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domingo, noviembre 24, 2024

Homenaje a La torre de cubos de Laura Devetach‏

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Alfaguara reproduce textos sobre el libro que la dictadura prohibió, haciéndoselos conocer a la autora. Salta 21 recibe estos textos y agradece que nos hayan hecho partícipes. Próximamente, saldrá a la luz el libro de Laura Devetach.

Textos sobre La torre de cubos

I

Las primeras incursiones literarias de Laura Devetach surgieron dentro de un movimiento cultural que comenzaba a gestarse hacia finales de los ’60 y que traía algunos cambios y rupturas en la producción editorial para la infancia, hasta ese entonces reducida casi exclusivamente a relatos tradicionales repletos de mensajes moralizantes y didácticos. Devetach, al igual que otros autores de ese periodo, se instaló como una voz poética que transgredía ciertos estereotipos, que no se limitaba a recrear las convenciones del cuento maravilloso sino que exploraba a través del lenguaje literario imaginarios infantiles mucho más ricos y amplios, y que le hablaba a los niños sin subestimaciones porque confiaba en sus potencialidades lúdicas y su sensibilidad estética. A partir de esa época, y en esa misma dirección, esta autora desarrolló una prolongadísima y multifacética trayectoria en diversos planos de la realización de objetos artísticos y culturales para la infancia (en el teatro, la TV, la docencia, el periodismo, la edición de revistas y libros, etc.).

La torre de cubos, que constituye su primer libro publicado para niños, se editó por primera vez en 1966, en la ciudad de Córdoba. Este libro, que recogía una serie de cuentos que habían sido premiados previamente en diversos concursos literarios, era portador de una retórica original e innovadora para ese momento. Ya podía adivinarse en ese conjunto de narraciones el incipiente lirismo de esta autora, con abundantes referencias a la vida cotidiana — sobre todo en el entorno rural—, a los problemas existenciales, a las carencias de los más desfavorecidos, y en manifiesta adhesión a los ideales progresistas. Esta obra fue muy bien recibida y elogiada por la crítica, pero al mismo tiempo causó incomodidad y rechazo entre otros miembros de la sociedad que no tardaron en acusar y denunciar su irreverencia. Se avecinaban tiempos de censura y represión para toda esa libertad expresiva. En 1976 por decreto del gobierno de facto La torre de cubos fue prohibida, argumentando «simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentes». Sin embargo, los cuentos que integraban este libro siguieron circulando de modo invisible para los ojos de opresores y detractores gracias a la complicidad de muchos maestros y también libreros de todo el país que resistieron los embates del golpe militar. Con el advenimiento de la democracia los controles totalitarios instaurados por el Proceso caducaron y La torre de cubos se publicó nuevamente en 1985, en un contexto más libre que volvía a propiciar y revalorizar a los chicos como sujetos lectores de obras literarias, libros que postulaban un lector diferente al de los textos escolares oficiales.

Transcurrieron 45 años, todos estos antecedentes podrían dejar estigmatizada a La torre de cubos como uno de los tantos libros que prohibió la dictadura, sin avanzar en la reflexión que nos propone su lectura en el presente. Estos cuentos hablan de universos infantiles cotidianos y palpables, en los que la frontera entre fantasía y realidad se relativiza, para volverlos mundos superpuestos e inclusivos. Una nena construye una torre de cubos con una ventana hacia mundos imaginarios llenos de cabras, colinas azules y durazneros; un señor comparte con los chicos de su barrio los frutos de una planta de la brotan cuadernos; un deshollinador desocupado que sabe dibujar caminos con el hollín se pierde en el trajín y la indiferencia de la gran ciudad; un monigote solitario y tuerto salta de la pared donde fue dibujado para entablar relación con un niño; un peoncito de una estancia monta un caballo hecho de espuma que sólo se deja ver por las noches; un chico se traga el silbido de un tren y crea un nuevo lenguaje; una nena y su gato ven cómo cobra vida el pueblo que ella ha dibujado sobre la pared de la cocina; tres marineros de papel quieren averiguar qué cosa es el mar. La materia creativa de estos cuentos es el juego y la imaginación infantil, porque adonde está el juego también está el arte, es decir la literatura.

