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martes, abril 23, 2024

Hobbes y el Estado, una guerra del Leviathan

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El inglés refugiado en Francia, vivió entre 1588 y 1679, o sea, entre fines del siglo XVI y del XVII, famoso por una crisis sobre cuya naturaleza los historiadores todavía no se ponen de acuerdo.

Escribió numerosas obras, entre las cuales se destaca el Leviatán o Leviathan, especie de tratado político y de Filosofía Política en torno a cómo ejercer el poder, respecto a qué es el Estado, cuáles son las virtudes de un súbdito “juicioso”, etc.

Uno de los hilos que pueden emplearse para delinear apenas un comentario alrededor del tomo I del Leviatán, es que Hobbes se plantea el gobierno de los “normales”, dado que para él y aunque no sea su problema, es obvio que el gobierno de los “locos”, de los “insanos” se justifica “por sí mismo” –no obstante, el autor va demasiado rápido, ya que no es para nada claro por qué debiera existir un “gobierno” y a qué sujetos habrá de calificárselos de “normales”, cuando se sabe que los “normales” son en el fondo, “menos locos” que otros, aunque muchos de ellos puedan ser peligrosamente normales, no únicamente para los demás, sino para sí mismos (hay gente enferma de normalidad, que persigue, acosa, hostiga, anatemiza, condena…).

Otro de los cabos, de los hilos es que a la par que Hobbes ensalza casi todos los poderes que Foucault enumera –el poder de vigilar, el poder de castigar, el poder de normalización, etc.– reflota uno, que se había delineado en La República de Platón, que podría denominarse “poder societal” por el cual, a partir de cierta teoría política, se “bendice” que sean separados, distinguidos de la masa “confusa” de la población, los que son corrosivos para el statu quo, determinado orden social, cierto tipo de Estado –es decir, que aísla a los que son “peligrosos” (contra ellos se dirige el poder del Soberano –que puede ser una Asamblea o un Monarca–, encerrándolos en prisiones, en hospicios o bien, exiliándolos, expropiándolos o condenándolos a muerte).

Es conocido que Hobbes justifica la necesidad del Gobierno y del Estado, porque de no existir esos “males menores”, habría una guerra de todos contra todos –el asunto es que el Estado, el Gobierno son, por un lado, una guerra del Leviathan, del Estado y del Gobierno, y de los sectores privilegiados (en especial, las clases dominantes), contra el resto de la población, conflicto que está contractualizado, consensuado, y de otra parte, es un mal que está lejos de ser “menor” (en cualquier circunstancia, los habitantes podría negarse a elegir entre el supuesto mal menor del Estado y del Gobierno, y el de la lucha de todos contra todos –podría ser factible, la auto organización asamblearia, como en diciembre de 2001, y enero y febrero de 2002, en la que no exista la necesidad de Gobierno, de Estado, de Patria, de familia, de propiedad privada, de mercado, de dinero, de comprar y vender, etc., y en la que no haya más división entre gobernantes y gobernados).

En el autor asoma también, una “dieta del alma”, como en Hipócrates, a pesar de los siglos de distancia, y al igual que en san Agustín –ir a
https://www.salta21.com/Asesinar-al-deseo-Las-Confesiones.html

Esa “dieta de la mente” buscaría que a través del cultivo de las virtudes cristianas, el súbdito –Hobbes no habla de “ciudadano”– se adapte al orden y permita que sea objeto de gobierno tanto en el plano de la familia –entonces sería un “buen” hijo, un “buen” padre, etc.– cuanto en el nivel del Estado –de hecho, la familia es un pequeño Estado, una correa de transmisión para que el Orden Paterno que es el Leviatán se inserte en la domesticación del deseo de los infantes (esos utopistas, esos soñadores “peligrosos” –corrosivos para un statu quo social, histórico que santifica “chiflademas”, “deliremas” como el Estado, la necesidad de Gobierno).

A la teoría política, a la “dieta del alma”, a la Filosofía Política de raigambre hobbesiana, que idolatra los monstruos que son el Estado y el Gobierno, acaso habría que contraponerle la utopía de socialismo libertario, de anarcomunismo no leninista, que elogia la locura del auto gobierno sin los poderes edípicos del Nombre de(l) Padre.

En muchos, en algunos hay un cansancio con respecto al Orden Paterno y sus defensores –ni Estado débil, ni fuerte, ni liberal, ni neoliberal, ni de “bienestar” ni raquítico; no más Estado; no más Gobierno. Que Hobbes y los hobbesianos nos dejen vivir en paz, experimentando locuras… Ojalita podamos derramarnos, fluir –dejo la frase sin punto, sin horizonte cierto, determinado

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