Medea, obra de teatro realizada por el G.I.T., se estrenó el 30 de marzo y se repondrá el fin de semana siguiente (viernes y sábado en la Fundación). Desgarradora, pero por sobre todo emotiva. Con un texto potente, el director Jorge Renoldi recrea la tragedia griega basándose entre otros en textos de Séneca. La mujer de esta historia encarna la tragedia que desata una ola de muertes. El grupo arroja la pregunta: ¿Cuánto dolor se puede soportar?
En la mitología griega Medea era la hija de Eetes, rey de la Cólquida y de la ninfa Asterodia. Era sacerdotisa de Hécate, que algunos consideran su madre y de la que se supone que aprendió los principios de la hechicería junto con su tía, la maga Circe. Así, Medea es el arquetipo de bruja o hechicera.
En la versión libre de Jorge Renoldi, confluyen muchos aspectos del texto clásico pero la historia va de la parte al todo y arranca cuando muestra a Medea (Nena Córdoba) y Jasón (Hernán Helena) ya en Corinto, ciudad sobre la que Medea pretendía tener derechos al trono, tras haber dejado Yolcos. El motivo de la huída de la pareja es debido a que Medea ayuda a Jasón mediante artilugios y estratagemas a conseguir el trofeo de oro.
En la versión clásica, Jasón mata al hermanastro de Medea a traición y lo arroja en pedazos al mar; en la renoldiana, Medea asesina a Apsirto debido a la pretensión de quedarse con el Vellocino de oro. Esto constituye una prueba más sobre el encandilamiento de la mujer por su esposo.
La obra de «cocina» salteña parte de una escena dramática en la que Medea se muestra derrotada por la traición de su esposo quien abandona el lecho conyugal para casarse con la hija de Creonte; así la impiadosa y bella hechicera jura levantarse sobre su dolor para vengarse.
En Corinto Jasón acordó con el rey Creonte (Raúl Senderowicz) abandonar a Medea, a la que el Rey pretendía expulsar de la ciudad, para unirse a su hija, la princesa Creúsa.
Medea desterrada y aún dolida, muerta en vida, se erige como la mujer sumamente fuerte y apasionada en tanto exclama: “cada parte de mi cuerpo es de Jasón”.
Nerina (María Salomón), es la nodriza de Medea, sombría como aquella, quien la sigue y apoya en todos los pasos de la mujer que aparentemente derrotada, sale airosa y victoriosa- a costa no sólo de la muerte de Creúsa y Creonte, sino de sus propios hijos. Paga con sangre el precio de su venganza y frente al dolor más terrible de una madre, consigue su propósito a cambio de su eterno padecer.
Con la muerte de sus hijos a quienes usa para su venganza, puesto que portan el cofre que envenenaría a sus rivales, acaba con todo lazo hacia Jasón pues la espera el encuentro con Egeo (Raúl Senderowicz) quien jura por Febo ampararla y recibirla en su casa.
La versión de la mitología es que Medea se vuelve inmortal, se refugia en Campos Elíseos y se casa con Aquiles.
Sin lugar a dudas, la literatura universal recreada en versión de Renoldi será un éxito más del grupo G.I.T.
La obra teatral está enteramente sostenida por la actriz Nena Córdoba, quien a mi modo de ver logra conquistar al público y su personaje Medea es la mujer que nadie puede odiar, sino admirar en su valía aunque con ello se lleguen a justificar los nefastos hechos que lleva a cabo para seguir siendo esa mujer implacable, dominante y poderosa.
Altiva, orgullosa y firme, una mujer que en otra situación, hubiese hecho de su amor, el héroe necesario para su época. Lo convierte en una sombra y lo deja llorando la muerte de la familia real y la de sus hijos.
El papel de Medea fue a mi modo de ver, si no el mejor, uno de los más enigmáticos de la actriz, casi hecho a su medida. Escalofriante y conmovedor, cautivante y trágico; pero por sobre todas las cosas, doloroso. El cuerpo de Córdoba parecía rescatar la poética mítica y la actriz llegaba a convertirse en un poema elegíaco, emparentado con la muerte de su propia belleza interior.
En mi opinión, el cometido de Medea puede llegar a sublimar la energía de las mujeres débiles y convertirse en arquetipo no de hechicera, sino de heroína, en tanto es capaz de sobrellevar el dolor y desatar el caos ante una causa que creyó injusta y se jugó por completo. Cree en su causa, por eso convence, por eso pueden comprenderse sus fines.
Si bien los hechos de la tragedia clásica no pueden juzgarse como verdaderos o falsos, es válido en este caso que ante la representación de un texto de esta magnitud, el espectador puede comprometerse con lo que ve; rechazarlo, aceptarlo o sufrirlo. De alguna manera es nuestra tarea como espectadores; me atrevo a decir que es posible tomar partido a favor por la imagen que suscita Medea, por los hechos y las circunstancias que se plantean. El teatro nos ayuda a pararnos frente al mundo y a partir de allí, reflexionar sobre el hombre, la vida, la muerte, el dolor, el amor, etc.
Muy bien jugado el doble papel de Senderowicz, el malo y el bueno; Creonte-Egeo, su propia contracara frente al despiadado cometido del reino y de Jasón. Nadie puede salvar a alguien con la traición pues demuestra que esto tiene un alto precio que sólo los grandes pueden vengar. No hay posibilidad para la felicidad, por ello ocurre la tragedia.
Los actores que encarnan a Jasón y Nerina, acompañan la atmósfera renoldiana, oscura, densa y anticipatoria, con buenas representaciones.
La vestimenta neutra, sin tenor de época, parece estar en consonancia con la música propuesta, casi una poeticidad típica en el director del G.I.T.
Aunque por momentos hay demasiada oscuridad, no nos distraemos del drama; y el lenguaje de los textos clásicos comienza a fluir y no se nos vuelve ajeno. Lo heteróclito de la puesta entre los elementos modernos y los clásicos es un logro.
Nos vamos con la imagen opuesta a la concepción del director, pues Medea se encamina exhortando a Febo. La emotividad ha logrado trasvasar nuestros sentidos pero sobre todo, nos hace recuperarla y es lo que a veces falta en el teatro salteño.
– Fotos: Medea (G.I.T.)