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viernes, abril 19, 2024

Luz de invierno, ese Macondo salteño

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Siempre hay un genio inspirador, en este caso Carlos Hugo Aparicio. El director, guionista y realizador Alejandro Arroz concreta con acierto un proyecto que lleva años de “cocina”. Luz de invierno merece el elogio de aquellos seres olvidados que sumidos en una oscuridad latente que acecha el olvido, portan un poco de luz para resurgir entre la historia de todos los días y así llegar a ser pequeños grandes héroes.

El tema de la semana ha sido el estreno esperado de Luz de invierno, película escrita, dirigida y producida por Alejandro Arroz, basada en cuentos de Carlos Hugo Aparicio. Algunos fueron a “leer” a Aparicio, y salieron satisfechos en muchos casos con la atmósfera “apariciana” lograda por Arroz.

Lejos de ser una pelí­cula muy buena, hay que decir sin embargo que uno también se satisface al ver actores salteños en la escena: Rodolfo Cejas, Delia Vargas, Miguel Colán, Miro Barraza, Oscar Muñoz, Danny Veleizán, Marcelo Flores, Alberto Banegas, Guido Núñez, Nena Córdoba, Claudia Bonini, Jorge Rodríguez, Tony Muñoz, Nancy Sánchez, Carla Galarza, Mary Gervino, Daniel Chacón, Martín Escobar, la “Negra” Ramos, y tantos otros conocidos y hasta desconocidos del medio salteño, además de gente joven que colaboró técnicamente como Carolina Beltrán y Juan Carlos Sarapura, como para poner buenos ejemplos.

Sorprende ver a Raquel Peñalba, alegra que están Isidoro Zang o Jorge Renoldi entre tantas y tantas personas que ayudaron a que la magia sea un hecho real, concreto y posible. Pero también nos reconocemos en los lugares de la otra parte de Salta, la que merece la mirada observadora del poeta, del caminante, del artista. La Salta que no es bella ni linda como atractivo turístico; la sufrida, la marginal, la que esconde una belleza sensitiva y natural, vívida y original; la otra cara de nuestra realidad social. Un evento auspicioso para la cultura salteña.
Emotivos y por qué no, tragicómicos son los sucesos de Luz de invierno.

La villa de Salta de décadas pasadas refleja lo absurdo de la pobreza en situaciones poco exitosas para sus protagonistas. No queda posibilidad para la transformación, sólo para la búsqueda. La eterna sensación de estancamiento, esa rara “aceptación” del drama particular que hace singulares a cada una de las historias.

La simultaneidad en el tiempo como configuración del film y algo marteliano fluyen en la conjunción de lo sublime en lo humilde. La riqueza de la pobreza podría evidenciarse y hasta ser representativa de los pueblos de Indoafroamerica (Latinoamérica, Iberoamérica…). Esa suerte de “realismo mágico” que convoca a esta parte del mundo, un Macondo universalizado en Aparicio y posibilitado por Arroz.

Muchos hallarán poesía en los personajes, sobre todo en el Linyera (Miro Barraza) como esa dura inversión que padece el Relojero (Cejas) y que nos deja sumidos en el tiempo que marca la transición, la vejez, la muerte.
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O la Abuela (Delia Vargas), esa mujer que inspira una caricia. A nivel personal, me parece que el linyera de Miro Barraza fue lo más impactante actoralmente, diría brillante. Y en este tenor le siguen Delia Vargas y Rodolfo Cejas. En general, las actuaciones chocan entre lo natural rebuscado con lo natural no buscado, es decir, hay disparidad en la actuación en tanto se busca un naturalismo acorde a la idea del personaje y por momentos parece forzada. Esto no quita el logro de la realización ni desmerece el brillo de los protagonistas.

Cuando la película termina, uno también descubre que por momentos fue parte de esa familia, del carrito hamburguesero, de la relojería, de las calles nuestras con imágenes de mundo, de algunas imposibilidades y carencias, pero sobre todo se descubre transitando la sensibilidad que nos ha dejado Luz de invierno. Un salto literario hacia la pantalla grande.

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