Una reedición puede asumirse como un superficial cambio de lustre, con algunos retoques en el envase para dar idea de novedad o tal vez como una especulación oportunista detrás de las tendencias del mercado o de la coyuntura. Sin embargo, esta tarea de rescate editorial puede surgir a partir de la convicción del valor de una obra que merece volver a salir al encuentro de los lectores. Pienso que la recuperación de un clásico como La torre de cubos nos plantea a todos los mediadores — padres, bibliotecarios, docentes, críticos, talleristas, libreros, editores, etc. — el desafío de trascender la pura exaltación melancólica y mistificadora del pasado para indagar qué nuevos sentidos y desconciertos nos provoca su lectura.

– Mónika Klibanski

Docente, crítica especializada en Literatura Infantil y Juvenil, colaboradora del portal educ.ar.

II

Laura dice en una de las ediciones que el libro se le ocurrió en 1964, el año que nací. Su primera edición fue en 1966, pero me quedé con la fecha del origen que lo hace más mío y guardo La torre de cubos (atesoro varias ediciones) que tiene exactamente los mismos años que tengo. Un libro que han leído mis hijas y aún sigo leyendo a mis sobrinas, a los docentes, en mis talleres, clases o charlas.

Éramos adolescentes, teníamos quince años La torre de cubos y yo, cuando el 23 de mayo de 1979 el Ministerio de la Provincia de Santa Fe lo prohibió en las escuelas primarias.

El cuento que más me gusta es La planta de Bartolo, la historia del buen Bartolo que un día siembra un cuaderno y al tiempo la planta da muchos cuadernos. El problema para el vendedor de cuadernos, que se indigna terriblemente, es que Bartolo los regala. El vendedor quiere la planta porque le arruina el negocio pero Bartolo no cede. Los chicos del pueblo estaban felices “… escribían y aprendían con muchísimo gusto”, dice el cuento lo cual debe haber resultado terriblemente peligroso para quienes en ese momento estaban en el poder. Como si esto fuera poco Bartolo posee dos cualidades no muy frecuentes: es honesto y generoso. Este cuento me acompañó en la primera Conferencia que dí en mi vida, en La Habana en 1999 y cuando terminé las personas lo querían comprar a cualquier precio, claro que como el buen Bartolo lo regalé. Pero tenía uno solo. Luego llevé ejemplares cuando regresé al mismo lugar dos años después.

El libro es un clásico y pionero de la LIJ argentina. La escritura tiene poesía, magia, realidad y animismo. Un libro para chicos y grandes donde se puede soñar pero también ver la realidad y cada cuento nos permite cuestionar y disfrutar una parte del universo de los niños y de los adultos, de la vida, de los sueños; pero sobre todo se respira en cada página libertad. Pese a los decretos de prohibición es un libro que fisuró todos los tiempos, perduró y perdura porque ante todo es literatura. El trabajo con el lenguaje, el mundo pequeño que, en definitiva, es un mundo “grande” resulta transgresor y auténtico y se ha transmitido a lo largo de varias generaciones. Quienes lo leímos en una etapa de nuestras vidas lo volvimos a disfrutar con nuestros hijos. Celebro la reedición con una torre de emociones, como Irene que no solo llegó a las colinas sino que vio como se podía vivir mejor y regresó para contarlo.

