El viernes, en una de las salas del Hoyts exhibieron con entrada libre y gratuita, a partir de las 19, 30 hs., un documental Co–Dirigido por el cantautor de rock fusión argentino, León Gieco, entre otros.
El film relata una experiencia de encuentros, pasiones, ilusiones y proyectos en común, motorizada en especial, por ese gran duende realizador de sueños que es el intérprete de Cinco siglos igual.
Siempre solidario. Siempre. Ingeniándoselas para no ser encerrado por su carácter de famoso, de músico consagrado, para inventar cosas en las que los otros, en este ejemplo, ciertos discapacitados de variadas edades, de ambos sexos, pudieran expresar su arte allende las limitaciones físicas que mutilaron su cuerpo, que lo limitaron, pero que potenciaron un gigantesco corazón que atempera las tristezas, tal cual lo enuncia como al pasar, uno de los artistas discapacitados. Un arte para cabalgar las profundidades, para fabricar sueñosrealidad y no simplemente, sueños que se vuelven realidad.
Es pues, un documental luminoso, danzante, bailarín, por momentos, muy emotivo, que contrapongo a los estados de ánimo de un viejo film francés denominado Léolo, que es la historia de un niño precoz, de una poética desesperada. Sus alas grises, rotas, negras, eran capaces de decir: «a ti, la dama, la audaz Melancolía, que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio. Tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino […] tomar… [A ti] te he pagado más de cien veces mi deuda”.
A la belleza de la desesperación y la soledad, se le enfrenta lo maravilloso de una pintora sin manos, que hace su arte con el pie derecho. A la densidad de las frases de Léolo, se le oponen los paisajes vistos, los caminos recorridos, el canto al encuentro y a lo posible que se aprecian en el documental.
Como espectadores, por ahí imaginamos que de lo que se intenta, con tantas barreras para lograr metas, no saldrá arte o asomará de una forma poco satisfactoria, casi deficiente. Las palabras pesimistas de Léolo, que es genial a su manera, en su desesperación, nos salen al encuentro: “de las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de la mentira, que tú misma, [¡oh! Melancolía] me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud […] me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad». Precisamente en ese aprendizaje para dejar caer la luz sobre la soledad, la luminosa luz de lo posible, de lo a explorar, podemos huir con calma de los embrujos de la Melancolía, a la que sufrí tantas veces, como Ulises viajero, oyendo a las terribles Sirenas por los mares embravecidos de la Sinrazón carcelaria.
Con los compañeros de Gieco, entre los cuales él se consideró realmente, uno más, se es capaz de verse “[…] a uno mismo jugar el juego de la vida […]”, tallando negro sobre rojo una Desiderata, que a pesar de ser un pesar, es el reverso de la propuesta de las alas de Mundo alas : “[…] Porque [no tengo miedo] de amar, sueño. Porque sueño, [todavía sueño]. Porque sueño, [yo no estoy] loco. Porque sueño, porque me abandono a mis sueños hasta que me deja el día… Cualquier lugar fuera de mi soledad, era una tierra extraña […]” Sí, Léolo; sí, Mundo alas , puede que escapar, salir de nuestra propia soledad, a veces, egoísta, narcisista, reconfortante, implique arriesgarse a sitios extraños, insólitos donde nos aguarden los otros, la alternativa de crear, la posibilidad de existir para esquivar la oración de la Noche: “[…] Porque tengo miedo de amar […] me iré a descansar, con mi cabeza entre dos palabras, al valle de los avasallados […]”
En otro momento aposté porque esas dos palabras eran la lucha y la Revolución; ahora sé que son la voluntad de sonreír y la voluntad de parir obras de arte. Si somos lo suficientemente fuertes, más de lo que el pobre Léolo lo fue, sin que pudiera evitar la discapacidad de la locura, provocada en parte, por los “normales” que no entienden a otros tipos de “discapacitados”, a los que son demasiado sensibles, demasiado lúcidos, demasiado energéticos para el entorno que los rodea, discapacitados por ser sobrecapacitados y que son flagelados con rumores, desprecios, ninguneadas, insultos, difamaciones, etc., que son formas de exclusión, de discriminación y de odio (como si la vida, la iniquidad, la mala suerte se ensañaran con esos Grandes Disidentes, con estos Enormes Discapacitados).
Si podemos agitar nuestras alas en el corazón, en nuestros cerebros y en nuestras manos, es probable que no únicamente volemos alto, alto, dejando atrás la negra envidia de los que no pueden ni quieren ser felices de extrañas formas…, sino que volemos lejos, lejísimo. Y que hagamos del mundo, sí, un mundoalas…
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