Otra vez más se lleva adelante en nuestro país, el encuentro más obsceno y degradante para la soberanía y la argentinidad bien entendida, de esa asociación internacional de lobistas y especuladores llamada “Council of the Americas”.
Rodeados de un más que ostentoso despliegue de medidas de seguridad y en medio de un lujo insultante del Alvear Palace Hotel en Buenos Aires, los ideólogos de todos los ajustes económicos en países emergentes a favor de la concentración de capitales y la especulación financiera, dan rienda suelta a su verborragia elitista.
Y como una secuencia repetida de la abyección y la subordinación literal a los dictados de estos cruzados de la inequidad y la plusvalía desenfrenada, los funcionarios de gobierno de primer nivel desfilan ante sus amos, siempre listos a rendir pleitesía.
Con la impronta en la cara de “les pertenecemos señores, les pertenecemos” se pudo ver desfilar a funcionarios del Gobierno como Marcos Peña, Nicolás Dujovne, Luis Caputo, Francisco Cabrera, Juan José Aranguren, Andrés Ibarra y Jorge Faurie. Y para no ser menos ante la atenta mirada de “la embajada” –ya no hace falta aclarar que es la de los EE UU- Rodolfo Urtubey.
Ante esa plana mayor de la hipocresía y la entrega sin límites de la soberanía económica, la presidenta del engendro de la economía dominante Susan SEGAL, afirmó que las reformas económicas han sido acertadas, y que el programa implementado es fuerte, y que MACRI es el líder político de la región. Dime quién te alaba y te diré para quien trabajas.
Esa misma delegada de la usura internacional pronosticó un crecimiento del 3% para el próximo ejercicio en Argentina, y Alejandro Werner del FMI se adhirió con mayor optimismo augurando una tasa positiva de cuatro puntos porcentuales.
En la misma línea de elogios inmerecidos hacia la figura presidencial que ha obedecido todos y cada uno de los puntos dispuestos por el mismo FMI, todos los tinterillos que ofician de ministros cantan loas al hipotético éxito del programa, y el INDEC -no por casualidad- publicó en la misma semana que el índice de actividad económica ha marcado un incremento del 4%.
Cuando uno escucha toda esta perorata de los CEOS de las grandes empresas que han copado las instituciones oficiales en nombre de la libertad de mercados, la eficiencia, la reinserción de Argentina en el mundo y algunas otras sandeces por el estilo, esperaría que ese bienestar pregonado nos llegue a todos.
Pero no, contrastando con todos esos anuncios de grandeza y progreso, de la mano del inefable abogado estrella de la UIA Funes de Rioja, un personaje a la medida de los guiones de Merian Cooper, los empresarios parasitarios del erario nacional salieron a pedir a gritos que se avance en la reforma laboral.
Con el remanido argumento de mejorar la competitividad, unidos en un coro monótono y harto conocido de aullidos desaforados, se habla del “costo argentino”, una de las grandes zonceras modernas acuñadas en la sinrazón, pues si vivimos en este País no puede el costo ser atribuible a otro Estado.
Esa palabra que en boca de cualquiera aparenta sabiduría y la mayoría de las que la utilizan no tienen la menor idea de su alcance ni significado, no ni más ni menos que la capacidad de competir en un mercado que se reclama como libre para los precios, pero para el que se pide regulación del Estado para los costos.
Durante la campaña política presidencial el actual presidente Mauricio MACRI aludió reiteradamente a que había que bajar los costos laborales, y que el salario era uno de ellos. Como se aprecia claramente, su condición de reaccionario y empresario interesado en los negocios y no en la política como herramienta social, nunca fue un secreto. El tipo siempre fue sincero en confesar para quién juega su rol.
De esta manera ser ratifica el concepto nefasto de la teoría neoliberal de utilizar el Estado para los intereses económicos de los grupos empresarios, transformando la finalidad de la organización social que debería procurar el bienestar de todos sus integrantes, para obtener lucros indebidos sólo para una minoría, que paradójicamente detenta el poder institucional otorgado por el voto de la mayoría excluida.
El discurso de la rigidez de las leyes laborales y la necesidad de flexibilizarlas, es un argumento tan viejo como conocido e ineficaz para generar empleos o preservar los que ya existen.
Sencillamente porque el requerimiento de puestos de trabajo es directamente proporcional al índice de actividad económica. En otras palabras, si la economía interna del País crece y hay demanda de bienes y servicios de los consumidores, los empresarios necesitarán empleados para atender esa demanda, y si no hay demanda, aunque los empleados sean gratis no los necesitarán.
Las leyes laborales ni crean ni destruyen puestos de trabajo, sino que son las condiciones macroeconómicas de cada Estado las que regulan que se necesiten más o menos trabajadores.
Por ello la demanda de flexibilización laboral mediante reformas a la baja de los derechos de los dependientes no tiende a aumentar la competitividad, sino a incrementar los márgenes de rentabilidad de los empresarios.
Porque si la eventual rebaja de los costos laborales mediante la famosa flexibilización fuera trasladada obligatoriamente a la rebaja de los precios finales de los productos o de los servicios, se daría sentido al sacrificio, pero de otra manera es ni más ni menos que la transferencia de recursos del sector del trabajo al del capital.
La historia reciente de la Argentina de los años noventa, con las sucesivas reformas laborales que crearon los contratos basura, extendieron periodos de prueba y negociaron convenios colectivos a la baja –con renuncia de derechos adquiridos anteriores- desembocaron en la crisis del 2001.
Ante este panorama, la teoría flexibilizadora y los discursos oficiales al borde de la histeria pidiendo que las leyes laborales dejen de ser rígidas, aparecen más como una perversión del poder que como una receta macroeconómica.
*TEMA MUSICAL: “ Y QUÉ SABEN ELLOS”
TAMARA CASTRO.