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sábado, abril 20, 2024

Sebastián Bortnik y las claves para resguardar la seguridad digital de los estudiantes

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Frente a una educación que alterna entre presencialidad y virtualidad, es clave cómo los estudiantes se relacionan con lo digital. ¿Cómo es el rol con el que deben acompañarlos los padres y docentes? ¿Cuáles son las estrategias para reconocer la importancia de su privacidad? Sebastián Bortnik —especialista en Tecnología y Seguridad Informática. hace más de una década se dedica a la educación e investigación en materia de ataques informáticos. Es autor de la Guía para la crianza en un mundo digital (Ed. Siglo XXI)— habló de los modos de abordar de los interrogantes más frecuentes que pueden darse en clase.

¿Cuáles son los conflictos, peligros e incertidumbres a los que se enfrenta un alumno cuando usa el teléfono como recurso educativo?

—Aparecen ciertos riesgos, como que en el medio de una clase por videoconferencia aparezca gente que no debería entrar. Hay que ayudar a los chicos en cuestiones de privacidad. Los riesgos de base son la violencia en las redes, las fake news, el grooming, la adicción a las tecnologías. Los problemas que generan las redes sociales están presentes independientemente de cómo demos las clases. En el contexto de la virtualidad que nos trajo la pandemia aparecen problemáticas asociadas a la tecnología, pero la tecnología ha cambiado radicalmente la niñez y la adolescencia. Puede ser un poco exagerado, porque no dejan de ser niños y adolescentes, pero ha cambiado la forma en que transitan su niñez y su adolescencia. Hay un cambio radical respecto de lo que era la amistad y el juego. Personalmente creo que el rol de la comunidad educativa es enorme, mucho más grande de lo que se creía en 2009 cuando empecé, y creo que todavía hay bastante camino por recorrer respecto al rol de la comunidad educativa para ayudar a los más chicos a hacer un uso más sano y más seguro de las tecnologías.

¿Pero cómo se hace un uso más sano y más seguro, y sostener la idea de limitar la cantidad de horas frente a la pantalla, cuando se anticipa que este año va a haber una modalidad educativa dual de presencialidad y virtualidad?

—Hay dos variables muy importantes. La primera es que no podemos pretender que las reglas sean las mismas en una pandemia. Esto parece obvio, pero me encontré con familias muy frustradas por este tema. Es un tanto ingenuo pretender que todo siga igual que antes. Hay que hablar: no es lo mismo que de golpe los chicos pasen a estar once horas frente a la pantalla, a plantear que estamos en un año excepcional y que, eventualmente, se flexibilizan ciertas reglas porque el conflicto lo pide. Pero, entonces, la segunda variable es que la calidad es más importante que la cantidad. No es lo mismo un chico juegue nueve horas a la Play a que juegue dos horas y en las otras siete está tomando clases, haciendo videollamadas con sus amigos por Zoom o tome un curso o juegue al ajedrez en línea. Uno de los problemas que tenemos nosotros, como adultos analógicos, es que vemos a la pantalla o a internet como un fin y no como un medio. La pantalla es un medio donde se puede hacer un montón de cosas y esas cosas pueden ser más o menos más valiosas, más o menos educativas.

¿Cuál es la responsabilidad del docente en la relación que un estudiante tiene con la tecnología?

—Cualquier estrategia para mejorar a relacionarse con la tecnología, tiene que empezar por pensar cómo nos relacionamos nosotros con la tecnología. El primer paso es el nuestro. Si somos agresivos en las redes y entramos a Twitter o a Instagram para descargar enojos que deberíamos procesar por otros lados, si nos burlamos de la gente en redes, si subimos fotos sugestivas o hipersexualidadas constantemente, y después queremos enseñarles a los chicos a que se relacionen de una forma más sana… El primer paso como docentes es a asumir que tenemos que nosotros dar el ejemplo con nuestra relación con la tecnología. Este es un desafío muy presente para todos nosotros desde cualquier lugar de crianza en el que estemos. Tenemos que deconstruir nuestra relación con la tecnología sin perder el foco que como docentes ocupamos un lugar importantísimo. Hace unas semanas se suicidó un chico en Italia por un reto viral. Yo no tengo dudas de que la escuela es un detector de los retos virales mucho más que la casa, porque si hay un lugar donde los chicos van a estar hablando de esto por fuera de las redes sociales es en el colegio. La comunidad educativa tiene un rol muy importante a cumplir.

