Arturo Puig, Jorge Marrale, Gaby Ferrero, Ana Padilla y Belén Brito fueron aplaudidos de pie anoche en el Teatro del Huerto de Salta, a sala llena. Dirigidos por Corina Fiorillo, vaya también para ella parte de esa ovación, puesto que lidiar con un texto que remite a otro contexto histórico cuya historia, además, es autobiográfica, no es para nada fácil. Ronald Harwood, autor sudafricano, escribió la historia de lo que ocurre en un camarín antes de la función de “El Rey Lear”, mientras bombardean un pueblo de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Pero “The Show Must Go On”… como reza el título de la afamada canción de Queen…
En la escena Norman, en penumbras, con un juego de sombras que anticipa su devenir dramático, encarnado brillantemente por Arturo Puig. Suena un piano lloroso, tan aquejumbrado como el interior de seres miserables, egoístas, acaso esa condición humana que se trasluce cuando se enciende un poco de luz y baste con “espiar” dentro de los hombres… El vestidor ahora de pie en el camarín de su señor, luz plena, ambiente de época, y él, como el roble, apostando al talento del actor al que sirve, cuida y protege cada noche durante casi veinte años; de una fidelidad insólita porque es quien es por estar al lado de un hombre de teatro. Allí, en el camarín, pequeño escenario interior alzado cada noche, transcurre su vida; allí es un gran Norman, vale mucho porque ayuda a que valga ese actor al que cree su amigo. Como si el lustre de su ser dependiera del otro y así tapara su alcoholismo y olvidara su homosexualidad no manifiesta.
Se sabe que Bonzo, el actor protagónico de la Compañía de teatro, está internado y piensan en suspender por primera vez en años, la función. Pero además, llueven bombas en Inglaterra. Llega Bonzo, interpretado con increíble fastuosidad por Jorge Marrale, ese otro narciso escondido detrás de bambalinas, habla como si desvariara, atormentado cual personaje de Shakespeare, agobiado por el dolor y el cansancio físico y mental, personaje que inspira compasión y al rato, odio.
Vemos entonces a dos grandes de la escena nacional debatirse entre lloros de niños y risas de locos, ser cada uno el bastón del otro y el hacha, la paz y el infierno mismo. Asistimos a la gloria y al derrumbe como si al chasquear los dedos se pudiese vivir en la superficie o debajo de ella. Como atravesar las paredes y contemplar el antes de la función, aun asistiendo a la función misma: teatro dentro del teatro. La obra metatetralizada surge guillotinando al espectador cuando contemplamos lo que un hombre escondería para no caer en vergüenza ante los demás y así conservar su fama. Primero esa especie de contribución a la causa y luego, las bajezas que nos hacen imperfectos. Una obra shakespereana sin ser de Shakespeare, pero que le rinde homenaje a su tragedia y a la tragedia de los hombres: su propia humanidad; la ambigüedad de los sentimientos y los límites difusos de la cordura y la sinrazón; las pasiones ocultas y los desencantos tras el profundo encantamiento. Todo eso que hace de nosotros los seres imperfectos que somos, sin remedio.
Como gladiadores en el circo romano, allí van el actor y su vestidor, desnudos de su interioridad. Una obra hiperrealista, cuya descarnadura consiste en mostrarnos la condición humana.
Lear, el personaje que debe interpretar Bonzo, es el viejo rey de Bretaña que, debido a su vejez, decide repartir su reino entre sus hijas Gonerilda, Regania, y Cordelia. ¿No es acaso lo que intenta Bonzo, antes de su caída? Bonzo como Lear, es el viejo actor que al pedir cuenta de los afectos, toma la decisión errada con Norman tal y como lo hace Lear con su propia hija. El reinado de Lear continuará con él o sin él, sea en las manos de los suyos (como al principio) o en otras (como al final), tal y como ocurre con la función de teatro: continuará con su actor Bonzo o con un sucesor. Los ciclos de la vida, los ciclos del poder. Porque el poder está también dentro de un camarín, por ver quién “maneja” el pequeño reino del teatro. Aparecen las figuras femeninas en sucesivos encuentros con los protagonistas. Ellas amaron al rey…
Finalmente, creo que Bonzo va transformándose en el personaje que interpreta, de pronto él mismo es un Shakespeare, valga la metonimia para designar su genérica transformación en los sucesivos personajes del dramaturgo que ha interpretado a lo largo de su vida. No es Bonzo sino Lear quien está en escena. Entonces comprendemos aún más la vida del artista que vive de su profesión, que le demanda cada noche ser otro y que ese otro, ahora, termina por apoderarse de sí. Como el personaje rebelándose al actor, o viceversa. Y en ese afán olvidó, como su otro yo, a las personas que verdaderamente lo amaron. Esta ahora, es la tragedia de la vida misma, sin ficciones.
El vestidor es una obra “enorme” (como dijo Norman sobre el rey Lear y para no olvidarlo jamás…).
Subrayables actuaciones femeninas.
– Ficha técnica:
El vestidor / Autor: Ronald Harwood / Actores: Arturo Puig (Norman), Jorge Marrale (Bonzo), Gaby Ferrero (mujer de Bonzo), Ana Padilla (Margarita, productora), Belén Brito (admiradora de Bonzo, actriz nueva de la Compañía) / Música: Ángel Mahler /Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez / Vestuario: Silvina Falcón /Iluminación: Ricardo Sica / Maquillaje y peluquería: Sofía Núñez / Asistente de dirección: Marcos Moriconi / Dirección: Corina Fiorillo / Sala: Teatro del Huerto Salta.
– Fotos tomadas por Salta 21
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