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viernes, abril 19, 2024

Vivir como okupa

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Alfredo, Ayda, Héctor, Benigna, Berta, Eusebio. Más allá de la toma ilegal, las historias de los ocupantes del Parque Indoamericano reflejan desesperación y necesidades. Y el rostro humano que trasciende la violencia, el prejuicio y la puja política.

Al quinto día y al tercer muerto de la toma en Soldati, el clima pasó de caluroso a fresco y Ayda Marioli Sanizo tuvo que correr hacia su pieza de la Villa 20 para buscar un buzo canguro. La temperatura bajó 10 grados, y lo que hasta hace cinco minutos era una tarde primaveral cedió ante un viento loco que ya perturba a las moscas y despeina a los movileros de la TV. Las nubes se multiplican y se ennegrecen en cámara rápida. El cuadro general es el de una película norteamericana en la que el fin del mundo se anticipa así, con un diluvio inminente, sobre un país periférico. La Argentina, entonces. Zona Sur de la Ciudad de Buenos Aires. Casi 15.000 personas ocupando las 130 hectáreas del Parque Indoamericano, en lotes delimitados con piolas, telas y cintas de peligro. Drama en la tierra y, ahora, drama en el cielo. Una continuidad paisajística, además, por lo triste y por lo gris. Porque sólo con humor electoral se puede decir, tal como teatralizó el alcalde Mauricio Macri en conferencia de prensa, que este escenario del apocalipsis es un “pulmón verde de la ciudad”.

El parque está dividido por un camino de tierra que lo atraviesa, con palmeras salpicadas a los costados. Tiene entrada por la Avenida Escalada, justo frente a la escuela de cadetes Coronel Ramón Lorenzo Falcón, de la Policía Federal, la fuerza sospechada de haber asesinado a dos manifestantes, Bernardo Salgueiro, de 22 años y nacido en Paraguay; y Rosemarie Churapuña, boliviana, de 28.

De la calle de las palmeras hacia la derecha y hasta las vías del tren Belgrano Sur, el Indoamericano es un verdadero baldío, un pajonal abandonado, un juntadero de basura, de bolsas de plástico, de botellas de vidrio y de restos de autos. Un parque que desanima y empuja a la melancolía. Una antipostal turística, el reverso estético de Plaza Francia y Palermo Hollywood, los espacios públicos que, en la misma conferencia de prensa, Macri empardó con el Indoamericano.

Ahí, en ese ámbito, Ayda Marioli Sanizo y su marido, Alfredo Gandarillas, padres jóvenes de Jenifer y Daiana, se instalaron en un terreno de 7 metros por 5 y construyeron una carpa natural, hecha con maderas y paja encontrada, más una sábana marrón traída de la casa.

Ayda ya volvió de la Villa, la “Viia”, según pronuncia esta morocha de 30 años, con aros dorados en cada oreja y un par de dientes plateados. Se trajo el buzo en la mano y una botella de dos litros de Manaus Naranja. Alfredo se quedó. El código es ése: si uno se va, el otro se queda. Carmen, la delegada del sector que corresponde a su lote —la organización interna en la toma dispone de un representante cada 50 familias— les avisó que “hoy pasan a censar”, y entonces ellos se ilusionan y esperan. Además, Alfredo explica a Newsweek que “por ahí hay unos paraguayos que se drogan y roban”.

En Villa Soldati, a las 5 de la tarde, los remolinos y los truenos asustan. Ayda se hace visera con el buzo. Mira las nubes y la “choza”. Y le pide “que resista, que resista”.

En un minuto se pondrá a prueba toda la pericia constructiva que Alfredo heredó de Félix, su papá, hoy residente del barrio Esperanza, cerca del Puente La Noria. Su orgullo y hombría, también, se jugarán con la tormenta. Él, de 29 años, cuerpo farináceo al viento, chiva de tres días, ojotas, short azul de la Selección argentina y una remera que parece la de Vélez aunque es la del San José de Oruro, no habla, pero, se nota, se tiene fe.

– Por Andrés Fidanza – Newsweek.

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