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viernes, marzo 29, 2024

Sobre “El farmer”: Rosas, extrañamente biselado

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Extraordinarias actuaciones de Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna, ambos intérpretes de Juan Manuel de Rosas: uno antes de su muerte física y otro antes de su muerte política. Dos cuerpos en uno; un hombre que se mira al espejo y se ve a sí mismo en el pasado, en el presente y en el futuro; dos espectros de un hombre que le pregunta a la historia: ¿dónde está la patria? Un hombre feroz y un hombre manso, un hombre victorioso y un hombre derrotado; un hombre aclamado y un hombre desterrado. Muchos hombres en un solo Juan Manuel de Rosas.

Cuando las luces del escenario del Teatro del Huerto se apagaron anoche, la figura marchita de un ser viejo concentró todas las miradas. Me pregunté por un minuto por qué el público había asistido a la función: ¿es Juan Manuel de Rosas una figura histórica lo suficientemente convocante como para ir a ver una obra de teatro con él como figura principal? Es lo suficientemente polémico. Creo que no se puede disociar al personaje de la historia (o al político) del hombre. Son indivisibles. Y si queremos entender su humanidad debemos comenzar por entender su ideología y su rol en la historia. Pero hasta el final de los tiempos habrá rosistas y antirrosistas. Cada uno tendrá su propio alegato o para salvar al hombre o para condenar al tirano.

Esa figura senil del restaurador interpretado conmovedoramente por Pompeyo Audivert representa parte de la tragedia que nos envuelve históricamente; es casi como la alegoría del sufrimiento, de la soledad, del desamparo. Pompeyo no encarna un cuerpo, encarna una metáfora, esa metáfora muere para dar vida a un personaje.

La contraposición de sí mismo, su opuesto, es la figura joven del estanciero interpretado cautivadoramente por Rodrigo de la Serna. Pero Rodrigo interpreta a la sombra de aquel, a su propio mito, al simulacro de un personaje que ya no es él, sino su pasado; que ya no es él, sino su presente; que ya deja de ser alguien para ser un despojo. Es él después, él antes, él durante, él hacia el final. Por un momento ambos son el mismo, ambos son uno; ambos frente al espejo… se miran, se revelan, se retroalimentan, se parodian, ironizan…Una obra cuya polifonía también deja hablar al silencio…

“El farmer”, basada en la novela de Andrés Rivera, adaptada por Pompeyo Audivert (también director) y Rodrigo de la Serna plantea una semiosis introversiva (Genette). No solo hay una relación especular entre los personajes, y con la intromisión del espejo como parte de la escenografía se propone al arte como reflejo de la realidad (Laurette), sino también, con la escritura: “La adaptación de El farmer se basó en el desarrollo escénico de un concepto sumamente teatral y metafísico, que la novela de Rivera naturalmente destila: ‘el doble mítico’. Esto es: el alcance de la figura de Rosas en el inconsciente colectivo, más allá de su presencia física temporal. Su indudable proyección en el ser nacional como la identidad frustrada, la que no pudo ser, la que cayó en Caseros y no obstante permanece activa en las sombras, acechante y temible.”– dicen los adaptadores.

Rosas y Rosas, Rodrigo-Pompeyo, son como dos figuras especulares que se reflejan en el espejo del tiempo en que se marca dos cortes fundamentales: uno es el 3 de febrero de 1852 luego de la batalla de Caseros en que fue derrotado por Urquiza; y otro, 25 años después, en su exilio en la granja de Southampton.

No podemos obviar que la música juega un papel crucial en la puesta: abre y cierra, es operadora de sentidos. Crédito para Claudio Peña.

Hay algo de lo surrealista en su estética; y si bien la absurdidad recorre sus fronteras, el teatro nunca deja de parecer teatro histórico o teatro político. ¿Es su humanidad la que se refleja en la agonía, en la pregunta del por qué del olvido, en la materialización del destierro, en la certeza de la cordura más humillante y en el deseo de que quizá todo sea más que la locura de un ataque de demencia? ¿No es acaso su misma humanidad la que posibilitó la defensa acérrima de la soberanía? ¿No es su misma marca de deshumanización la que ordenó los fusilamientos de Camila y el padre Gutiérrez? ¿No es su desmedida humanidad la que impuso su tiranía y la que naufragó en el exceso de poder? ¿No es su admirable humanidad la que sacó su amor de padre?

La obra exhorta a repensar a Rosas. Pero creo que eso significa repensarnos a nosotros mismos, qué es la argentinidad y qué nos define como argentinos. Sin embargo, creo que la historia depende del cristal con que se mire. La obra no tapa los defectos y tampoco exacerba las virtudes, hay una especie de búsqueda racional del equilibrio que solo puede ser posible mediante la poetización de los hechos. Sin esta segunda literatura (reescritura), no sería posible. Tanto la narrativa de Rivera como el texto dramático de los adaptadores y reescritores, hacen posible dinamizar los sentidos y resemantizar la figura de Rosas. El sentido último de su figura lo dará la historia. O quizá, ya no se trate de esperar a que ello ocurra. Baste con que haya consciencia histórica, voluntades artísticas y amor por la patria.

1 COMENTARIO

  1. Sobre “El farmer”: Rosas, extrañamente biselado
    Juan Manuel de Rosas, hasta 1852 el terrateniente más grande de la provincia de Buenos Aires, el Restaurador de las Leyes con un poder absoluto por más de veinte años, el dirigente que edificó una alianza sagrada con la Iglesia medieval de aquellos tiempos que lo ayudó a permanecer en el gobierno, el Jefe de La Mazorca; transformado en un humilde granjero (un “farmer”) en su exilio inglés con un puñado de acres arrendados, reflexionando en soledad sobre su pasado y soñando con volver a una Argentina que ya había empezado a ignorarlo.
    Triste destino el de los caudillos cuando no tienen límites.

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