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jueves, marzo 28, 2024

Complicidad civil en el genocidio argentino: el caso Morales Solá

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El jueves se cumplieron 35 años de la voladura de la casa de la familia Lea Place por una patota integrada por militares y policías.* || El general Acdel Vilas, en ropa de fajina, es saludado por un oficial del Ejército en la zona rural tucumana en pleno Operativo Independencia.

A la derecha, con campera, vaqueros y el pelo largo, Joaquín Morales Solá, por entonces periodista de La Gaceta de Tucumán y corresponsal de Clarín en la provincia del norte del país.

La fotografía que encabeza la portada de la edición de Miradas al Sur es un documento inédito.

Esta imagen nítida fue tomada a fines de 1975, en pleno desarrollo de la eliminación física de la militancia popular tucumana a manos del general Acdel Vilas, el jefe del Operativo Independencia y defensor confeso de la tortura y el exterminio físico de quienes consideraba sus enemigos.

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Vilas puso especial énfasis en la persecución de maestros, profesores, psicólogos y cualquiera que pudiera ser un ideólogo.
Por entonces, Joaquín Morales Solá trabajaba en La Gaceta de Tucumán y era corresponsal de Clarín en esa provincia. Se publicaron varias informaciones que daban cuenta de la estrecha relación del actual columnista estrella de La Nación con el represor Vilas y con quien lo sucedió en sus genocidas tareas, Antonio Domingo Bussi.

Sin embargo, nunca pudo verse, como ahora y por primera vez, a Morales Solá de paisano, con una comitiva de militares con uniforme y casco de combate en pleno operativo.

Esta foto, que fue guardada celosamente durante años por quien la registró, habría sido tomada en el lugar más escabroso del exterminio en Tucumán.

En efecto, según dos fuentes calificadas, el edificio al cual va a ingresar la comitiva es la tenebrosa Escuelita de Famaillá, el principal centro de exterminio por entonces.

Una tercera fuente calificada también consultada por Miradas al Sur, considera, en cambio, que se trata de otro lugar de torturas y eliminación de detenidos, ubicado en las instalaciones del Ingenio Santa Lucía.

Quedará en manos de la Justicia Federal tucumana definir el lugar y tratar de averiguar las circunstancias que llevaron a Morales Solá a acompañar al carnicero Vilas a un operativo.

El trabajo de los periodistas es buscar aquellos documentos que contribuyan a echar luz sobre lo actuado por personas e instituciones. También el de consultar fuentes confiables para orientar el esclarecimiento de la verdad.

Lo que no puede ni debe hacer el periodismo es intentar reemplazar las actuaciones periciales que sí puede la Justicia.
Dicho esto, es preciso encuadrar lo que se vivía 35 años atrás en el llamado Jardín de la República.

En su informe final, la Conadep puntualiza: “A la provincia de Tucumán le cupo el siniestro privilegio de haber inaugurado la ‘institución’ Centro Clandestino de Detención, como una de las herramientas fundamentales del sistema de represión montado en la Argentina”.

La ‘Escuelita’ de Famaillá fue el primero de estos lugares de tormento y exterminio…”.

Una escuela en construcción fue el lugar elegido por el primer jefe de la Operación Independencia, Acdel Edgardo Vilas, para instalar el campo de concentración por el que pasaron –entre febrero y diciembre de 1975- más de 1.500 personas. La mayoría fueron asesinados, todos bárbaramente torturados.
La escuela está a unas cuatro cuadras de la plaza principal de Famaillá, en el camino que une a esa población con el ingenio Fronterita.

Ahora se llama Diego de Rojas y a ella concurren cientos de alumnos de primaria.

En 1975 la escuela era apenas una obra en construcción. Solo existían una galería, un patio y cinco aulas. Todo estaba cercado por una alambrada y la galería y las aulas no eran visibles desde el exterior porque estaban tapadas por lonas y plásticos, a la manera de cortinas.

En dos aulas los militares mantenían en las peores condiciones a grupos que oscilaban entre 20 y 40 prisioneros.

Otra aula era utilizada para descanso de las guardias, la cuarta estaba destinada a tareas administrativas y para fotografiar a los secuestrados. La quinta aula era el lugar de los tormentos.
En noviembre de 1975 La Escuelita y otros centros clandestinos de detención ya habían sido visitados por funcionarios civiles y militares de la Nación y de la Provincia, por legisladores.

