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viernes, abril 26, 2024

En el año de Cervantes, un Premio Nacional para “Quijote a la cabeza”

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Recibió cinco Nominaciones: Versión libre o adaptación de texto para teatro de títeres y/u objetos, Puesta en Escena y Dirección, Diseño y Realización de Títeres y /u Objetos, Música original y/o Musicalización y Actor – Titiritero. Se llevó el Premio Nacional Javier Villafañe a la Dirección y Puesta en Escena.

“Quijote a la cabeza” se estrenó el 24 de abril de este año, en el que se cumplen 400 años de la muerte de Cervantes, acaecida un 22 de abril de 1616 en Madrid, España. “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” es, a todas luces, la novela moderna; en un intento por parodiar, el autor terminó por componer una obra polifónica que habría de ingresar a los clásicos de la Literatura Universal. Shakespeare, el número uno de las tragedias e insuperable dramaturgo isabelino, leyó la primera parte de El Quijote de donde tomó un personaje (Cerdenio). La vida de Cervantes parece una novela. Y pensar que El Quijote le sirvió apenas para salir de su pobreza unos pocos días…Miguel de Cervantes Saavedra, en mi opinión, fue un iluminado que vivió entre las sombras. A su muerte, se hizo la luz eterna.

Los premios Javier Villafañe fueron entregados el 23 de noviembre en el Centro Cultural de la Cooperación, en CABA.

Dijo Romina Chávez Díaz: “Dos obras en una”

La obra “Quijote a la cabeza” tiene dos niveles en su puesta: hay un arriba y un abajo, dos espacios que configuran por un lado, el mundo del Quijote farandesco; y por el otro, el universo de La Faranda. Los actores-titiriteros ya no trabajan con una tela negra que recubre el retablo, lo que hacen es correr ese “telón inferior” para mostrar cómo lo hacen.

El ojo del espectador debe adaptarse a coordinar la visión para ver dos obras en paralelo o puede decidir por sí mismo ver una de ellas; también es posible alternar. Hay una propuesta sobre la manera de ver el espectáculo de muñecos. Esto implica no sólo un riesgo, ya que hay una quiebre de la ficción al descubrir lo que “antes” se ocultaba detrás del “telón inferior”. Es lo que llamaríamos efecto de distanciamiento, pero atípico, más novedoso, más de ruptura me atrevo a decir. El riesgo es quedarte afuera de la ficción; pero lo mejor que te puede pasar es disfrutar de los secretos de La Faranda y de su Quijote.

En el espacio de abajo, hay un montaje escenográfico dado por una ambientación lúgubre: allí habitan los personajes que esperan ser manejados por los titiriteros; dispositivos y mecanismos complejos propios de la actividad que desarrolla el grupo; pero además, una escenificación de los titiriteros mismos como personajes que son parte de un todo; entremezclados, fundidos entre los muñecos; especie de demiurgos manejando la vida de sus criaturas.

Lo metateatral aflora como una obra dentro de otra ante el anuncio de la titiritera-personaje sobre la presentación de las obras de La Faranda, donde por cierto hay un cruce interespectacular – paráfrasis de intertextual- por la que asoma la obra “Fedro y el Dragón”, en la que Fedro puede ser “leído” como un personaje quijotesco al salvar al pueblo del Dragón. Esta especie de digresión permite intercalar el humor y la creatividad de que el grupo es capaz, permitiéndose rendir un homenaje a nobles personajes que pasaron por su retablo; pero además, es una estrategia que amplía la idea de “lo quijotesco”; en definitiva, de lo cervantino, puesto que como autor dramático solía usar la metateatralidad en sus ficciones. Esta presentación tipo “anuncio” de una obra también es muy típica del teatro español del Siglo de Oro.

