No recuerdo que en los últimos años, en Salta, se haya atacado de este modo a alguien, condenándolo sin atenuantes, sin apelación y sin otorgar derecho a réplica. Nadie puede dudar de la hombría de bien de Gori Caro, a quien conozco desde los 14 años.
El magnicida es un impotente que delira grandeza, vampirizando al que mata, pretendiendo mágicamente pasar así a la historia sorbiendo la vitalidad del que asesina, ya que no puede trascender de otra manera. Es un narcisista maligno, un necrofílico incapaz, un simbiótico inmaduro. Pero todo esto llevará al magnicidio, sólo si ha “totemizado” a su víctima.
"Una cosa es creer o no creer en Dios, y otra cosa es creer o no creer en el Señor del Milagro", dijo el Cuchi, ese magnífico salteño ateo. Creo que debemos acostumbrarnos a las disidencias, inclusive en temas tan sensibles como el religioso...
Los magnicidas compartieron en algún momento los mismos sueños que los asesinados por ellos. La ceremonia totémica de los hijos comiendo al padre para introyectar sus atributos resuena en estos casos. Necrofilia, narcisismo y simbiosis incestuosa.
La desaparición de dos profesionales durante el gobierno de Roberto Romero, el espantoso martirio de los hermanitos Leguina, la salvaje represión de la Noche de las Tizas. Un costado de la realidad donde la pulsión de muerte afianza su predominio.
Los docentes tienen que estar orgullosos porque fue sin duda la lucha por ellos llevada a cabo la que cavó la fosa de un régimen que -con la ceguera de todo "Emperador"- Romero pretendió que iba a ser eterno. Represión torpe y caída anunciada...
En su columna del diario La Nación del domingo 13 de mayo, Mariano Grondona dice “También entre nosotros surgió un nuevo feudalismo cuando, no bien nos habíamos emancipado de España, nuestro territorio quedó a partir de 1820 en manos de señores feudales a los que se les daba el nombre de gobernadores y que respondían a apellidos tan diversos como López, Bustos, Ramírez o Güemes”.