Desde los violines en “pianíssimo” se advierte la intención del autor de crear un clima de profundo sentimiento. El colorido sonoro de la conjunción del coro visitante y el local, fue tratado justamente de este modo y de allí sus contrastes en intensidades acordes con el texto.
Salta, Jueves 14 de octubre de 2010. Iglesia de Nuestra señora de La Merced. Coro Polifónico de Río Cuarto (Córdoba). Coro de la Universidad Católica de Salta. Grupo de Músicos de la Orquesta Sinfónica. Lux Aeterna para coro mixto y orquesta de cámara de Morten Lauridsen (1943). Director Mº Jorge W. Lhez. Aforo 95%.
Enfrentar desde un punto de vista exclusivamente crítico, una obra nueva, no es tarea fácil. Hay una multiplicidad de detalles a contemplar por parte de un arco tan grande que va desde aquel oyente que solo puede decir “me gustó o no me gustó”, hasta el auditor avezado que aún no conociendo el autor ni la obra, está en condiciones de aportar un punto de vista más completo.
Estaba en el concierto, justamente una de las personalidades de la música coral en nuestro país. Me refiero al Mº Juan Argentino Petracchini, salteño de nacimiento pero radicado desde hace muchísimos años en San Juan. Y me place contar que coincidimos en las apreciaciones.
La obra de Lauridsen, compositor norteamericano que en algún momento de este siglo estuvo nominado para un premio Grammy, trata, sobre la base de textos religiosos de distintos orígenes, de la luz perpetua que por la gracia del Señor, debieran recibir los muertos que en vida fueron rectos y por tanto no merecedores de las tinieblas. Desde los violines en “pianíssimo” se advierte la intención del autor de crear un clima de profundo sentimiento. El colorido sonoro de la conjunción del coro visitante y el local, fue tratado justamente de este modo y de allí sus contrastes en intensidades acordes con el texto. Escuché otras obras del autor donde la idea era impactar al oyente. No es este el caso, por suerte, sino por el contrario la música instrumental rodea la voz humana y le da consistencia. A ello hay que sumar los espacios de breves recitativos “a capella” lo que finalmente corona un trabajo cargado de misticismo.
Estas características tuvo el trabajo conductor del maestro Jorge Lhez, convertido desde hace tiempo en uno de los intérpretes importantes que tiene Salta. Su batuta fue precisa, su gestualidad medida y firme y la expresividad emanada de su brazo izquierdo buscó y encontró lo requerido por el compositor. En suma, una bella obra bien ofrecida.