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sábado, noviembre 23, 2024

El obispo de Humahuaca, Jesús Olmedo, contra la desigualdad

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Tal vez, como en alguna oportunidad lo relatara algún lugareño, algún anatema ancestral conspira contra la felicidad y el derecho al bienestar general que garantiza el Preámbulo de nuestra Carta Magna.

El fin a que debe aspirar la pública sociedad humana consiste en vivir conforme a la virtud, lo cual no podría conseguir el hombre aislado, de suerte que el fin propio de la sociedad humana es el de conseguir una vida virtuosa”. Santo Tomás de Aquino, Eximio Doctor

No es la primera ocasión que desde los yermos cerros puneños la voz estridente del padre Olmedo reverbera por todo el territorio nacional, inclusive traspasando los puntos extremos de la Argentina, para testimoniar sobre la congoja y desolación de muchos habitantes jujeños, que no siendo escuchados por las autoridades locales, recurren a la dignidad de este religioso para así lograr, aunque sea, una mirada compasiva de quienes ponen en funcionamiento el aparato represivo estatal ante el mínimo reclamo de una comunidad que sólo pide un mendrugo para la mesa.

Esperan en un rincón cumpliendo sólo la tarea de altar para la plegaria por el “pan de cada día” que tarda mucho en llegar a ésta. La sequedad de las abras y de las sendas recorridas por aquel ganado menor con que el hombre de las alturas construye su destino, no se compara con la aridez de muchas almas que niegan sistemáticamente los derechos personalísimos de los pobladores de la Puna. La aridez del espíritu trasciende la simpleza de lo terrenal marcando en la historia el increíble desprecio del hombre por el hombre.

Víctimas de las inclemencias del terreno y el clima, la condición de ciudadanos se ve menguada y derruida en ellos por la conducta desaprensiva de quienes por mandato popular están obligados a custodiar celosamente el bien común, al viento blanco se le suma otra vicisitud: “no ser escuchados”. Tal vez, como en alguna oportunidad lo relatara algún lugareño, algún anatema ancestral conspira contra la felicidad y el derecho al bienestar general que garantiza el Preámbulo de nuestra Carta Magna.

Con todo esto, y viendo los ojos brillosos de sus hermanos que proyectan la honda hiel de Quien muere crucificado, el eclesiástico levanta su estola junto con el mandato de su vocación y eleva su condición humana al sufrir junto a una comunidad los dolores propios de una democracia que en los últimos tiempos ha venido acompañada por una increíble e irritante desigualdad.

De esta manera concibe lo que las doctrinas ecolásticas propugnaban con Santo Tomás de Aquino como uno de sus referentes: “El fin a que debe aspirar la pública sociedad humana consiste en vivir conforme a la virtud, lo cual no podría conseguir el hombre aislado, de suerte que el fin propio de la sociedad humana es el de conseguir una vida virtuosa”. Así, el cura del pueblo pone en evidencia la constante persecución de su ideal; el estilo de vida de este sacerdote se contrapone y dista astronómicamente de actitudes tomadas por sus pares en períodos oscuros (Von Wernich, Medina, Pelanda López).

Lejos de proferir imprecaciones contra el destino exageradamente azaroso de los pobres a quienes defiende, pregona la cultura del pacifismo pero con la clara consigna de no renunciar a la condición digna que su doctrina reconoce proveniente de Dios. Es aquí donde posiblemente el extinto presidente Salvador Allende hubiese identificado un marco adecuado para exclamar con vehemencia: “¡predicamos el verbo de Cristo que echó a los mercaderes del templo!”

Es verdaderamente impresionante y cala el centro del alma la paradoja de la contraposición de una persona que se entrega completamente a otros y la que pone precio y vida útil a sus semejantes según las potencialidades económicas que puedan brindar al mercado, poniendo esto último de relieve que la libertad económica per se subordina a la política y a la libertad más general, dejando completamente a un costado los planteos igualitarios que puede hacerse la sociedad en su conjunto.