Algunos sobrevivientes señalaron que fueron varios obispos y sacerdotes. Sería muy útil saber si Joaquín Morales Solá estuvo en ese lugar de exterminio y, si es así, en carácter de qué fue.

Cualquiera que recorra una hemeroteca y se detenga en las ediciones de La Gaceta y de Clarín encontrará gran cantidad de artículos firmados por el periodista mencionado. En ningún caso dando cuenta de la verdad que, de modo incontrastable, fue relatada en el Nunca Más y que luego encontró muchos más testimonios en los juicios que actualmente se sustancian en Tucumán.

Los militares, en 1975, ejercían un férreo control sobre lo que se publicaba en relación al Operativo Independencia. Por ejemplo, hicieron echar al corresponsal de Télam en la provincia y pusieron en su reemplazo a dos hombres de Inteligencia del Ejército, comandados por uno de los fundadores de Fasta, la organización del cura dominico filo nazi Aníbal Fósbery.

En ese momento, los artículos de Morales Solá, tal como puede constatarse ahora, eran una caja de resonancia de la acción psicológica de los militares.

Un artículo publicado en Clarín el 12 de noviembre –que lleva la firma del corresponsal Morales Solá- es elocuente. Se valió de la vieja metáfora de la parición, del alumbramiento, de la vida para explicar lo que era, en realidad, la matanza que llevaban a cabo las hordas de Vilas: “Han pasado ya 36 semanas, el tiempo de una gestación”. Se trataba de “el primer síntoma de que las Fuerzas Armadas adoptaban una posición ofensiva frente a la intolerancia ideológica”.

También expresó su apoyo incondicional: “Ha cambiado, sin duda, la imagen revoltosa, rebelde y disconforme que Tucumán supo formarse a través de largos años”.

Más adelante agrega: “La presencia militar ha aquietado las aguas siempre turbulentas y, como barridas por un fuerte viento, han desaparecido huelgas, manifestaciones y disturbios”.

El informe de la Comisión Bicameral que investigó las violaciones de los derechos humanos en Tucumán dedicó un párrafo muy elocuente a esa desaparición de huelgas, manifestaciones y disturbios a los que se refiere Morales Solá, al señalar que se montó “un vasto aparato represivo, que orienta su verdadero accionar a arrasar con las dirigencias sindicales, políticas y estudiantiles”.

La Comisión Bicameral concluyó, en su informe, que “nueve de cada 10 personas, fueron secuestradas en sus domicilios, lugares de trabajo o en la vía pública” y que “en la mayoría de los casos, estas acciones se desarrollaron en horas de la noche”.

Como muestra la foto que da soporte a este artículo, Morales Solá fue tomado in fraganti con los militares en por lo menos un operativo. Alguien consideró que ya era hora de que tanto cinismo sea confrontado con documentos gráficos incontrastables.

En aquel Tucumán desangrado día a día, con centenares de destacados dirigentes políticos, gremiales y estudiantiles secuestrados y desaparecidos, donde noche a noche las bandas de Vilas y el comisario Roberto -el Tuerto- Albornoz -recientemente condenado a prisión perpetua- colocaban explosivos y hacían volar por los aires locales partidarios, casas de familias y sedes de la Universidad, Morales Solá no tenía miedo.

Hasta ahora, Morales Solá eludió hablar de su vida en esos años. Las pocas veces que hizo referencias, quedó en evidencia que no está dispuesto a decir la verdad.

En una polémica con el periodista Hernán López Echagüe dijo que en 1976 ya no estaba en Tucumán, por lo cual mal se lo podía acusar de cercanía con Antonio Domingo Bussi.

El sitio Diarios sobre Diarios probó, con fotografías, que no era verdad lo que decía. Es más, él mismo escribió, en una nota en el diario El País de Madrid, que había asistido a la asunción de Bussi la noche del 24 de marzo de 1976.

También dijo, en esa nota en el diario español, que había huido de Tucumán por haber sido amenazado por la Triple A. Los dirigentes de la Asociación de Prensa tucumana de aquellos tiempos, que sufrieron persecución y atentados terroristas, lo desmintieron. Ellos llevaban un registro diario de las amenazas y agresiones y aseguraron que Morales Solá nunca fue molestado.

En realidad, su viaje a Buenos Aires fue una combinación que conjugó las necesidades de flamantes autoridades periodísticas de Clarín y la recomendación de un importante general, mano derecha de Videla.

Se trataba de José Rogelio Villarreal, quien estuvo al frente de la Quinta Brigada del Ejército en la última fase del Operativo Independencia y que luego saltó a jefe de Operaciones del Estado Mayor General por pedido expreso de Jorge Videla, que lo necesitaba a su lado en el momento de consumar el golpe de marzo de 1976.