III

Conocí La torre de cubos en la edición de Huemul de 1973, ilustrada como la primera por Víctor Viano. El ejemplar que todavía conservo tiene un formato cuadrado que me parecía y me sigue pareciendo muy amigable y atractivo. Lo leí gracias a la directora del jardín de infantes donde comencé a trabajar en 1977, en Florencio Varela. Creo que su nombre era Silvia, no recuerdo su apellido ahora, pero tengo presente su preocupación por leer a los chicos los mejores libros que circulaban en aquella época, muy pocos. Época oscura, que inauguraba las incomprensibles prohibiciones de los libros, entre ellas la de La torre de cubos. Más tarde tuve en mis manos la copia de una de las resoluciones que se enviaron a las escuelas, la nº 03720 del 7 de octubre de 1977, firmada por el Gral. de Brigada (RE) Ovidio J. A. Solari, Ministro de educación de la Provincia de Buenos Aires. Luego también llegaría a mis manos la resolución nacional de 1979, donde se prohibía el libro por “ilimitada fantasía”, entre otras cuestiones irrisorias. Transcribo los datos porque aquel texto del horror y el absurdo ahora se vuelve testimonio de tanta incomprensión e ignorancia y, parece irreal.

Sin embargo no quiero ahora referirme a estas censuras, sino a las otras que también circularon entonces y quizá movieron a aquellas “de decreto” y que también merecieron la reflexión de Laura Devetach en varias oportunidades. Me refiero a las censuras más íntimas y por eso tal vez más intolerables de quienes no soportan perder el control de la vida tal como la conciben, la arman o la pueden vivir. Devetach con este libro logró crear un mundo en sí mismo que devolvía quizá muestras de algo que no estaban acostumbrados a ver en los libros.

De ahí que Laura ha propuesto, cuando se habla del tema, no sólo referirse al proceso militar con “sus desgraciados mecanismos”, sino también “describir otros tabúes escondidos”, que estaban ocurriendo desde antes.

Años después, elegí La torre de cubos para integrar un trabajo de investigación sobre la LIJ en la Argentina (Fondo de las Artes, 2005). Allí buscaba indagar sobre la evolución de la literatura infantil a través de libros que marcarían un punto de inflexión y avance. Se trataba de libros publicados entre 1960 y el año 2000 que, a mi modo de ver, son insoslayables, entre ellos por supuesto estaba La torre de cubos.

Laura Devetach tiene en su obra rasgos comunes con los escritores que la precedieron (Tallon, Nalé Roxlo) y sentaron una incipiente base para lanuela literatura infantil y otros rasgos, que comparte con sus contemporáneos (Villafañe, Walsh), pero va en un sentido muy particular, que la distingue. Ella inaugura una narrativa que a través de la fantasía busca reflexionar sobre la realidad, tiene un estilo con otro tipo de humor, menos satírico, que roza el absurdo, pero no llega a ser desembozado. Su obra es profunda y a través de ella logra cuestionar, innovar y generar una presencia inquietante dentro de la literatura infantil argentina.

Sin duda Laura Devetach con este libro comienza a romper con las propuestas vigentes hasta entonces. Como ella misma dice “Veníamos con una literatura para chicos de voz maternal, prolija, previsible, de óptica adulta, esa es mi definición. Cuando irrumpen voces distintas hay reacciones, y una vez más en el mundo, lo prohibido o prohibible es lo diferente. Fue lo que no entraba en la lista de lo oficial aceptado.” (Entrevista con E.Boland, 2005).

No podemos perder de vista el contexto de entonces para comprender el valor de su aparición. Por momentos puede ser recargado en su lenguaje poético o demasiado explícito en los mensajes, pero era lo que había que hacer en esa nueva fundación. Con el trabajo del tiempo y la escritura su obra refleja un estilo despojado y económico.

Hay que resaltar que Laura Devetach, mirando en perspectiva, trajo una visión nueva, con la incorporación de temas poco tratados, con un enfoque diferente de los vínculos en la familia y entre las personas en general: padre y madre que trabajan y niños que quedan solos en la casa; niños que escuchan y ayudan a los adultos; la solidaridad y la comprensión en los vínculos humanos; la realidad hostil y utilitaria; los ricos y los pobres…

