«Un mismo árbol verde» de Claudia Piñeiro, es una obra de teatro magnífica. Desde una focalización interna e invadiendo la psicología interior de quienes han sido llevadas hasta el paroxismo del dolor, se exhibe el holocausto del pueblo armenio y la desesperación por los desaparecidos de la dictadura militar argentina.
Dora (Marta Bianchi) y Silvia (Silvia Kalfaian) son madre e hija y cargan la historia de la Metzma, madre de la primera y abuela de la segunda, sobreviviente del holocausto armenio. Las une y las separa el dolor por la desaparición de Anush durante la dictadura militar de nuestro país, hija a la que Dora amó demasiado y ese amor le produce una ceguera que le impide aceptar la pérdida y derribar la muralla que la separa de Silvia.
Silvia mantiene un alegato sobre el amor al tiempo que Dora se refugia en el viaje a Armenia, se escuda detrás de viejos recuerdos familiares trasvasados con dolor y alegría. El desierto atravesado por la Metzma es tal vez el mismo que en otro tiempo y otro lugar, deba cruzar simbólicamente Dora para continuar viviendo. Así como la abuela enterró a sus hijos con sus propias manos, Dora debe aprender a hacerlo con Anush, sin haber podido sentir el calor de su cuerpo inerte.
Ambas se desgarran, la poesía sobre el dolor teje su más triste discurso. Un mismo árbol verde podría unirlas, a través de la esperanza de la demanda que prepara Silvia para reparar la historia del pueblo armenio en contra de Turquía como responsable del genocidio y que será – en la ficción- presentada ante la justicia el día del cumpleaños de Anush. En la realidad, la Justicia argentina tal y como lo contó Marta Bianchi en la entrevista realizada por Salta 21 , falló a favor del caso iniciado por la Dra. Luisa Hairabedian, amiga de la escritora Claudia Piñeiro, excelentemente representada por la actriz Silvia Kalfaian en el papel de Silvia.
Marta Bianchi nos ha dejado sin palabras. La única mueca posible es compartir un dolor universalizado a través de su personaje. Bianchi se consagra en la escena salteña con un papel que exige un talento exquisito, y ella lo logra. La conmoción que provoca nos ubica en aquellos familiares o amigos de las víctimas del holocausto armenio o del genocidio argentino, deseosos de tender una mano o poner un hombro, deseosos de reclamar Verdad y Justicia y de pedirles perdón por tanta falta de humanidad. Bianchi rezuma la voz de una madre oprimida que comienza de a poco a elaborar el duelo de una vida y de 35 años de silencio. Sólo una actriz de su talla, pudo consumarlo de manera extraordinaria. Potente y tierna, nos permite ver las llagas de su espíritu cual rosa blanca empapada de lágrimas.
Lágrimas que hallaron su asidero en el Derecho a la Verdad, lágrimas que una a una hallan su correspondiente línea en las páginas de una historia que todavía, no termina de contarse.
Una obra de teatro con una puesta impecable, en la que el director Manuel Iedvabni y su asistente Marina Fredes, han sabido colocar la historia en el cuerpo de las protagonistas. Iluminación (Roberto Traferri) y escenografía + vestuario (Alberto Bellati) contribuyen a recrear el ambiente que rescata el momento exacto entre la vigilia y el sueño.
Reflexión final:
Me pregunto si ciertos temas son privativos de un sector de nuestro país, me pregunto si todos están dispuestos a saber la verdad o a asumirla. En Argentina, temas como el de la desaparición de personas o el genocidio (en este caso el de Argentina lo fue, el de Armenia lo fue, pero prefiero el término holocausto para referir a la matanza de un millón y medio de armenios de un pueblo de dos millones de habitantes ya que se trató de una extinción de personas acaecida entre 1915 y 1917) parecerían estar ligados al “zurdaje” – usado más en tono peyorativo- o ser competencia de los “locos sueltos” que como Luisa Hairabedian, abogaron y abogan por los Derechos Humanos. Como si las lesiones, el sometimiento y la matanza de pueblos, razas, tribus, grupos sociales o comunidades, fueran dominio de una ideología y no, una potestad de la humanidad. La condena al horror debería unirse en un sólo grito y así mirar un mismo árbol verde…
Cierre:
Los puentes entre Dora y Silvia se han tendido, son los mismos puentes que tendemos entre Nosotros y los Otros, son esos silencios que deshojan pasados, son esas voces que se oyen desde adentro, son nuestros fantasmas que cargaremos eternamente. Cómo aprender a mirar un mismo árbol verde para cruzar esos puentes, cómo, es la duda maravillosa que encierra esta obra.
Fotos tomadas por Salta 21
– Notas relacionadas:
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