Hoy en el mundo se habla de narcocapitalismo en referencia a esa alianza estructural que el tráfico y el consumo de drogas han establecido con las lógicas propias del mercado y la fase actual del capitalismo, es decir, con el mandato irrestricto de consumo y con la caída de la ley simbólica.
Dicho de otro modo, el narcotráfico es actualmente consustancial a la estructura del neoliberalismo, lo que dificulta la búsqueda de un límite a su expansión y a su creciente injerencia en todos los espacios del poder contemporáneo. Además, las toxicomanías no tienen ya el mismo estatuto que en otras épocas.
Quizá durante todos los tiempos de la historia hubo de parte del ser humano empleo de drogas en el intento de obtener una modificación de los estados de conciencia y una vivencia subjetiva diferente. Sabemos, por ejemplo, que las tribus indígenas utilizaban algunas plantas, frutos y flores que producían efectos alucinógenos. Pero ese uso estaba regulado y reglado por ritos tribales y ceremonias religiosas, es decir, encauzado en lo simbólico y por lo tanto acotado, dosificado, por los límites sociales.
Y en las ciudades occidentales, la utilización personal de tóxicos fuera de los ordenamientos simbólicos se reducía mayormente a casos puntuales y aislados, no masificados. El consumo masivo de drogas, como fenómeno social, aparece recién en los años 60, principalmente en Europa y los Estados Unidos, asociado en parte a los desarrollos de la música del rock, heredera del jazz y al movimiento hippie. Recordemos aquella famosa novela de esos años: “Los caminos de Kadmandú”, que narra el peregrinaje hippie hacia esa ciudad del Nepal o el Tibet, meca en ese momento de los consumidores de hachis, cuyo protagonista se abandona al consumo irrefrenable, no regulado simbólicamente, inmerso en un goce mortífero y sin límite alguno.
Ese consumo masivo de drogas estaba referido en esos años a la búsqueda de una liberación y al levantamiento de las barreras sociales y subjetivas. Mediante la droga se buscaba escapar de las ataduras, huir de las normas, de los encorsetamientos represivos, de las leyes de la sociedad burguesa, en síntesis, el consumo estaba ligado a la prosecución de una emancipación personal o comunitaria. Recordemos algunos de los slógans del mayo francés; “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder”, etc., que aunque no estaban referidos al consumo de drogas, sino a la política, anhelaban ese horizonte emancipatorio. El consumo masivo de drogas aparecía por consiguiente como una excepción a los parámetros de las sociedades burguesas, como un más allá de la norma y de los ideales colectivos, como una acción transgresora y rebelde.
Hoy por el contrario el consumo masivo de drogas ya no representa una excepción a la sociedad burguesa ni un más allá de las normas, aun cuando viole las leyes puntuales de los países. Es decir, no transgrede ni implica una desobediencia social, sino que por el contrario es consustancial con las lógicas del mercado y con la estructura misma de las actuales sociedades democráticas. Dicho de otra manera, no constituye una transgresión al imperativo de la época sino más bien una obediencia, un sometimiento al mandato irrestricto de un goce no regulado por la ley simbólica.
Lo que hay por lo tanto es una masificación de los modos de gozar a través de los objetos que la ciencia, en su articulación estructural con el discurso capitalista, ofrece para el consumo masivo en el intento de negar la falta constitutiva del sujeto y adormecer a la especie humana. El principal objeto, inherente a esa lógica capitalista, es precisamente la droga, portadora de un goce sin condicionamientos.
Es curioso, antes, las sociedades burguesas trataban de limitar, de acotar, de prohibir el goce, de disminuir la presencia de aquello que no sirve para nada, de reducir el exceso, con el fin de no desperdiciar la capacidad de trabajo productivo y la generación de bienes de capital. Hoy, por el contrario, el goce no regulado por la ley simbólica (o a lo sumo dirigido por los cálculos del mercado, que por estructura es incapaz de regular algo) aparece paradójicamente como el principal aliado de la fase actual capitalista y como un elemento consustancial a las lógicas propias del mercado. Paradójicamente, son los desechos del capitalismo los que hoy devienen en fuente de las mayores ganancias.
El mandato es consumir, no producir. Y aun el trabajo a destajo, las presiones laborales sobre los empleados en las empresas del neoliberalismo, se inscriben en esa lógica compulsiva. No hay sujetos humanos, sino más bien máquinas de carne y hueso, cifras, clientes, capaces de gozar a través del consumo de objetos, de la compulsión al trabajo, de la utilización de las redes cibernéticas, etc., en definitiva de todo aquello que facilite el borramiento de la dimensión subjetiva. No estamos en un estadio productivo de la economía, sino en una fase financiera y especulativa del capitalismo global, de un capitalismo que está en condiciones de hacer de todo una ganancia, inclusive de su crisis, de los desechos que origina y del goce improductivo. Llegará seguramente el día en que el capitalismo, en su recorrido circular sin límites, quiera hacer una ganancia hasta de su propia caída. Entonces, como aquel personaje de la mitología griega: Erecsitón, en su voracidad sin fondo, se comerá a sí mismo y dejará huérfanos sus dientes.
Debemos recordar además que la palabra “consumo” se utiliza tanto para la adquisición, por ejemplo, de objetos en los shoppings, como para el consumo de estupefacientes. Los toxicómanos son también “consumidores”. Inclusive la palabra “adicto” implica fuera de dicción, fuera del lenguaje, o sea, fuera del acuerdo simbólico. Es que el mercado, único discurso amo a la vista sobre la superficie contemporánea, implica por estructura la desregulación, el desplazamiento, la ausencia de límites y de puntos de sujeción a la errancia contemporánea.
Pero no sólo el consumo de drogas es consustancial al capitalismo tardío, sino también la producción y el tráfico mismo de drogas. Es el narcotráfico uno de los pilares sobre los que se asienta la actual economía de mercado, que en su evolución incorpora el delito y el ilícito en su funcionamiento. A tal punto es así, que hoy comienza a hablarse en el mundo de “narcocapitalismo”. Difícil es entonces combatir el tráfico y el consumo de drogas cuando todo eso es estructural a la caída de la ley simbólica, es decir, a las actuales lógicas del mercado y a la falta de un punto de abrochamiento en la errancia contemporánea.
Drogadicción y lógicas del mercado
totalmente de acuerdo.. los consumidores adictos le sirven perfectsmente al sistema