Dice la autora (Imaginaria, Nº 134, 2004) “no había un material que incorporara esos temas… pienso que hoy sería interesante que alguien hiciera una relectura de La torre de cubos teniendo en cuenta el momento histórico cultural (…) y más adelante agrega: “Yo no tenía conciencia de qué cosas disparaba a través de La torre de cubos. Desde las transgresiones a nivel del lenguaje, a otras búsquedas y llevar al campo de los chicos cosas que no eran juguetitos, sino que eran palabras. Me cuesta hablar, no le estoy poniendo signo a esto, fue un desafío mío, porque si bien tiene todas las marcas de un libro hecho para chicos, habla desde la literatura (…) Y continúa con la reflexión: “más adelante, cuando vino el proceso creo que hicieron lecturas más gruesas… Había dos tipos de argumentos: los que están en los Decretos que eso se puede leer en Oficio de palabrera o los decretos de pasillo, que eran los reales. Por ejemplo, molestaba un montón que una chica durmiera en la cocina y se quedara a cocinar mientras los padres salían a trabajar.” O en otra oportunidad, cuando enfatiza el decir de la época: “¡¿Cómo ponerse a hablar de una chica que se queda sola en la casa, que la madre no está, cómo la abandona, qué modelo está dando…Y dormir en la cocina… y dejar que dibuje una pared…?! Es muy grueso lo que digo y hoy parece absurdo, sin embargo, en aquel momento era determinante…”

Lo que Laura intentaba mostrar era que esas cosas eran parte de la vida de la gente, incluso la propia, y nadie se escandalizaba por eso en la realidad de todos los días. Sí, cuando apareció en un libro.

En La torre de cubos también aparecen personajes diferentes como el del deshollinador. Nadie se animaba a poner un personaje tan especial (salvo Javier Villafañe) como ese hombre, con un oficio desvanecido, que estaba triste y sin trabajo, hasta que se le encuentra un lugar en la historia que cuenta una escritora. No era habitual en un libro para chicos.

Pero además de una temática transgresora, hay que resaltar el trabajo con la literatura, la sugestión poética que la autora lograba plasmar en los textos.

Desde siempre ha sostenido que la literatura destinada a los chicos ante todo debe ser literatura, con los mismos problemas y cuestionamientos que muestra la literatura en general. “Considero que el chico –decía en una entrevista para Clarín de 1969- se ha convertido en un público consumidor que la gran industria decidió explotar. Y allí está el problema. Se escribe por encargo y toda literatura por encargo responde a ciertos ítems. Así como la literatura femenina explota lo erótico, lo amoroso en el mal sentido de la palabra, para los chicos se busca la enseñanza, la moraleja, la ñoñería por que sí. Sin embargo el niño es un consumidor de arte y va tomando lo que su grado de madurez le permite; entonces no hay por qué darle conceptos prefabricados (…) Yo trato de crear un mundo donde el absurdo y el disparate no dejen de ser reales. No estoy con una fantasía que desarraigue al niño del mundo que lo rodea. En mis cuentos la magia como solución no existe y cada uno debe bucear dentro de sus posibilidades para enfrentar los conflictos.”

Sin duda, Devetach es una escritora que también cumplió con una misión como editora y docente y desde esos lugares defendió la postura de abrir puertas frente a una literatura infantil que se ofrecía a los niños con marcada finalidad didáctica y moralizante. Creyó en aquel momento de La torre de cubos, como ahora, que la fantasía debe poner en contacto a los chicos con la realidad, ayudarlos a leer la propia realidad, para comprenderla e intentar cambiarla. De ahí que en estos ocho cuentos que forman La torre de cubos no hay soluciones mágicas. Las cosas de la vida cotidiana se resuelven con las posibilidades que cada individuo tiene para enfrentar la realidad. Se trata de personajes comunes que se asoman a veces al mundo de la fantasía para volver fortalecidos a la realidad de todos los días. Lo cotidiano irrumpe en la fantasía. Ése es el planteo de la obra.

