El jueves 1 de octubre vimos dos obras: a las 20 “Flia” en La Fundación y a las 22 “Stefano” en la Juan Carlos Dávalos, la obra clásica del grotesco criollo de Armando Discépolo. En la segunda obra hubo gran afluencia de público y mucha expectativa. En el centro del drama con Discépolo, dirigida por Guillermo Cacace.
En Stefano , la obra que se presentó en el 1º Corredor Nacional El país en el país con el sello “Late alto el teatro” se advierte una contradicción genérica. En esto voy a coincidir con muchos estudiosos sobre la dificultad de llevar adelante la propuesta de Armando Discépolo, escéptica, recargada de un dramatismo que se fusiona con el patetismo. El autor escribió la obra con la temática del momento, inspirado en la idea de que nada puede cambiar. Armando Discépolo fue un destacado director teatral y dramaturgo argentino (1887-1971), creador del grotesco criollo y autor de varias obras clásicas del teatro argentino como Stéfano , Mustafá , El organito y Babilonia , entre otras. El conocido poeta y compositor de tango, Enrique Santos Discépolo, era su hermano.
El personaje protagonista de la obra dirigida por Cacace, responde a la idea discepoliana de la frustración y la inadaptación por una falsa idea de sí mismo. El autoengaño del personaje cumple su desdichado plan: convencerse a sí mismo de lo que no es- en este caso un músico de talento- y convencer a los demás. Casi como “La nona” – esta es metafórica por supuesto-, devora a su familia con el padecimiento y el sufrimiento a partir de una idea errónea sobre el pasado y el presente hasta que Pastore le dice que desafina y por ello no pertenece ni volverá a pertenecer a la orquesta, de la que lo han echado porque “hace la cabra”. La anécdota es bien conocida por todos.
Se trata de unos inmigrantes que han llegado a Buenos Aires a comienzos del siglo XX con la idea de progresar y fracasan en la empresa. Stefano tiene tres hijos- vivos- de los cuales uno está en “otro mundo”, la hija es boba y Esteban, el culto, tampoco encaja en el parámetro del éxito. Cuando Stefano descubre que no es genial, hasta aquí ha pertenecido durante diez años a la orquesta donde tocaba el trombón, se produce el derrumbe total: el hombre asiste a la desintegración total.
Ahora bien, en esta obra, el personaje protagonista, Stefano, aparece un tanto desintegrado desde un comienzo y aunque resulta visible su caída sigue en el mismo plano dramático de una primera parte, de tres que se dan en él, hasta el siguiente, que es la animalización.
El exceso de dramatismo – sin visos grotescos- con aires realistas, desdibuja la “caída de la máscara” en una forma expresiva teatral convincente- y con ello aludo al género netamente; no así en el trabajo físico del actor que repone, a fuerza de un estado diferente, un aspecto corporal de encierro en sí mismo como una especie de aislamiento que podría conducirnos al grotesco. Difícil, sumamente complicado para un director que sí logra la ambientación deseada para el desarrollo del drama desde una propuesta también realista y que condujo a sus actores por el drama total. En el público se manifiesta una suerte de percepción catártica en el llanto que provocaron algunas situaciones; es decir, nos traslada al sentimiento pleno de compasión, comprensión y dolor por el personaje y con ello cumple el plan discepoliano de la identificación rota. Nos vamos sintiendo la desgracia al extremo, demasiado doliente, extra doloroso. Insoportable. Tanto así, que muchos no pudieron salir de sí y les costó aplaudir.
Si se pudiera establecer esta categoría para pensar la obra sería: una obra de epítetos. Drama dramático; boba boba; llanto lloroso; vejez vieja; dolor doloroso. Esta ausencia de matices que se reivindicaron en algunas escenas dramáticas que provocaron risa reflexiva, nerviosa, disfuncional o catártica, suplieron esa cualidad exacerbada. Una obra de extremos extremistas.
