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domingo, noviembre 24, 2024

Eva

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¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal?¿Quienes son los buenos?¿ Quienes los malos? Y dándonos repuestas construimos nuestro propio código legal y moral dividiendo nuestro mundo antagónicamente cayendo en una guerra fraticida en el intento de eliminar al que no se encuadra dentro de nuestro pensamiento que son muchas veces fruto de nuestras experiencias y así pendulamos en la historia: matamos y morimos-morimos y matamos porque nos creemos jueces y a la vez somos acusados.

Resulta interesante la dinámica con que se desarrolla en el tiempo la opción entre el bien y el mal.

En el relato bíblico (Gen 3,1-7) se presenta la forma en que se comete el “pecado” de una manera clara, teniendo como núcleo este mensaje la significación de querernos poner en el papel de creadores o establecedores del bien y del mal.

Creemos con firmeza en nuestra verdad atestiguada por los estigmas de nuestra vida y así la imponemos bajo un manto de inmaculado subjetivismo.

Pero resulta que de tanto andar esta rueda pendular solo nos deja una sabia enseñanza en la historia y es de que la justicia en manos del hombre causa injusticia.

¿Qué derecho se reconoce en el otro? ¿Qué o quién nos hace autores de estos derechos? Vagamos por el camino de la autonomía como si fuéramos auto-engendrados, auto-creados, auto-realizados….

La distorsión de los derechos que se reclaman alcanzan rangos increíbles como por ejemplo: confundir los derechos del matrimonio tradicional con los derechos de la pareja homo sexual o bisexual y por favor que se entienda, esto sin el más mínimo ánimo de segregar a nadie. O confundir los derechos de una madre fulminando al niño que está en su seno sin ni siquiera ser consciente de esta otra vida, como si ser madre fuese algo a-natural o contra-natura o como si ser niño fuese algo que se decide desde los libros legales.

Para qué vamos a hablar de las posiciones ideológicas que se establecen en las sociedades hace siglos desplazando a la persona de su lugar inmanente o de sus derechos naturales bajo el pseudo lema de “estamos con uds.: los pobres, los necesitados, los excluidos” y sin embargo estos mismos (ya vengan desde la promesa del paraíso rojo o desde la promesa del paraíso del bienestar) producen pobres, necesitados y excluidos demostrando de esta manera el error de sus verdades empírica o prácticamente.

Quizás una mirada más profunda hacia el interior de sí-mismo, de uno mismo, nos conduzca a aciertos más felices. Los signos de la felicidad son, por ejemplo, la auténtica alegría, esa que se festeja sin medida sanamente y que perdura. La tranquilidad para enfrentar imprevistos que puedan afectar al ser querido y aún al otro que poco o nada conozco. La claridad para distinguir entre lo bueno y lo malo sin dudar de los principios básico de la existencia, esos que subyacen en el alma, en la profundidad del corazón de todos nosotros y que algunos por intereses oscuros intentan deliberadamente adormecer con el “opio” que inhalamos en esta sociedad consumista o en aquella otra empobrecida culturalmente invitando a fanatismos drásticos y trágicos… Muchos son los signos de ”la felicidad” que están engañados y confundidos llevándonos a tomar caminos hacia la nada en la preciosa experiencia de sentirnos vivos.

Es urgente recuperar la libertad de sentirnos dueños de nuestra propia bienaventuranza y así seguramente la palabra “Paraíso” no nos sonará vana o irreal, sino más bien será expresión de nuestra realidad concreta.

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