Otro de los aspectos por los cuales el libro fascinó a unos y disgustó a otros fue el uso del lenguaje. El libro registró “otras hablas”, hizo una ampliación del lenguaje que incluía el lenguaje de otras clases sociales y eso no era usual. Así como el uso del vos y la incorporación de palabras del interior, como “cascote”, por ejemplo, que no se utilizaban en la ciudad y no aparecían en la literatura para niños. Algunos hasta llegaron a considerarla en la línea de los “deformadores del lenguaje”. A propósito de esto, Devetach recordaba un episodio que le ocurrió en Radio Nacional de Córdoba, en una oportunidad que la invitaron a leer sus cuentos y el director de la radio de ese momento, quien ya había manifestado reservas hacia la escritura de otra autora como María Elena Walsh, le preguntó a Laura: -“¿Usted se inscribe en la corriente de los deformadores del lenguaje?”

Sin embargo el interés de la autora siempre estuvo puesto en defender y poner en valor esas palabras propias de una región, lo que hace a una lengua distinta y que la llevaron a preguntarse “¿de dónde salen esos ritmos?, porque no salen de la literatura, salen de los ruidos de la vida”.

Ella sostiene que todos hemos tenido una historia personal atravesada por esos ritmos que nos han quedado y que después al insertarse en la cultura se mejoran o se cercenan, y su preocupación está puesta en hacer esa distinción.

Por eso en La torre de cubos observamos un lenguaje coloquial, el de los chicos y el de la época. Se atiende no sólo a las palabras de la ciudad, sino a las del pueblo y las del barrio, con las cuales se incorporan otras realidades. Por momentos era irreverente (“una cabra le sacó la lengua” en La torre de cubos); expresiones comunes al sentir de los argentinos (“estaba sentado en el cordón de la vereda, llorando”, en El deshollinador…); sugerentes e inquietantes para la cultura oficial de la época (“con el vértice de sus piernas rozó el último cubito”, en La torre de cubos, o “tanto y tanto se rieron los chicos al ver al vendedor con sus calzoncillos colorados”, en La planta de Bartolo).

Nochero quizá sea el más logrado de los cuentos, equilibrado en su composición y uso del lenguaje poético para contar una historia muy mágica con situaciones y personajes cotidianos. Otro de los cuentos que merece destacarse es El pueblo dibujado, donde una niña es la protagonista en la creación de un pueblo dibujado en la pared y establece un diálogo permanente con los duendes que lo habitan, duendes que cuestionan y viven problemas como en cualquier pueblo.

Es muy interesante para entender la enorme trascendencia que tuvo la publicación del libro, leer las opiniones que aparecieron entonces. La torre de cubos no sólo encontró lectores, sino también especialistas que se hicieron eco de la obra. Es notable, dado que no era frecuente en esa época la repercusión de los autores y libros para niños. Sin embargo, tanto en Buenos Aires como en el interior, aparecen testimonios de su lectura y, como ya hemos referido, van desde críticas favorables, con fundamento, hasta disidencias autoritarias, y sobre todo consideraciones extraliterarias muy simplificadoras. Entre las primeras, en el tiempo y por su profesionalidad, merecen destacarse las de Delia Etcheverry, en una carta de 1967 o para la segunda edición, la de María Hortensia Lacau para La Prensa en 1975.

Eran tiempos donde los libros para chicos que circulaban no eran tantos, o mejor, no eran tantos los libros diferentes (en las librerías se podían encontrar los cuentos clásicos; Javier Villafañe, María Elena Walsh, Murillo y algunos otros); se hacía necesaria la construcción de un nuevo lector para esta literatura, que tenía varias vertientes y había sido subestimada. En ese terreno nació y se leyó La torre de cubos.

– Elisa Boland

2 COMENTARIOS

  1. Homenaje a La torre de cubos de Laura Devetach‏
    Interesante análisis. La torre de cubos sigue pinchando las ideas. Está allí la denuncia al racismo que impera en nuestro país. Los «negros» son la mayoría de los habitantes, los que tienen raíces en los pueblos originarios. Nos deja tarea pendiente La torre de cubos. Aún este gran problema está ausente como discusión social y política. El racismo se campea a sus anchas con sus injusticias materiales y simbólicas.

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