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jueves, abril 25, 2024

“Abuelita: ¿vas a morir?” Carta a las personas mayores que aman a los niños pequeños

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Querida humanidad parcelada: estas son mis acuarentenadas líneas, nacidas del humor negro de la realidad y la metáfora social. ¿Acaso realismo mágico?

Esta es una de las tantas experiencias conmovedoras, resultantes de una pandemia que tomó al mundo. Se me hace absolutamente necesario escribir sobre lo que me ha mantenido viva y feliz desde hace 2 meses: esas tresañeras voces de quienes expresan con la inocencia desacostumbrada un “te extraño” y tantos “te amo”. Palabras abarrotadas entre dientecillos de leche, diáfanas y verdaderas, como las mañanas, hechas de un rayísimo intenso de luz matinal.

Esta carta es para recordar en un futuro la definición de amor incondicional. Receta: una pizca de vos, un complejo vital de seres pequeñitos de 3 años llamados “nietos”, cuquitos que son capaces de asediarte a preguntas durante tiempo completo, preguntas que prueban tu inteligencia y cuyas respuestas requieren armar muy buenas argumentaciones. Ellos llenarán tu vida de amor, te darán besos grabados o virtuales con la sola esperanza de dártelos al verte, y correr a jugar luego, besos tan naturales como el aire y el pasto, como la hoja en la vereda otoñal que se observa del otro lado del portón negro. Y la voz de V. diciéndote “vamos a festejar mañana” -que es tu cumpleaños-, “te amo abuelita” te dice después y se oye a J.M. avanzar sobre la ternura: “te extrañé“, y de vuelta…“te extrañé, abuela…”

Ellos son los superhéroes y las superheroínas de la cuarentena. Entendieron perfectamente que afuera está el coronavirus y que por ello no hay que salir. No pidieron nada. Apenas mirar un dibujo en you tube, pintar con témperas, jugar al “veo veo“, escuchar cuentos antes de dormir, hojear un libro, besar a su mascota y ponerle nombres, bailar y bailar, armar y desarmar, interpretar un personaje, correr muy rápido a lo largo del pasillo y “quiero un chocolate“. Llegaron a salvarte de spleeng, de la falta de cordura, de la irracional manera de delatar al otro por cruzar la línea; llegaron para enseñarte que si hay un sol pese al día gris es porque te sonrieron de prisa y de pronto; y entonces el mundo respira, tiene ojos y pestañas como en esos dibujitos infantiles en los que valía transformar la imagen en una personificación. Están para darte lecciones:“ponés una mano debajo del agua… y en la otra el jabón y hacés espuma… y así… y así…”Y te arremangás para no mojarte...” O cuando al mirar a través del vidrio descubren un vecino en el jardín y… “¿por qué no tenés barbijo?” Ellos entienden lo que los adultos, no.

Todo fue a través de vídeollamados al comienzo, los primeros 15 días. Hasta podía sentirme culpable de consumir internet, cuando se decía que podía colapsar. Pero nos medimos, pensamos en un mundo que necesitaba estar conectado por cuestiones urgentes. Ahora en el globo todos saben que el amor es lo primero. Es la vacuna contra la enfermedad. Es el antídoto del veneno social y la cura contra la politiquera. Es la riqueza en la necesidad y la única certeza entre tanta incertidumbre. Es el desierto en el oasis, lo que le da sentido a la postal más extrema y mata el virus de la incomprensión y de la soledad. Acaso la llama que conserva el calor entre los leños del invierno azul o la bebida que enfría el verano amarillo, por qué el otoño no puede ser verde o el cielo teñirse de tornasol si explota el universo cuando ellos dicen “abuela… abuelita… abuelo… abuelito… “ Esta es la cuarentena segmentada. En esta parte la magia es real. Del otro lado hay caras serias, enojos insoportables y brechas ideológicas. Aquí, en el universo de 3, se está a salvo.

En el siguiente tramo, la gente comenzó a volver de a poco a ciertas tareas, las de primera necesidad. Fue entonces cuando sus padres reiniciaron sus trabajos y la casa se transformó en un Kindergarten o una juguetería, o un autocine o la aventura virtual de “chúmbala cachúmbala cachúmbala la… cuando el reloj marca la una las calaveras salen de su tumba, chúmbala cachúmbala cachúmbala la… cuando el reloj marca las dos las calaveras comen arroz…”, con aroma a granadina, a menta, a pomelo y frutilla, con música que cabe en un frasquito con piedritas tocando al son de canciones de la tarde, como esas de cuando eran muchos niñitos y niñitas reunidos por el juego, cuando se socializaba en delantal azul y naranja. Ahora es diferente. Tiene el atractivo de lo original y novedoso, de la invención, de la palabra que suena de otro modo. Ahora es tiempo de cantos con la seño, de armar ese pequeño espacio y convertirlo en el taller de la tarde, aunque sea por unos minutos en los que el pincel se desliza por la hoja y aparece el circo, la mariposa, el caminito de la hormiga hecho con fideos; o quizá, asentar las manos en la pintura y sellar la hoja con las huellas más grandiosas del mundo: dedos y manitos como una obra de arte. El caminito de J.M. y la manito de V. ahora son parte de la colección más valiosa del arte moderno.

El final de un cuento puede ser el “fin del mundo”. Y las horas, inevitables parques de diversiones.

Está como detenido el instante. Pero las agujas hacen carrera, y los cepillos pasan por el cabello y los rulos se tientan con el peine y un baño es la pileta, como en vacaciones y la golondrina no hace verano porque hace otoño y me gusta más. La hoja en el piso suena crac cuando apenas puedo tomarlos en mis brazos, un poco más allá de la puerta y “chau mami, hola abuela…” Y mi nena se puso un barbijo y este abrazo rompe el aire de tan fuerte y su aroma a flores en el pelo y “vamos a preparar leche con chocolate” porque ahí están ellos.

En la TV hay un número de gente que se va y DNUs, una Europa triste y que “qué feo que está”, a tener cuidado con el otro lado de la frontera y cómo avanza el virus en los barrios más vulnerables de mi país.

Como apretar un botón y desconectar el cable.

La hora de los superhéroes y las superheroínas comienza con una galleta. Señal que otra vez fuimos salvados. Puedo llorar tranquila porque ahora sé a dónde van mis lágrimas. A la única maceta en donde crece una sobreviviente.

Mis pies parecen más pequeños y seguro volaría si me tomo de un globo, como el Pedro de Imbert…

V. toma un osito que antes hacía música. Qué bonito es ese osito en sus manos. Hasta crece. J M. trepa el caballito verde que vino una navidad, quedó chiquito, aunque ahora galopa en las praderas y salta el socavón.

La caja de cartón es el refugio de la gata que llegó en cuarentena. Solo asoman sus bigotes. La mascota ahora es el mejor juguete por lejos. La casita pequeña de la abuela es la casa más grande del mundo. La época es la más hermosa de las épocas porque ellos cantan, en los ojos se han pintado una especie de antifaz, y veo sus guantes y sus botas, la capa al viento entre puerta y puerta y a correr por el pasillo libres e infinitos.

“¿Abuelta vas a morir?”

Acabo de nacer, amores míos.

Su misión de rescate a los abuelos arrancó en marzo. No hay manera de que sea yo quien use la capa. La capa es de estos pequeños y pequeñas superhéroes y superheroínas.

Los hombrecitos y las mujercitas en miniatura te hacen el día…

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