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sábado, enero 11, 2025

El emperador es negro. ¡Viva el emperador!

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La democracia imperial nos da lecciones, nos da. El nuevo emperador es negro. Su poder inminente no persigue travestis, no denigra a los docentes, ni difunde infundios sobre ellos. En un arrabal de los márgenes del imperio gobierna el Opus Dei

Por supuesto que la democracia imperial es imperial e impera. Nos somete, nos domina. A su arbitrio estamos deslumbrados con sus espejitos de colores, pero también con su oro en barras, su polvo plateado de estrellas, venerando a sus íconos culturales, expectantes de su cine de Hollyvood, canturreando su música con alma lejana de tam tam africano, rock y jazz y blues, leyendo a sus novelistas frenéticos, entreviendo como ensueños de espejismos sus erectos rascacielos vertiginosos y sus porfiadas y abismadas naves espaciales. Pero claro, sobre todo boyamos sujetos firmemente asidos como náufragos imperfectos a la pobreza que nos ata a sus dólares fulgurantes y falsarios, a los vaivenes de sus bancos que nos compran, nos venden y se hunden con las fortunas que nos roban y nos saquean. OK. Es la economía, estúpido.

Pero ellos también son Henry Miller, Marilyn Monroe, Jack London, Marthin Luther king, los libérrimos y paupérrimos negros de Harlem, la cocaína impura, los ennegrecidos galpones de los puertos, la deriva de los inmigrantes ilegales, el cielo sulfuroso de las megalópolis, el homeless atropellado por las limusinas, las marchas del orgullo gay, la revuelta poderosa de las feministas al asalto de las cátedras magistrales; las autopistas solitarias en las madrugadas y los campos feraces con trigales dorados mecidos por los vientos de los atardeceres. Una viejecita que muere sola en un suspiro en lo profundo de la noche, mirando la televisión, en un octavo piso de una torre de Virginia.

Y Walt Whitman, claro, y Andy Warhol y Sex and the city y Queer as folk y Los Soprano.

Pero el odio y el desprecio no permiten encontrar matices. Los malvados son malvados todos, no hay espacio para la piedad, ni para el elogio, ni tan siguiera para la comprensión de lo que a la distancia es un bloque que nos ahoga y nos aplasta.

Reunión de militantes de izquierda, meses atrás, en el barrio San Carlos. Asado y vino; chacarera y poesía, y discusión política. Todo bien. Hasta que por decir algo alentador digo, de pronto, se me ocurre (en las reuniones sociales hay que decir algo): qué bueno, ¿vieron que los Estados Unidos tendrán un presidente negro o una presidenta mujer?. Quiero decir, es un avance contra el racismo, ¿no?, una cachetada al machismo. Digamos que por lo menos a nivel simbólico, es algo, ¿no creen?. Digo, más allá de la real politik que luego destiña esperanzas y asesine sueños. Es lo que sentimos cuando veíamos en Tiwanaco a Evo acunado por los dioses masacrados por la cruz cristiana y la espada ibérica. Un mundo renacido de las entrañas de la Pachamama, distinto pero igual, mutado pero vivo. Un momento para la exaltación, aún sabiendo que luego todo iba ser difícil, engorroso, tan siniestro como lo pudiera emponzoñar el fascismo separatista camba y los poderosos intereses yankis.

Me miraron con sorna. Pobre iluso. Obama, Hillary. No dijeron nada. Pero me di cuenta -por la forma en que me miraron- que pensaban: todo da igual, imbécil. Negro, mujer o chino. Ellos tienen intereses permanentes. Sus intereses imperiales. Que son sus intereses económicos. Igual nos da a nosotros uno que otro…

Y ahora gana Barack Obama. Ya tenemos un emperador negro. O mulato. Un matiz distinto para una democracia imperial en decadencia. O tal vez no tanto. Pero sí. ¿Lo importante -más que el triunfo de Obama- es que perdió la fórmula del loco de la guerra y de la fanática fundamentalista cristiana, homofóbica, y antiabortista?

Mientras tanto, nosotros, en los arrabales de los márgenes del imperio tenemos un gobierno -es un decir- que nos envidiaría esa Amérika profunda sureña, retrógrada, conservadora, oligárquica, donde todavía resuenan en el recuerdo los sollozos ahogados de los esclavos y relampaguean en las pesadillas los látigos sangrientos del Ku Klux Klan.

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