El texto teatral del rumano Jacobo Langsner con fuerte presencia de su dramaturgia en el teatro rioplatense, fue elegido con buen tino para celebrar con alegría un cumpleaños más que enorgullece al elenco de ARPI, bajo la dirección de Omar Pizzorno.
La comedia adaptada a la visión pizzorniana sobre un tema universal como es la bigamia, confronta al protagonista consigo mismo y se plantea la negación de la infidelidad como moneda corriente entre los hombres y el mirar hacia otro lado, por parte de cierto tipo de mujeres que prefieren creer en un cuento chino. Los personajes representan cada tipo social con sus intrincados mecanismos psicológicos y cumplen al pie de la letra los requisitos estereotipados de la aceptación/negación/confrontación de un problema milenario.
Langser habrá imaginado, escuchado o supuesto una historia que por parecerse a la realidad, no es mera coincidencia sino mero propósito de mostrar con humor, un costado social común en determinados ámbitos humanos. Viejo problema con mirada nueva, diríamos, en la que el director salteño vuelve a dotar de significado, a una problemática matrimonial que ya no toca de cerca sólo a Buenos Aires, donde la práctica es común, sino también, a nuestra sociedad. Ocurre que en una ciudad grande, las vidas paralelas se hallan con mayor frecuencia y visibilidad, pero hay un dicho popular que dice “pueblo chico, infierno grande” y nuestro habitáculo cotidiano, no escapa de esas comunes rarezas cotidianas…
Ha sido acertada la elección de los protagónicos de un señor de las tablas, como lo es el actor Gustavo García, y de una reina de la escena humorística como María Laura Malap, para esta comedia de corte reflexivo – no acuerdo con la categoría “humor negro” porque no hay un intento de ironizar o de usar el sarcasmo por la que reírse es forzado o amargo sino que la obra mantiene cierta apariencia realista – en donde una hipótesis va siendo confirmada mediante el humor. Quizá, algo del neorrealismo vaya convocando a esta pieza reactualizada, lejos de una cosmovisión de los 80′ y situada perfectamente en los inicios del nuevo siglo. Incluso llega a existir el absurdo no como estética sino como situación manifiesta de Ernesto, el infiel, quien ayudado por su mejor amigo, urde un plan para explicar la bigamia.
La búsqueda de este nuevo realismo, se ve reflejada en la constante referencia al sexo a través de los diálogos de Teresa y Elvira o en la escena en la que Teresa hace alusión a lo bien que la pasa en la cama con el “otro”, para darle celos a Ernesto quien al lado de Vera, niega ser él, el marido de aquella. El sexo también contribuye a la creación del clima que respira la obra, presentado como algo lujurioso e importante en la vida conyugal. Elvira llega a decirle a Teresa que está atrapada sexualmente por Ernesto, sobrevalorando el placer por sobre el amor, sobre todo porque Elvira está aburrida de su matrimonio y se sofoca con cualquier historia erótica.
Un ámbito disímil es el de la cárcel. En medio de amores de clase media, aparece la “profesión” oculta de Ernesto y Rodolfo: son ladrones. Por allí se cuela el perfil de los maridos que aparentan ser una cosa en sus hogares, pero en la calle son otra. La cárcel se ve escénicamente desde un costado cómico aunque es el lugar del castigo social y moral.
Vistosa presentación escenográfica delinea los ambientes por los que se desenvuelven los personajes: Ernesto (Gustavo García), Teresa (María Laura Malap), Elvira (Gaby Vázquez), Vera (Milena Bilen) y Rodolfo (Guillermo Gerchninhoren). El vestuario armoniza con la escenografía representando un equilibrio estético y la iluminación opaca conforma un signo por el que se pinta la desgracia de Vera y Teresa, víctimas del engaño de Ernesto, portador de vidas paralelas.
En Malap y García recae el ritmo de la obra, conforman una dupla que revitaliza el oxímoron y juegan con los opuestos a través del cinismo y la honestidad, la fidelidad y la infidelidad, e incluso la catarsis juega un gran papel a través de la figura del pícaro Ernesto y la sagaz Teresa.
