Es un lujo que se dan algunos pocos que sienten devoción por este talentoso cinco cuerdista que se dio a conocer de muy chico en Salta. Javier Malosetti nos visita, por esas cosas de la vida y de la música, desde hace más de veinte años, inicialmente por la magia de Dino Saluzzi quien ya había visto el diamante en bruto que ahora confirma la mirada experta del duende del bandoneón salteño que fascina al mundo.
Confirmación es seguramente una vaga palabra para intentar comenzar la descripción de una instantánea de su vida artística plagada de vibraciones que trampean el alma de quien lo escucha y lleva de viaje por paisajes vertiginosos y desaforados tanto como solemnes e introspectivos.
Un inclasificable Miles Davis, el cual era inasible al momento de tratar de analizar su música, puede ser una clave para entender a un músico que mezcla en equilibradas proporciones inconciencia y locura. Su música va creciendo por huellas que dejan un destello imborrable en aquellos que tienen las oportunidad de vivir la experiencia conmovedora de escucharlo.
Niño (premio Carlos Gardel) es el nuevo hijo artístico que desde la portada ya delata esa visión madura de Malosetti y plantea el juego así, con una inteligencia y sutileza que desemboca sin escalas en un puñado de canciones que son EL MUSICO en estado puro.
El jazz y su forma de ver el mundo a través del cristal de la armonía, solo da pistas desde los títulos, por lo que Javier contó las claves de cómo eligio las canciones como si estaría en una rueda de amigos. Ese clima se vivió en la sala Juan Carlos Dávalos para celebrar la vuelta por estos pagos de un amigo, de un hijo, de un Niño que vino a contarnos que su búsqueda es aprender. Aprender a contar cómo vive y cómo siente la vida y el mundo desde las cuerdas de su bajo.
Injusto sería no mencionarlos porque fueron los perfectos partenaires (Hernán Jacinto y Oscar Giunta, chapeau!) que sintonizan la cuerda más importante que Javier toca con una habilidad artesanal y emocional, obvio: la del alma. Son compinches irreprochables de eso que Malosetti produce arriba del escenario y además se divierten y divierten a todos. Hacen sentir la sensación agradable de vivir un buen momento sentados en el amigable regazo del jazz bien entendido y bebido como los sorbos deliciosos de aquel vino que siempre se planea tomar en las grandes ocasiones.
Los cortes, la sincronización de los arreglos y el vuelo de la improvisación que emociona a bordo de la exquisita forma armónica que saben darle estos tres duendecitos son la muestra más exacta de que la música es el mejor alimento para el espíritu.
Regocijados y satisfechos tras el banquete, que una vez más e inexplicablemente fue para pocos, Javier tocó los últimos acordes, no sin antes recibir el postre (léase BIS de rigor) que prometió sin disimulo antes del cierre.
Otro párrafo aparte para la personal habilidad para comunicarse con el público y para romper con las estructuras que pueden pensarse de un espectáculo de jazz, las cuales para Malosetti son una anécdota de otras épocas. Su buen humor dejó el mejor sabor de compartir la compañía de alguien que sabe ser un anfitrión de gran estatura al desnudarse ante cada palabra y sentimiento entregado, lo cual solo los buenos amigos saben hacer.
Los agradecimientos por haberla pasado tan bien tienen en Salta algunos «culpables» que Javier no dejó de nombrar (nobleza obliga!), a Pepe Epifanio y Sebastián Magnasco. Elogios y palabras de agradecimiento fueron la cereza del postre de parte de un Niño que desparramó madurez y una sonrisa pícara desde cuanto solo de bajo regaló, estrellas para una noche perfecta.
– Angel Paz es músico y periodista. Envió esta colaboración especial para Salta 21 desde la ciudad de San José de Metán.