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domingo, noviembre 24, 2024

Un emotivo Beethoven, la novena en Miami

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(Especial para Salta 21). Siempre pensé que “Fidelio” debe más su fama al hecho de haber sido escrita por Beethoven que por sus valores estrictamente operísticos. La que hoy se llama Obertura Fidelio, no se usó en su estreno; su sustituta, la Obertura Leonora fue corregida tres veces y hoy se usa como prólogo al último cuadro de la obra.

Miami (Florida). Estados Unidos. Knight Concert Hall del Adrienne Arsht Center. Domingo 25 de octubre de 2009. New World Symphony Orchestra. Director Maestro Michel Tilson Thomas. Solistas: Christine Brewer (soprano), Kendall Gladen (Mezzosoprano), Anthony Dean Griffey (tenor), Luca Pisaroni (bajo-barítono). Master Chorale of South Florida y University of Miami Frost Chorale: Director Mº Joshua Habermann. Ludwig van Beethoven (1770-1827) Repertorio: Cinco momentos de la ópera Fidelio. Novena Sinfonía en re menor op.125. Conmemoración del centenario de la fundación de la ciudad de Tel Aviv.

Muchos críticos, musicólogos, etc. suelen decir que el inicio del “romanticismo” es justamente la Leonora y de ellas la tercera. No es fácil ubicar el comienzo o el final de cada etapa en la historia de la música occidental, pero no cabe duda que si no es el inicio de este fantástico período, que es la etapa romántica de las artes, en el caso de la música, cuando menos está entre las primeras partituras que con justicia se puede afirmar que tienen el estilo libertario del romanticismo. De todas maneras el maestro Tilson Thomas había elegido siete pasajes de “Fidelio” pero solo se hicieron cinco por lo que digo mas adelante. Primero la breve marcha que anuncia la entrada del gobernador Pizarro que ha recibido la orden del ministro del Rey de quitar la vida a Florestan, el protagonista de la ópera. El aria de Pizarro mostró a Luca Pisaroni, un joven bajo abaritonado de sólida formación en la plenitud de sus recursos en una heroica aria, “Ha! Ha! Ha! Ein Augenblick” donde el coro brinda un estupendo marco sonoro. Luego apareció la exquisita soprano Christine Brewer (Leonora) con dos arias una de la cuales “Gott! Welch Dunkel hier!” le permite expresar su angustia ante el cruel futuro de su marido. Finalmente, Anthony Dean Griffey (Florestan) que no estaba bien de salud, dejó de lado sus dos arias para hacer solo el dúo con Leonora “O namenlose Fraude!” .

La sala Knight es un magnifico auditorio diseñado en el avanzado complejo artístico nombrado más arriba, por el famoso arquitecto Frank Ghery con lo cual esta orquesta cuyos comienzos se remontan a veintidós años atrás ha pasado del Miami’s Gusman Center, al Lincoln Theatre donde la conocí a fines de los noventa y ahora entiendo que este nuevo auditorio es su hogar. Como ya comentara, esta agrupación sinfónica, de carácter académico, está integrada por graduados en los mejores establecimientos de enseñanza musical de Estados Unidos y fue fundada por la larga visión, entre otros, del maestro Tilson Thomas, ganador en su momento del Premio Koussevitzky en Tanglewood y a quien escuché con la orquesta de la que es su director artístico desde hace mucho tiempo: la San Francisco Symphony.

Y llegó la Novena. Se ha escrito tanto sobre ella, se han dicho tantas cosas, algunas reales, otras no tanto, algunas fantasiosas, otras tremendamente verdaderas que el cronista ante semejante monumento sonoro, ya casi no tiene qué agregar. Se trata nada más y nada menos que la única obra musical en toda la historia de la música de occidente, que la UNESCO ha considerado digna de ser calificada como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Ignoro el nombre de las personas que han decretado tal status a la partitura de esta obra, pero reconozco que su elección no podía ser mejor. Por supuesto habrá quienes piensen en otra obra para esta merecida calificación pero lo cierto es que sus significados representan sin dudas, lo que pasaba por la mente de ese hombre que ya no escuchaba, que vivía casi en soledad, que nunca pudo formar familia, que sus días eran un muestrario de contrastes, con sus alegrías, sus penas, su deseo de ver un mundo mejor. Es una obra que llevo en el oído.

Perdí la cuenta de las veces que la escuché en vivo o grabada. Contiene un evidente sentido estético y al mismo tiempo un hondo sentido humano, aspectos con los que consolida una apabullante manifestación artística. Su inicio, “allegro ma non troppo, un poco maestoso”, con el trémolo de segundos violines y violonchelos, una semicorchea y una negra descendentes, repetidas dos veces, es uno de los comienzos mas extraños que la creación humana pueda imaginar. Enigmática apertura, que va llevando lentamente hasta el desarrollo de un impresionante material temático. Hay momentos en que el autor parece un titán acorralado, sin defensa, hasta que de pronto logra librarse de los demonios que lo atormentan y arriba a una explosiva libertad. Segundo movimiento. Un vivaz “scherzo” con su ya famoso golpe de timbal en el quinto compás. Se suceden escalas ascendentes, descendentes, pasajes de angustiosa marcha en el riguroso compás de 4 x4. Tercer movimiento. Un fagot seguido del clarinete en si bemol. Es un “adagio molto e cantabile” pleno de ternura. Es el corazón del maestro expresado en un tema que va variando de velocidad sin perder dulzura. Cuarto movimiento. Un “presto” que desemboca en el recitativo cuya función es anticipar el modo en que la voz humana entrará en escena. Un barítono que incita a sus amigos a dejar sus tristezas. Luego el macizo coro que dirá las palabras del poeta Schiller que nos dice que solo la hermandad entre los hombres puede contrarrestar el dolor de la vida, con un bello marco musical hasta que todos llegan a apelar a la “chispa divina” que debiera alimentar el espíritu humano.

Tilson Thomas condujo de memoria. La dirigió y la disfrutó. Es un director maduro, sólido, sabio, deja respirar a todo el mundo. No está encima de los solistas ni del coro ni de los instrumentos. Sin embargo todo sale en general como él lo preparó en el tempo que la tradición indica. Errores? Si claro, hubieron, pero sin importancia. No tiene sentido marcarlos. Beethoven estaba ahí. Espléndidas Christine Brewer y Kendall Gladen, ambas de perfecto fraseo y cuidadosa articulación. Griffey superando con calidad los efectos de un pequeño problema de salud. Me dio la sensación que la sequedad climática no le favorece. Y Pisaroni luciendo su afinación, su volumen, su canto generoso y elegante. La orquesta, de la que ya hablé antes, acompañando con eficiencia y el coro, preparado por el maestro Habermann, mostrando que fue uno de los protagonistas de esta emotiva versión. Macizo, de estupendo volumen y excelente dicción, equilibrado en sus 150 integrantes con más voces femeninas que masculinas, como debe ser. Reconozco, esta obra me puede y no consigo ser totalmente objetivo. Cuando llegué a esta magnífica sala de buena acústica, traía conmigo no pocas posibilidades insinuadas. Me retiré feliz de haber estado.

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