No pueden escribir bien aquello que apenas balbucean. Para ellos un monarca es un barco o un animal, el marfil se extrae del barro, el ombligo es algo que anda por alguna parte del cuerpo, un desván es un desvío, San Martín murió en la Cordillera…
El lenguaje es la base material del pensamiento. El desarrollo del pensamiento está determinado por el lenguaje. Es el instrumento de mediación por el cual el hombre interioriza y reconstruye la cultura. Una preocupante precariedad lingüística.
20 millones de palabras componen nuestro idioma según Aquino Sánchez. La Real Academia Española recopiló unos 100.000 vocablos. Sin embargo, se puede decir que el número de vocablos es infinito por el nivel compositivo, es decir, la variaciones que una misma palabra tiene.
Un diccionario tiene incorporados unos 283.000 vocablos. Cervantes usó unas 8000 palabras. Un novelista unas 3000. Una persona culta emplea unas 500. Un adulto utiliza unas 300.
Un joven… ¿Ustedes escucharon hablar a nuestros jóvenes?
Su vocabulario – en muchos casos- es mínimo, sólo usado para designar los objetos del entorno próximo, matizado con unos cuantos términos provenientes de su contacto con la tecnología y una gran cantidad de palabras procedentes del lecto juvenil.
Chabón, tranzar, chape, bandear, mambo, paila, anco, filo, rata y un abuso de los pronombres son parte del lenguaje diario. Aunque algunos de estos vocablos se incorporaron ya a nuestra lengua, alarma que sólo conozcan la minoría de un tipo de términos que a veces desvirtúan el significado dado.
Los sinónimos, antónimos y demás no existen. No pueden estructurar una oración que refleje, en lo escrito, lo que balbucean en lo oral. A falta de esa herramienta fundamental que es el lenguaje no pueden expresar opiniones, fundamentar comentarios o puntos de vista.
Al enfrentarse a los textos, estos le resultan incomprensibles. A pesar de los esfuerzos editoriales que añaden a los mismos múltiples puertas de acceso: gráficos, ilustraciones, infografías, vocabularios… Tal vez sea eso. La imagen va reemplazando a la palabra, los materiales de estudio cada vez son más pobres con una información escasa fragmentaria y generalizada. En un esfuerzo por hacer atractivo el contenido, los textos informativos incorporan un lenguaje informal, simplifican la terminología y trasgeden la forma y función de los textos.
En un manual de sexto grado de una editorial reconocida dice en el capítulo Entre dictaduras y democracias: “¿Te acordás de Yrigoyen? Sí, ese líder radical que fue elegido presidente dos veces. El hecho es que Yrigoyen no pudo completar su mandato …”
Ramón Gómez de la Serna escribió sus “Greguerías”, una especie de diccionario disparatado y José Maria Firpo, maestro uruguayo, recopiló en el libro titulado “Que porquería es el lóbulo” algunas frases o absurdos escritos por sus alumnos, que hoy se verían desbordados.
En estos días, previos a los exámenes, tuve algunas respuestas curiosas provenientes de un grupo de adolescentes, lo cual motivó mi reflexión.
para los estudiantes, un monarca es un barco o un animal, el marfil se extrae del barro, el ombligo es algo que anda por alguna parte del cuerpo, un desván es un desvío, San Martín murió en la Cordillera…
Al escuchar mi aseveración “Roma conquistó el mundo antiguo”, en un rapto de inocencia o ignorancia preguntaron «¿no había un mundo nuevo?»; y uno al ver sus rostros comprende que no se está “pasando de lista”, simplemente no comprenden.
A esta altura hay una anécdota familiar que podría compartir. Un tío mío solía hacer que sus hijos, antes de sentarse a la mesa, leyeran diez renglones de algo que les interesara para compartirlo en la sobremesa. Se las dejo para que lo piensen.
Pero algo hay que hacer para salvar de la ignorancia a la generación que se está formando … o deformando…
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Bla. Bla. Bla.
Tengo 17 años y muchas veces ¡mis amigos no entienden lo que les digo!
Algunos declaran nunca haber leido un libro y si lo hicieron son de esos para nenes de hasta 10 años.
Por ahi, disminuyen tanto las palabras en el chat que ni ellos entienden lo que dicen.
Cambiemos el mundo. Ahora que todavia se puede.
Nadar contra la corriente
A una alumna de 2o Polimodal, de 16 años, que molestaba en clase le pedí: ¡Por favor, sosegate!. En el recreo me vino a ver, entre ofendida y apenada. Como no conocía la palabra sosiego creyó que la había agredido pidiéndole que se suicide.
Es verdad que, si no hacemos nada para preservar la riqueza del lenguaje oral y escrito terminaremos en el gruñido cavernario, como advierte el escritor Julio César Escamilla.
En ese sentido, coincido con Cullen en que la tarea del maestro y del profesor es nadar contra la corriente posmoderna en la que prevalece la imagen y se soslaya la palabra que es vehículo del concepto.
Sería bueno que los padres ayuden tratando de inculcar en sus hijos el hábito de la lectura.