La coherencia se hace eco en el accionar de un predicador al sostener con hechos “que al derecho de propiedad privada sobre los bienes le es inherente una función social y que los bienes de la tierra están dedicados al servicio de todos” (Juan XXIII en Mater et Magistra)… y “que cuando la función social no es tenida en cuenta, la propiedad da lugar a la avaricia”… (Concilio Vaticano II). Estas frases no fueron despreciadas por el obispo Olmedo, al contrario, fueron erigidas como blasones entre las tolas, testigos de la mendicidad.

La respuesta lacónica e injustificada de mandatarios políticos, muchas veces es utilizada por sectores que desprecian la democracia (el más perfecto de todos los sistemas políticos hasta ahora conocidos) para ridiculizarla y cuestionarla ontológicamente, queriendo fortalecer argumentos golpistas, que no resisten el mínimo análisis por la propia tautología que encierran.

El clérigo, lejos de mancillar la democracia, cultiva la misma desde la pequeña comunidad que se organiza para reclamar los derechos constitucionales y naturales de todo ser humano. La crucifixión a la que se somete encarna la lucha y la afirmación de la democracia, puesto que el acto de amor por el prójimo representado en ese acto simbólico, verdaderamente sereno y que invita a la profunda reflexión, no hace más que reafirmar el libre derecho de protestar, justamente un derecho paradigmático de nuestro sistema político. Llega a esa crucifixión para poner al descubierto “hasta qué punto, en esos confines del mapa, la patria somos todos”

El accionar de Jesús Olmedo resalta las múltiples falencias que tiene la democracia en tormo a la resolución del problema de la desigualdad imperante, donde “la injusticia, la exclusión, la pobreza o, peor, la lisa y llana miseria, con su entraña de vida sub humana y sin ningún futuro” se apoderan de muchos núcleos sociales. Pero lejos de abandonar la idea de que este es el más convenirte sistema político e inmejorable estilo de vida, debemos trabajar para perfeccionarlo, Olmedo ya se dio a la tarea de hacerlo, de hecho, es el causante de éstas y de muchas otras líneas, haciéndonos advertir que a través de la democracia misma se puede encontrar la solución, pues las libertades que como dogma hoy en día respetamos, permitirán el debate y la incesante búsqueda por la igualdad en los hechos, no en las elocuciones vertidas en actos partidarios que despilfarran y pretenden masificar a los argentinos.

Como bien diría el doctor Carlos Strasser, investigador del CLACSO: “sólo a través del reconocimiento de las limitaciones y los defectos de la democracia se puede sacar ventaja de la perfectibilidad propia de la lógica de la misma, que es a lo que se puede apostar”. Las luchas sociales son una herramienta para superar los defectos que se relacionan con la desigualdad social, contribuyen a la lógica propia de la democracia para aclarar el panorama actual y la teorización sobre la cara bifronte: “igualdad-libertad; libertad-igualdad”.

Junto a virtuosos como este obispo, la sociedad va a repensar la cuestión de la igualdad, removiendo la estolidez de quienes quieren mantener un sistema con rehenes. La “carne cansada” y “el silencio mineral” (como diría el poeta) de los puneños ha vuelto a llamar la atención de quienes viven hablando de justicia social y encomiendan misiones humanitarias al ejército para mitigar el hambre de otros países, mientras que en nuestra patria se denuncia la impudicia del hambre.

Ojalá la cruz que soporta el cura con su pueblo sirvan para que en otra cumbre del MERCOSUR, la presidenta piense dos veces antes de adornar su escusado y su residencia con rosas salmón costosísimas, porque con estas conductas la cruz se hace más pesada y las rosas ya no son rosas sino espinas, las más viles y fútiles que presionan las llagas de quienes sufren sin el pan de cada día.

– El autor de la nota es Columnista de Salta 21

2 COMENTARIOS

  1. El obispo de Humahuaca, Jesús Olmedo, contra la desigualdad
    La verdad que muchos curas deberían tomar de ejemplo a este hombre.
    Por suerte en la historia existieron personajes así: Mujica, Angelelli,De Nevares, el ángel de la bicicleta,entre otros. Por suerte contrarestan mínimamente las atrocidades de los que nombra el autor de la nota Von Wenrich,Grasi, Primatesta, hasta el chupamedias de Blanchud.
    Bueno, muy bueno el periódico.
    Eduardo G. Torres
    torres_torrente@gmail.com

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