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viernes, marzo 29, 2024

El modelo Ginés González García y la peor cuarentena

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Quizás, debido al apuro de la pandemia, el análisis político dejó de lado uno de los aspectos formativos fundamentales del presidente: la trayectoria de Alberto Fernández en los pubs porteños de los 80s, acompañado de su guitarra. Cual Copani precursor, Alberto probaba suerte en la noche porteña “para conseguir chicas”, y el espíritu vintage está intacto: el gobierno de Alberto es como esas bandas tributo que viven de gira repitiendo los mismos hits gastados. Como frontman de una banda de rockeros ancianos, Alberto siempre grita un poco sobre el micrófono para transmitir fuerza y decisión, fatigando con ahínco la energía del desgaste. Basta verlos con su ministro Ginés González García: cansados, ni ellos parecen creer realmente los versos que entonan, pero se deben a un público de nicho que los sigue, y a su propia falta de talento para renovar el repertorio.

Hace unos días, Alberto cambió el micrófono por el megáfono; intentaba contener a la turba que aullaba para entrar a la Casa Rosada, al evento que él mismo había convocado. ¿Podía organizarse un velorio en el estilo café concert del Gobierno, es decir: Alberto de saco entreabierto y voz hepática frente al mic, y un coro de chicas pagas tirando rimas con Perspectiva de Género, detrás? Dicen los cronistas que, en el principio del caos, fue la llegada de Cristina que interrumpió el flujo de gente, buscando una foto regia. A solas con el ataúd, sin llevar luto, vemos que Cristina toca el cajón pero mira la Copa del Mundo, en una composición tan descuidada que parecería del equipo de estilistas de Fabiola (no lo es). Cristina tiende a la Copa porque la merece: la Argentina ganó el Mundial de la Cuarentena Más Larga del Mundo, Peor Manejo de Pandemia (junto a México, según Bloomberg), y rankea top en Cantidad de Muertos por Millón. El velorio de Maradona fracasó igual que la gestión de la pandemia: con el Gobierno culpando a la población civil, a la familia, al enemigo político, eludiendo toda responsabilidad del Estado. Con la muerte de Maradona, desapareció el último argentino que estuvo alguna vez a la altura de su idea de sí mismo. Queda Cristina, que aprovechó el duelo para darle media sanción a la Procuración; jugadora de toda la cancha, la Justicia es su pelota favorita.

Ginés, en cambio, se quedó en casa; lo suyo no es el deporte, sino la ciencia. Sumo pontífice del Gobierno de Científicos, Ginés cultiva un estilo bonachón y campechano: su figura solar irradia el principio médico que organiza el orden social y policíaco en épocas de peste. Aunque al principio descartó que el virus llegara a la Argentina, apenas España declaró la cuarentena el país se cerró. Dos semanas después, Ginés aseguraba que el mundo ponderaba el “modelo argentino”, pero nadie imaginaba que el método Ginés consistía en encerrar a la población durante 8 meses, instaurando un estado de excepción que violaría la Constitución impidiendo la circulación de los ciudadanos dentro del país, cerrando el Congreso y las escuelas durante todo un año. El “modelo Ginés” era, en rigor, un evangelio premoderno y precientífico: a espaldas de las frenéticas investigaciones sobre el virus en el mundo, la cuarentena eterna se limitaba a exigir obediencia de la sociedad al Gobierno y la policía.

Si el sentido común de los países fue acotar lo más posible el período de cuarentena, mediante testeos, mediciones y aperturas, el cacique sanitario del Gobierno de Científicos tenía otras cosas en mente. Se empezaba a dar un nuevo modelo decisional que incorporaba el ingrediente chamánico. Para estudiar la actuación de Ginés debemos observar las apariciones montaraces de Ginés en su hábitat, donde es recibido por grupos tribales vociferando el cántico primitivo: “Ministerioooo, tenemos ministerio!”, donde “Ministerio” es al parecer una palabra mágica que dota de propiedades curativas al chamán jefe.

Un episodio emblemático de la gestión chamánica de Ginés fue el protagonizado por Gobierno Nacional vs. los Runners. Después de meses de encierro, mucha gente reclamaba su derecho a hacer ejercicio: desde mayo el consenso científico indicaba que el virus casi no se contagia al aire libre. Pero el chamán Ginés mantuvo la prohibición, fomentando episodios de psicosis colectiva donde los medios del Estado demonizaban las actividades deportivas y, mimética, la gente denunciaba y perseguía al grito de “asesinos” a los que salían a correr en joggineta. La palabra del Estado se colaba en la psiquis panicosa de los argentinos, que se sintieron convocados a emular el bullying que irradiaba el Gobierno, buscando sentir, ellos también, los goces de vigilar y castigar. Luego, Ginés explicó que mantuvo la prohibición de no correr “no por motivos científicos, si no por lo gestual”. Signos, gestos: la pandemia no se combatía con testeo y rastreo científico, si no con signos y gestualidades. La ciencia era sólo una petición de principio para ejercer la coacción.