Una buena obra. Me pregunté si es válido transgredir el género o quizá transformarlo. Pensar en un grotesco criollo moderno. No sé. Sí sé que hasta donde uno se hace la pregunta, nos vuelve a aparecer la idea del aislamiento del autor, la ruptura del ser, el hermetismo en esa imagen transmitida por Stefano sobre la ostra… el plan discepoliano se cumple.
Por eso, señalo, es contradictoria la apuesta del director. Y uno se pregunta dónde quedó en Stefano la animalización, lograda por una postura corporal y no por ese factor interno y caricaturesco del grotesco, cuando antes de morir, lo hace balando. El director pone una justificación dramática doliente más, y no enfrenta una actitud monstruosa.
Quizá la pincelada más clara del grotesco se nos presenta con Pastore. Radamés, por ejemplo, está armado desde el realismo y conmueve hasta los huesos. Y no por ello dejamos de ver las marcas del autor, no del género sino del dramaturgo.
No fluye la ironía por ejemplo. No hay ironía sino burla de Stefano hacia su familia, cosa que pretende envolvernos en una complicidad para hacernos ver que los ridículos son los padres viejos, dos ancianos que se muestran decrépitos, que viven en la pobreza, que dan risa en la burla del personaje… aparece algo más clawnesco que grotesco. Con ello no vemos al antihéroe sino a la víctima de su familia- algo que en Discépolo se aloja en la sociedad. Lo patético se vuelve hacia los demás y no hacia sí. Por ello no se rompe tajantemente la “máscara” y no se ve claramente la animalización. Pero hay resultados. No olvidemos que Discépolo nos conduce a la acción en forma directa, y en esta obra la hay.
Finalmente el resultado es muy bueno. Los actores tienen talento, muestran grandes actuaciones. La crisis es completa. El desarme es arrojado al público. No sólo Stefano se desintegra, nosotros, también.
– Dato: Ganadora en los premios MARÍA GUERRERO Director – Actor Protagónico. FLORENCIO SÁNCHEZ Director – Actor de reparto – Música original. Espectáculo seleccionado en el FIBA.
– Actuación: Carmen Luciarte (María Rosa), Jorge Nicolini (Don Alfonso), María Sol Cintas (Ñeca), Andrés Molina (Radamés), Silvia Dietrich (Margarita), Miguel Sorrentino (Esteban), Raúl Ramos (Stéfano), Antonio Bax (Pastore)
– Música original: Patricia Casares
– Diseño de luces: David Seldes
– Escenografía y vestuario: Lala Celeznoff-Guillermo Cacace
– Asistencia de dirección: Lola Banfi / Realización de vestuario: Emilia Martins / Operador de luces: Mariano Arrigoni / Operación de sonido: Romina Padoán
– Colaboración artística: Julieta Abriola
– Asistencia de Producción: Julieta De Simone
– Dirección: Guillermo Cacace
– Producción general: Grupo Apacheta
Flia.
Dirigida por Ana Sánchez. Es la única referencia que figura en el programa de mano del Festival. Esta obra es una especie de fotografía familiar, con conflictos actuales entre sus integrantes. Hablan todos juntos en escena y se plantean situaciones cotidianas que de tan cotidianas, se vuelven aburridas. No se destaca escenográficamente, argumentalmente ni actoralmente. Quizá es una excusa para hablar de la familia.
– Sinopsis: Los personajes se presentan según quiénes son y a qué se dedican, con sus deseos y sus Proyectos y durante el desarrollo se irán tejiendo los vínculos. Vínculos que darán por resultado una familia en la que hay una ausencia significativa y determinante: la madre.
Dos hijos en edad escolar, dos padres, dos hermanos en disputa por la casa y una mujer que busca su lugar dentro de este grupo familiar. Todos se encuentran y circulan alrededor de una mesa familiar en la que no es siempre la comida lo que los reúne, sino los conflictos expuestos o silenciados, la búsqueda de respuestas a esa ausencia y los recuerdos que si bien son compartidos no son coincidentes. Cada uno arma su propio álbum retratando a los otros en el pasado como un recorte de la memoria.
La vida familiar es el punto en común de estos siete personajes cuyos destinos son muy diversos, pero siempre signados por esos vínculos que los constituyen como familia.
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