¿Pueden los profesores estar atentos a la violencia de las redes sociales?

—Soy un militante de no demonizar las tecnologías; a veces, cuando hablamos de ciertos peligros tenemos una tendencia a la tecnofobia. Pero también es importante que no romanticemos lo que pasa con la tecnología. Pensar que la comunicación que puedo tener por Whatsapp es lo mismo que en persona, es subestimar o romantizar la tecnología. Es un hecho que desde lo escrito y lo asincrónico aparecen un montón de desafíos distintos o nuevos respecto a la comunicación convencional sincrónica presencial y cuando aparece la violencia, muchas veces no somos conscientes del daño que se causa. Ahí el colegio tiene un rol fundamental. No hay colegio que esté a salvo del cyberbullying. No hay aula. Prácticamente cualquier niño o niña a lo largo de su vida va a estar envuelto en una situación de cyberbullying ya sea como víctima, como victimario primario o como victimario secundario —que son aquellos que amplifican el mensaje y lo difunden—. El cyberbullying casi es el tema más universal de lo que serían las problemáticas en las redes.

¿Por qué el cyberbullying no es bullying en redes sociales?

—Pareciera que sí y muchas veces se lo define así, pero es una reducción simplista y peligrosísima de lo que pasa. Si fuera así, solamente harían cyberbullying aquellos que son capaces de generar violencia o crueldad en el mundo físico analógico y, sin embargo, hay un montón de personas incapaces de hacer una agresión en el mundo analógico que la pueden hacer en el digital. Esto tiene una explicación y es que no somos conscientes del daño que se causa porque la otra persona no está presente. Uno de los principales errores que cometemos en la crianza digital es que empezamos tarde.

¿Cómo se aborda una situación de cyberbullying en la escuela?

—Se tienen que tomar como oportunidades educativas. Hay un capítulo de la serie Merlí donde se empieza a divulgar la imagen de una de las alumnas en situación íntima —con lo que constituiría más un caso de sexting que de bullying—. Lo interesante del capítulo es que el profesor agarra la problemática y la lleva al aula e intenta transformarla en una oportunidad educativa. Las situaciones de bullying nos tienen que despertar situaciones de diálogo entre los alumnos con el docente, porque no hay otra herramienta que el diálogo y la educación.

¿Existe un procedimiento que deberían saber los profesores?

—En la mayoría de las escuelas no hay protocolos. Justo ahora que esa palabra se nos volvió frecuente, muchos docentes plantean que están solos, o las familias van a plantearlo al colegio y los docentes lo minimizan. No hay protocolos, pero no está bueno que se improvise cómo zafar de la situación, sino que hay que preocuparse por cómo actuar porque cuando se da la situación de cyberbullying está todo muy sucio, ya hay víctimas, ya hay daños. Yo siempre invito a las instituciones educativas a tomar un abordaje lo más holístico posible. “Cuando pase una situación de bullying esto es lo que se hace”. Y lo que se hace nunca puede ser tapar, tiene que ser hablar, tiene que llevarse al aula, hay que sentar a los chicos, con cautela y acompañamiento. Los chicos que son violentos son chicos y deben tener la oportunidad de pedir perdón, de aprender y mejorar. Por eso la importancia de los protocolos: quien no esté involucrado ni como agredido ni como agresor tiene que lograr acompañar la situación más terapéutica posible.

  • Por Patricio Zunini – Ticmas

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