En el espacio de arriba, el trabajo con las proporciones de los muñecos (grande y pequeñito), posibilita recrear los lugares de tránsito de los aventureros y verlos según el alejamiento o la proximidad hacia nosotros. Los Molinos de Viento me han provocado la sensación de “creer” que así los imaginó el Quijote: fue como meternos en la cabeza del manchego para ver por dentro suyo cómo percibe la realidad. Una visión intrasubjetiva, una excelente composición de parte de los creadores de esta obra. Los personajes son como deícticos que señalan el “aquí” o el “allá”. Además de esto, el trabajo técnico con la movilidad es notable; como así también, la caracterización de los protagonistas, del Posadero y de Dulcinea.

“Quijote a la cabeza”, según interpreto, es una apuesta total. Es número puesto de entre las funciones que ha realizado La Faranda. De una parte, simboliza el camino transitado por el grupo en experiencias y conocimientos; de otra, simboliza la tragedia humana a través de la vida y muerte de El Quijote, hacedor de lo imposible. El personaje representa las paradojas y reinstala el concepto de idealismo sobre una era materialista; en un punto: hacer teatro es quijotesco. De manera que Claudia y Fernando son quijotes que luchan contra otros molinos de vientos, sus ideales son la búsqueda de nuevos públicos y la reconquista de los viejos, el auge del teatro llamado independiente y la profesionalización del titiritero como actor de teatro; son quijotes que sueñan con un mundo de retablos donde otros quijotes recorren andanzas.

La línea divisoria entre el arriba y el abajo de un retablo desnudo, podría ser incluso, inexistente. Acaso era el personaje de Cervantes, autor de su novela, interpretado por Claudia y Fernando, y no éramos más que espectadores cómplices del autor viviendo al mismo tiempo que el lector, la escritura de las aventuras y desventuras del Caballero de la Triste Figura y su leal escudero Sancho. Acaso la obra es “leída” al mismo tiempo que en que se escribe para nosotros.

Ya no sé. Lo que sé es que el grupo se ha superado a sí mismo, como en cada nueva propuesta. Han ido más lejos aún, con un clima de teatro de ruptura, con un clima de aire nuevo. Han imaginado la realidad como jamás ha sido, después de todo, como dice Bernal Shaw: “Por qué no”.

La interpretación es inagotable y la forma de mirar, infinita. Lo cierto es que El Quijote como La Faranda se resisten a la agonía de una realidad sin locura, sin creación, sin idealismos.

Una obra increíble de dos universos con una esencia en común: hacer posibles las utopías.

Dónde iremos a parar, si se acaba La Faranda…

Agrego

Un largo proceso creativo de La Faranda merece un resultado como este. Lo procesado es la asimilación de nuevos tiempos (modernos diríamos con su consiguiente resignificación) y nuevos personajes: los titiriteros. El factor x, es en este caso el riesgo: salirse de lo conocido para explorar. Esto ha sido un acierto.

El secreto de La Faranda es la constancia y el profesionalismo de sus realizaciones. Hay una mirada estética sobre el teatro que permite siempre conjugar la armonización de sus puestas. Hay una excelente combinación entre Claudia Peña y Fernando Arancibia, si bien se entiende que dos es par; ellos han logrado trabajar como equipo. Tienen una visión y una misión, necesarias ante todo proyecto, aunque este sea artístico.

Con respecto a este premio, que un espectáculo del interior esté nominado y premiado entre otros de Buenos Aires habla muy bien de Salta, del teatro nuestro, de lo que se cocina entre nuestros artistas. Salta se posiciona a nivel nacional.

La Faranda como grupo es sello de calidad y garantía de excelencia; Los Farandos son dos personas increíbles cuyos talentos se han infiltrado en la escena nacional. Los Farandos codo a codo son mucho más que dos…

– Notas relacionadas:

Cinco Nominaciones a un premio nacional para “Quijote a la cabeza”, de La Faranda
https://www.salta21.com/Cinco-Nominaciones-a-un-premio.html

El Quijote de La Faranda: andanzas del Caballero de la Triste Figura
https://www.salta21.com/El-Quijote-de-La-Faranda-andanzas.html

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