Con más gestos que ciencia, el chamán Ginés creó un teatro existencial del absurdo que encerró a millones de argentinos a la espera del pico de la pandemia, el Dios de “Esperando a Godot” que nunca llegaría. Con sus poderes de brujo tribal, Ginés logró que personas formadas (doctorados, profesores) prefiriesen disolver la responsabilidad del Estado en moralinas flojas como “el odio”, la crueldad y “el egoísmo” de quienes salen a correr o a tomar cerveza, para explicar la falla de la estrategia sanitaria. El Estado es la deidad máxima que venera la tribu del chamán Ginés, pero es infalible; si una política pública falla, la culpa será siempre de un comportamiento individual o de la maldad intrínseca de ciertos grupos. Para el Gobierno de Científicos, las conductas humanas no son un dato en torno al cual se trabaja. Otro superpoder chamánico de Ginés: disolver todo recuerdo del lema “El Estado es Responsable” y que de pronto se redescubriera al individuo, el culpable fundamental. “La situación se descontroló, pero lo que lo provocó fue el comportamiento social”, continúa Ginés, secundado por un coro de muchachos sin luces que, desde la superioridad que da un puesto mal pago del Conicet -sus sueldos, como protestaron esta semana, apenas superan la línea de pobreza-, acompañaban la campaña de desinformación del gobierno.

¿Cómo sostener el encierro como táctica única cuando los negocios quiebran y las familias pasan meses sin verse -ni poder despedirse antes de morir-, mientras los políticos se pasean y codean con ricos y famosos por tevé? Las apariciones de Ginés se volvieron esporádicas (Carla Vizzoti devino el rostro estoico del Gobierno), porque cada vez que hablaba transmitía una confusión carente de empatía. La única conexión aparente de Ginés con lo que vivían los argentinos parecía alojarse en el botón de su saco a punto de explotar, donde el traje era la cuarentena de su cuerpo. Es natural, porque la vida auténtica de Ginés se revela en las túnicas chamánicas, o quizás, con la llegada del verano (“le tengo mucho miedo al verano”, confesó) en un poco de pintura corporal y chiripá. No es raro que Fernán Quirós, en la Ciudad, parezca James Bond a su lado. Como chamán, Ginés no escatima el arsenal de encantamientos de su clan: por ejemplo, que “la pandemia vino después de otra pandemia” (equiparando al virus con el símbolo de la tribu enemiga, el felino maligno Macri).

Mientras la gente aplaudía en los balcones, Ginés jamás propuso aumentar los sueldos de los médicos exhaustos o mejorar su situación económica, ni tampoco reducir el suyo. Su Ministerio tribal no ha rendido cuentas de los efectos en la salud mental, ni de las enfermedades no tratadas cuando los hospitales se cerraron a todo lo que no fuera Covid-19. La estrategia sanitaria instauró un estado de excepción donde volvieron a desaparecer jóvenes en el país, como el caso terrible de Facundo Astudillo Castro y las muertes inexplicables de chicas y chicos encontrados asfixiados y golpeados en comisarías, detenidos por violar la cuarentena. Es el Estado haciendo de policía bueno (te salva) y policía malo (te apalea) a la vez, donde ambos se combinan para violar los derechos humanos.

Cuando la misión de Jimmy Carter vino a Argentina a investigar las denuncias por violaciones a los derechos humanos, la Junta Militar lanzó una campaña publicitaria famosa: “los argentinos somos derechos y humanos”. ¿Cómo podríamos violar los derechos humanos, si los derechos humanos somos nosotros?, comunicaban los militares de la dictadura. Lamentablemente la actuación del Gobierno pandémico desoyó los reclamos, las muertes y los derechos humanos violados, amparados en su propia identificación con los derechos humanos.

Volvamos al pub. En el escenario, Alberto canta “La balsa”, mientras los Benjamin Button de la Cámpora aplauden extasiados en primera fila. Afuera del pub, las tragedias se suceden, pero a nadie parecen importarle mucho. La triple A vuelve en forma de Triple G, el pasado y el presente se superponen: Alberto y su ministro brujo resuenan en el club nocturno como alguna vez brilló Isabelita, la primera presidenta mujer de la Argentina que supo engalanar los cabarets del Panamá (y enamorar al anciano Perón) con su figura y canción.

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