Villarreal jugó un papel muy importante en la política de integración de los grupos empresariales de medios y los jerarcas militares, tal como lo prueban los documentos que hoy están en sede judicial y que surgen de la comisión Papel Prensa – La verdad.

– *FOTOS: El jueves se cumplieron 35 años de la voladura de la casa de la familia Lea Place por una patota integrada por militares y policías. Después del atentado, los encapuchados asesinaron a balazos en medio de los escombros a Arturo Lea Place, padre de Clarisa, uno de los mártires de Trelew, y de Luis, preso en Rawson.

– Por Eduardo Anguita – Miradas al Sur – 5 de diciembre de 2010

Desde el llano

Después de haber leído la nota publicada por este diario la semana pasada, en donde se develó la participación del periodista Joaquín Morales Solá en la represión ilegal más cruenta de nuestro país, con foco en Tucumán, mi primera sensación fue de bronca. La segunda de acción.

Morales Solá fue clave en la construcción del discurso hi_6-154.jpghegemónico que, lamentablemente, aún vive en una provincia arrasada por la dictadura del genocida, hoy reo, Antonio Domingo Bussi.

Un criminal que, sin la colaboración del diario La Gaceta y algunos de sus periodistas, no hubiese tenido tanta adhesión y silencio de su parte.

Vienen a mi mente los momentos vividos en 2006, junto a Eduardo Anguita, Alberto Elizalde Leal y Roberto Prefumo, en la realización del documental El azúcar y la sangre, dirigido por Anguita, en donde se mostró el industricidio que sufrieron estas tierras desde 1966, con el cierre de los ingenios por Onganía, la llegada del Operativo Independencia y la dictadura militar de 1976.

Como productor periodístico de ese trabajo me tocó la tarea de recorrer el Tucumán profundo, los sitios que el genocida Bussi utilizó como lugares “estratégicos” para llevar adelante su plan de exterminio.

Me sorprendió que en pueblos como Santa Lucía la gente del lugar todavía dice reconocer a “los zurdos al escucharlos hablar”, según las enseñanzas de los militares-represores que se instalaron en ese pueblo que aún padece la desolación y la pobreza por el cierre total de sus fábricas y desaparición física de sus pobladores.

Hay muy pocos jóvenes y el lugar de mayor circulación de gente es su centro de jubilados.

Aún persiste la matriz económica y social donde prevalecen las familias oligárquicas con apellidos de “estirpe”, dueñas de las mejores tierras (hoy utilizadas para el cultivo de soja) y de las empresas azucareras más grandes que siguen explotando a sus trabajadores cortando caña con machete, “de sol a sol, como le gusta al patrón”.

En muchos casos, tienen relación con los Bussi hasta el día de hoy a través del partido político creado por el represor: Fuerza Republicana.
Para ese modelo de país trabajó sin cansancio, a través del periodismo, Joaquín Morales Solá.

Otra situación inolvidable es la de cuando cubrí los juicios por delitos de lesa humanidad en 2008 y 2010, donde se condenó a un importante grupo de represores militares y policiales entre los que estaban Luciano Benjamín Menéndez, Roberto Heriberto El Tuerto Albornoz y Bussi, por supuesto.

No sólo era impactante escuchar las barrabasadas de los genocidas, sino también los rostros de los familiares de los desaparecidos y muertos por la dictadura. Sus caras de sorpresa, enojo e indignación por lo vivido era movilizador.

Pero también ver cómo los presentes participaban activamente en cada audiencia, comunicando lo declarado por los testigos a los que no podían entrar por la capacidad reducida de la sala, conteniendo a los que se quebraban por no aguantar el dolor o por la espera de un familiar citado en la sala.

Fue muy fuerte emocionalmente cubrir esos sucesos.

Si Morales Solá hubiese estado presente en las audiencias hubiese tomado conciencia del daño que hizo a través de sus colaboraciones periodísticas a la dictadura en la provincia.

Mirar cara a cara a un ser humano que perdió su familiar en manos de Bussi no es para cualquiera.

Joaquín, te invito a que lo hagas.

Como tucumano y como periodista siento vergüenza e indignación que en la Capital Federal todavía presten el oído a personajes como éste y lo llamen “formador de opinión”.

