Cuando observamos el panorama político que se avecina sobre nuestro país en el corriente año 2011 no podemos dejar de sentir una genuina preocupación al advertir que nuestros dirigentes y funcionarios, cuando no están en campaña –lo que en nuestro sistema electoral absurdo ocurre durante la mínima parte del tiempo de cada día de sus vidas-, se esfuerzan por seguir considerándonos a todos los ciudadanos que los votamos como un rejuntado de imbéciles.
A esta altura de los acontecimientos, entre tantas otras pálidas que se avizoran para el presente y el futuro de los ciudadanos, se verifica la innegable presión inflacionaria sobre los precios de los productos básicos de la llamada canasta alimentaria. Ante una situación preocupante de incidencia macroeconómica como ésta podría esperarse que las áreas de gobierno a cargo del manejo de las variables que generan ese fenómeno se pusieran manos a la obra para tratar de contrarrestar esa tendencia que día a día afecta a los sectores menos protegidos de la sociedad, que son todos los que perciben ingresos fijos –asalariados, jubilados, beneficiarios de planes sociales, etc.- Pero no, estimado lector, nada de eso. Mientras el ministro de Trabajo Carlos TOMADA con más cara de gerente de la UIA (Unión Industrial Argentina) pide a los trabajadores que no exijan más del 30% de aumento salarial para todo el año, culpando directamente a esos aumentos del efecto inflacionario, el ministro de Economía de la Nación Argentina, Amado BOUDOU, en vez de ponerse manos a la obra asumiendo su responsabilidad, o la falta de ella en todo caso, ha salido a los medios a vociferar que a la inflación hay que combatirla caminando para buscar los mejores precios. Don Arturo Jauretche con su finísima ironía nos enseñaba, en oportunidad de que se realizara un congreso sobre el uso y aprovechamiento del agua en Santiago del Estero, que a los santiagueños no había que darles cursos sobre cómo usar el agua sino agua, porque en verano y con cuarenta grados a la sombra los paisanos se bañarían a puro pálpito sin la necesidad de que ningún doctorado les enseñe cómo hacerlo. Al señor ministro le podemos aplicar la misma vara de sentido común -de la que objetivamente él claramente carece-, haciéndole saber que las amas de casa de Argentina desde que tienen memoria hacen precisamente eso, por pura intuición y tratando de que el escaso flujo de dinero de sus hogares alcance para parar la olla. No les hace falta a ninguna de esas anónimas heroínas cotidianas que venga este señor a decir semejante pavada.
Al escuchar esa frase, quienes peinamos canas tuvimos la sensación llamada deja vu y no pudimos evitar acordarnos de los tiempos de la dictadura Videlista, que no solamente actuaba criminalmente con los grupos de tareas en las calles sino también poniendo de rodillas al País ante los usureros internacionales y sus recetas ultraliberales, todo de la mano del hoy procesado José Alfredo Martínez de Hoz y con el consentimiento “tácito” -como le gustaba decir a este cipayo máximo- de la población Argentina, eufemismo usado por este traidor para evitar mencionar los secuestros masivos y el genocidio.
Por aquellos tiempos, uno de los profesionales de la succión de calcetines del poder militar, el periodista deportivo José María Muñoz, arengaba en las pausas de los partidos a su oyentes para que fueran a gritarle a las Madres de Plaza de Mayo «que los argentinos éramos derechos y humanos» y, con el furor del campeonato mundial, idearon una machacosa publicidad donde se veía a una señora entrar a un almacén de barrio y luego a otro y finalmente a un tercero donde, habiendo supuestamente encontrado el mejor precio, compraba el producto mientras un émulo del cómplice relator mencionado refería los ingresos y las salidas y remataba gritando en un micrófono a la manera de un gol: ¡compró!!! ¡compró!!! Una verdadera pamplina consternada ideada para contagiar el furor futbolístico del momento con la peregrina y poco imaginativa idea de frenar la inflación.
Claro que ni aquellos dictadores ni los actuales liberales vestidos de progresistas mencionaban siquiera cuáles son las causas generadoras de la inflación, porque hacerlo conocer podría complicar el sistema que los sostiene. Transcribo parcialmente para comprender este fenómeno, las claras enseñanzas del profesor Julio C. GAMBINA (1), que publica la página www.rebelión.org el día 25 de Enero de 2011:
“Según el Indec, con datos al 2009, agravados en el 2010, la concentración y extranjerización económica crece en la Argentina. De allí surge que de las 500 empresas más grandes del país 324 son extranjeras y sólo 176 argentinas, según datos que arroja la Encuesta Nacional a Grandes Empresas (ENGE). Son datos que excluyen al agro y las finanzas. Es sobre esas 500 que debe ejercerse el control estricto de precios y no demandar moderación a los trabajadores en sus reclamos por ajustes o aumentos de salarios.
Esas 324 extranjeras aportan el 81,4 por ciento del valor agregado que generan las 500; el 79,3 por ciento del valor de producción (la suma de la facturación y la variación de stocks) de ese conjunto; el 75,3 por ciento de toda la utilidad y el 68,3 por ciento de la masa salarial. Lo principal de la cúpula empresarial (500 grandes empresas) es originario de otros países, lo que define el destino del excedente.
El eje pasa por controlar a las grandes y de ellas a las extranjeras, ya que en buena medida resuelven sus problemas de rentabilidad en países de origen, con excedentes generados en nuestros países.
Al aumentar los precios (manifestación del valor en el mercado), los capitalistas pueden:
– a) aumentar el C (capital constante), es decir, incrementar la inversión acumulando parte de las ganancias. No es lo que ocurre en Argentina, pues se verifica la fuga importante de capitales (unos 150.000 millones de dólares en divisas, bonos y títulos según registros del BCRA); y la recurrente peregrinación del gobierno argentino buscando inversores del exterior en sucesivas giras por el mundo;
– b) pueden aumentar el V (capital variable invertido en salarios) y claro que eso no ocurre, al contrario, buscan abaratar el costo laboral vía disminución de salarios. Por ello “tercerizan” y mantienen buena parte del trabajo en situación irregular, todo para bajar el costo salarial;
– c) pueden aumentar la Pl e invertir en divisas, activos externos (dólar, euro, bonos, acciones, propiedades en el exterior, etc.), siendo esto lo que ocurre mayoritariamente, pues las transnacionales compensan sus pérdidas por la crisis mundial de sus países de origen remitiendo utilidades a sus casas matrices y los inversores locales invierten mayoritariamente en activos externos, dificultando el proceso local de ahorro e inversión. Esas mayores ganancias explican el crecimiento de gastos suntuarios, la expansión de la construcción, del turismo o de la compra de automotores de alta gama”.
En este panorama, muy claramente explicado por el excelente catedrático, queda al descubierto que para evitar la formación de precios por parte del capital concentrado hay que controlar en serio a los grandes grupos económicos del país. Todo lo demás son excusas para distraer, o una confesión de que desde la dictadura hasta hoy el esquema de dependencia no ha cambiado, y para iniciar el camino de la liberación económica hacen falta mucho más que frases absurdas de un ministro. Habrá entonces que manejar la inflación con otras reglas y la primera –recurriendo nuevamente a Jauretche- será barajar y dar de nuevo, porque los dueños de la economía tiene todas las cartas con seña.
– (1) Julio C. Gambina es Profesor Titular de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario, UNR. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP. Integrante del Comité Directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO. Colabora con sus artículos en Salta 21.