Anoche en el Salón Auditórium disfrutamos del estreno en sala del unipersonal de Ana María Parodi, quien regresa a la escena con un personaje totalizador, potente, del orden de lo sagrado. Tal vez para algunos, un recorrido desde el Inframundo hacia la intimidad del ser o un paso por el Olimpo; tal vez un vistazo al paraíso perdido o hacia un no-lugar, espacio de lo imposible; o bien… ante nuestros ojos, la postal del averno. Entonces, ¿existe el más allá? Legendario o mítico, la oscuridad retorna y trae a la Eterna en una suerte de pregunta retórica.
“La muerte sólo tiene importancia
en la medida que nos hace reflexionar
sobre el valor de la vida.” André Malraux
La actriz, integrante del Grupo Stress, condensa la historia humana en «In-mortal-mente», pieza de un personaje con una propuesta dialógica en la que se cuestiona a un Otro: el Eterno.
En performance deconstructiva, con gestualidad que va desde lo perverso a lo comprensivo, impone la mueca precisa de un Ser que se cuestiona su lugar en la Creación, gran actuación y punto a favor de su dirección, con asistencia de Juan Nicastro; se enuncia con un poder que no pidió y que asume, precisamente, desde su inmortalidad frente a la misma condición humana de seres finitos, capaces de in-mortal-izarse a través del arte.
¿Cuál podría ser su triunfo, quién podría amar a la Muerte?
Ambiente lúgubre, fantasmagórico, una atmósfera lograda técnicamente con acompañamiento de sonidos que más bien son retumbos, retazos, fragmentos de vida -vaya oxímoron- de la Muerte: aquí destaca no solo el trabajo técnico con asistencia de Alejandro Vázquez sino también la idea de la puesta, en una articulación que da sentido al drama y se expresa en un todo, especie de lienzo implacable de la naturaleza. Atmósfera que nos traslada a esa cavernosa metáfora drástica e irreversible de alguien a quien no nos quisiéramos encontrar nunca jamás, salvo en lo que ella misma esboza para que veamos que en su magnificencia, también actuó por piedad. Como diría Séneca: “la muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo, y para muchos un favor”.
Entre líneas se desliza un carpe diem, subrayando la inexistencia del mañana. En tono persuasivo sin perder su carácter dialógico con el Supremo, no oculta que hubo verdugos en la historia, creadores de muerte, genocidas impiadosos que hicieron el trabajo porque a Él, no le bastó con ella…
Desde otro lugar, intenta convencernos de su naturaleza humana aunque confiese que no le está dado sentir, y, en este punto, se iguala al Eterno, comparten la misma condición. Esta noción nos acerca a lo propio del ser humano, ya que, como anticipa la Filosofía: “nacimos para morir”; y podemos pensar en la muerte como un ser divino que tiene un mandato asignado por Él. El espectador sabe lo que puede esperar y está dispuesto a creer en ello. Así, compartimos una realidad transfigurada por el teatro. Lo mítico se instala y gana el juego, como la muerte misma, capaz de mantenerte con vida hasta que ella decida “la” hora.
El final es aporético, paradójico, incomprensible, al menos con los «ojos reales», escapa a nuestra razón. Por eso necesitamos la subjetividad del drama que la actriz instala, eficazmente, con su monólogo, texto de su autoría.
Ana María Parodi: 40 años de profesión, gestora de un Teatro, poseedora de numerosos premios provinciales y nacionales, ha sembrado arte a su paso, cosecha y ha cosechado laureles; resiliente como nadie, amante del arte y de la vida; madre, abuela y bisabuela; artista; escritora. Arquetípica. Ana, la Eterna…
–Foto de portada tomada por Salta 21 durante la función.