Sobre todo, por el momento político y social que vivimos por estos días, donde se trata por todos los medios de comunicación hegemónicos de desestabilizar a la presidenta Cristina Fernández, quien marcó el camino (junto con Néstor Kirchner) de la recuperación de la memoria colectiva a través de los juicios a los genocidas y levantó la bandera de la recuperación económica a través de la política.

Memoria le faltó a Morales Solá para dar a conocer la foto donde acompaña a los militares en la oscura escuelita de Famaillá.
Su aporte a los militares fue clave para la instalación definitiva de un modelo que duró más de treinta años y que en lugares como Tucumán aún cuesta sacar del imaginario popular.

Frases como “el general (por Bussi) se levantaba muy temprano y visitaba los hospitales”, “acá la mayoría somos católicos, no zurdos”, se repiten en las conversaciones de café en las tórridas tardes provincianas.

Es más, mientras en 2003 asumía como presidente de la Nación Néstor Kirchner, en San Miguel de Tucumán ganaba las elecciones por cien mil votos el represor Antonio Domingo Bussi.

La foto de tapa de Miradas al Sur del domingo pasado (artículo precedente) es contundente, pero también vergonzosa.

Es increíble que hoy en día Morales Solá dé cátedra de institucionalidad y democracia en los medios de comunicación-empresariales para los que trabaja.

Consultado para esta nota, Oscar Gijena, secretario general del Sindicato de Prensa de Tucumán, me relató cómo funcionaba la redacción del diario La Gaceta.

“Había algunos periodistas que por miedo o temor a perder sus familias publicaban todo lo que Bussi les decía en las reuniones que se realizaban en su despacho militar. Lo hacían porque no les quedaba otra. Pero había casos como el de Joaquín Morales Solá, que lejos de tener miedo, alentaban la publicación de los escritos militares o mejor dicho arengaban a la tropa”, recordó.

De hecho, la foto que este diario reflejó muestra más una actitud militar que periodística.

Tucumán tiene dos periodistas desaparecidos: Maurice Jeger tenía 36 años, trabajaba de corrector en el diario La Gaceta y está desaparecido desde la noche del 8 de julio de 1975. Es, junto con Marianne Erize, las monjas Alice y Léonie, y otros casos, uno de los 15 franceses que desaparecieron en la Argentina durante el nefasto golpe cívico-militar.

Todavía se espera que La Gaceta lo reconozca a Jeger como víctima del terrorismo de Estado y le rinda un homenaje.

El otro fue Eduardo Ramos, trabajó en Canal 10, tenía 21 años y el 1º de noviembre de 1976 fue secuestrado de su casa junto a su esposa Alicia Cerrota.

En ambos casos, la Asociación de Prensa de Tucumán se presentó como querellante en los tribunales federales para que se investigara la desaparición de los trabajadores de prensa en el marco de los juicios por delitos de lesa humanidad.

Este es el momento histórico para transformar nuestro país, en donde haya cada vez menos pobres pero también menos ricos.

Desde 2003, vivimos una transformación profunda e incesante desde las políticas emanadas por nuestros dos presidentes; de igual manera cambió también Latinoamérica.

El periodismo necesita cambiar, necesita volver a contar lo que realmente pasa en cada barrio, en cada ciudad y no ser parte de las corporaciones económicas que destruyeron e hipotecaron nuestro futuro.

Soy de la generación que vivió en carne propia el desguace del Estado, mi viejo era ferroviario cuando cerraron los ferrocarriles y tuvimos que tomar mate cocido amargo durante siete meses, hasta que papá pudo cobrar su indemnización en cuotas.

Viví en carne propia la gobernación de Bussi en democracia sin poder entender que la gente festejara en las calles su victoria. Era 1995 y tenía 16 años.

También padecí como periodista y como trabajador el estallido de 2001. Observé, atónito, cómo un gendarme le volaba la cabeza a un pibe que trababa de sacar comida de un supermercado. En la radio donde trabajaba, me pagaban los viernes en bonos provinciales, igual que a los jornaleros.

Estas palabras están escritas por un trabajador de prensa del interior del país, que milita por un país mejor y más justo a través del periodismo, estando del lado del pueblo y convencido de que cada uno desde su lugar puede transformar la realidad.

Que sabe que no hacen falta los cargos importantes, que sólo es necesaria la voluntad de hacer.

Y que sabe que hay que levantar la bandera de aquellos que hoy no están y que serían importantes en este proceso.

Es decir, palabras escritas desde el llano.

– Por Ramiro Rearte, desde Tucumán – Miradas al Sur – 12 de diciembre de 2010

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