siendo libres lo demás no importaba nada, hubieran propuesto a España decidir en elecciones democráticas qué rumbo se debía tomar, todavía estaríamos votando tiburones godos, o impuestos por ellos, porque no hay que olvidar la sabia enseñanza de don Arturo Jauretche: “No es tan peligroso el gringo como el que gringuea”
Claramente hay que aceptar también que muy lejos estamos de poder esperar en la actualidad una nueva gesta revolucionaria que nos libere, tema que será materia de otro editorial por su extensión.
Pero por no tener posibilidad liberadora de este sistema de opresión y manejo cada más perfecto, que una clase minoritaria y elitista lleva adelante con sus reglas, sus candidatos, sus recursos y sus triunfos anticipados, debemos caer en la trampa de seguir ingenuamente al tiburón que con su estatuto entre los dientes se apresta a devorarse nuevamente a todas las sardinas. Porque al día siguiente, también imbuidos por reglas comerciales, los descarados escualos, con su habitual doble discurso, les agradecerán a las sardinas en público la participación ciudadana ejemplar, pero por lo bajo les murmurarán socarronamente: “Seguí participando…”