En la segunda función de “La mujer del bígamo” a la que asistimos el pasado viernes 3 de junio en el Teatro La Fundación, se vio a un público disfrutando de esta obra, a sala llena y con una gran aceptación del trabajo realizado por el elenco. El aplauso que recibió el Grupo también tiene que ver con una larga trayectoria y un trabajo serio: recordemos que antes, y del mismo autor, llevaron a escena “Locos de contento”, hicieron “Crónica de un secuestro”, “La primera cena”, “El piloto” (obra de Pizzorno), “Sólo los giles mueren de amor” de César Bríe (que recibió elogios en la Fiesta Provincial del Teatro), etc. Y para ser justa, cabe mencionar también a Carlos Armatta Black, actor y director de ARPI, quien colaboró con el buen nombre del equipo.
Salta 21 desea que esta prometedora obra se convierta en un éxito de temporada y como le dijimos al director de la comedia: “vamos por 10 años más en el teatro salteño”.
– Foto tomada del Facebook
Vidas paralelas en La mujer del bígamo, inundan de humor la escena conyugal
Estimada Romina:
Tu comentario será compartido por lo que vieron a «La mujer del bígamo» y, a los que no la conocen prenderá, seguramente, en una curiosidad latente por ir a la función. La crítica que firmaste, es una elucidación y aproximación a la obra y a la representación. Adhirio, por otra parte, a tus palabras pronunciadas en el homenaje a ARPI y, en especial a Carlos Armata Black. El viejo director, sorprendido por sus propios efectos artísticos, debió soportar el peso de los ideales que, con justicia terrenal, muchos han puesto cuatro décadas en él. Armata Black, tiene un lugar ganado de director intimista, profundo y evasivo de marionetista de cuitas de personajes. Lo que dirigió en su vida fueron representaciones vibrantes, cotidianas, aleccionadoras, patéticas, risueñas y todo adjunto a su estilo de director enamorado del espectador. Siempre sus puestas hicieron teatro sin importarle entrar en la complicación de ser director de actores y no preparador de perfomers. Es que el teatro no tan solo es arte de la escenificación, sino también puesta en acto de ese arte.
Como espectador frecuente de las obras presentadas en Salta, registro el trabajo voluntarista, vocacional y comprometido de ustedes. Creo que ARPI recorrió todos estos años en esa línea de lo posible y, con mucha misericordia, pues se trata de un público aún lego de mensajes y códigos de la obra teatral. Celebro entonces los diez años en que ARPI y yo, nos conocimos, solamente mediados por la fantasía, recibiendo de mi parte la dirección de Omar Pizzorno y su escenografía siempre encuadrada a lo que envía al pública. Desde mi butaca, diez años años vengo haciendo el papel del visor soberano de todo eso y también el ejercicio de la crítica, muchas veces pública. Como un perseverante del buen humor y las palabras equívocas de la comedia, me lo merezco Romina, me lo merezco. Asi, en otras ocasiones, también creí ganar tus puestas que inducen hacia cierta imposibilidad del amor y el reencuentro por la otra parte de una condición humana dividida, una de tus más hermosas obsesiones estéticas. Tu estilo lanza sin esperas y con convicciones la marca de la femeneidad de tus actrices, mágicas y suaves en circunstancias límites. Así marcas tu dramaturgia. Y no es una cuestión antropológica de género, sino el sentimiento creador de tus direcciones actorales que insisten en lo demasiado humano. Dichosos ustedes, los que hacen teatro en una Salta poco apercibida del esfuerzo que eso significa.
Rodolfo Ceballos
Vidas paralelas en La mujer del bígamo, inundan de humor la escena conyugal
Muchas gracias Romina por tus deseos!
El querido Negro Armatta recibió un gran aplauso de parte de todos los «arpianos» y del público cuando nos acompañó el día del estreno.
Cariños
Omar Pizzorno