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martes, abril 23, 2024

La bolsa

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Una novela de Julián Martel del año 1891 desarrolla la cruda realidad económica y social de aquella época con los entretelones de la corrupción y los turbios personajes que allí gozaban. Traída esta novela a hoy, observamos como la historia se repite a más de cien años, especialmente cuando leemos: “el peligro a que se exponen todos los que se lanzan a las aguas impuras de los negocios de LA BOLSA”.

Ocurre que hay novelas relacionadas con acontecimientos históricos, como las escritas por algunos autores argentinos: Amalia de José Mármol, La Gran Aldea de Lucio V. López, Miércoles Santo de Manuel Gálvez, etc., etc.

La Bolsa de Julián Martel (seudónimo del periodista y poeta bohemio José Miró, 1867-1896), que ha sido testigo como cronista bursátil de su época, hace una crítica moralizante, condenatoria a los que su único fin es ganar dinero -en este caso a través de la Bolsa de valores- donde finalmente terminan perdiendo y degradados por su ambición.

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Escrita en los tiempos en que invadieron nuevos “conquistadores”, que ya no eran españoles (aunque hoy volvieron: Repsol, Telefónica, Marsans, etc.), eran ingleses, franceses y holandeses que venían “hacer la América”, a enriquecerse rápido con el trabajo de nuestros obreros, mientras ellos se dedicaban a los “negocios” de la suba y baja de la Bolsa.

Las interpretaciones teóricas y técnicas de las operaciones bursátiles (que no las entiendo) las dejo para los economistas, pero sí tengo entendido que las bolsas de valores son lugares (antros o madrigueras) donde la intemperancia, el hedonismo, el embeleso y la enajenación por el dinero llegan al máximo.

Es donde las corporaciones en su afán especulativo intentan ganar más dinero de lo que ya tienen, donde los pescados más grandes se comen a los más chicos y así controlar el “mercado” y especular con los precios, creando la “burbuja financiera” en papeles que pueden valer millones de dólares, pero que en la realidad su producción no representa esos valores.

En ese proceso especulativo los índices crecen y se cotizan en la bolsa de valores, pero el sistema capitalista financiero especulativo tiene sus ciclos de crisis donde se reducen esos índices –previsto hace más de ciento cincuenta años por Carlos Marx, uno de los grandes filósofos y analista socio-económico- crisis financiera que arrastra tras de si a la industria, al comercio, a todo el sistema en su conjunto, lo que se denomina la “Gran Depresión”.

La depresión económica mundial por el colapso del sistema financiero internacional que hoy pide socorro a los Estados Nacionales, es la consecuencia de un neoliberalismo caníbal, inhumano, desenfadado, además de totalitario y dogmático, porque impone un modelo único como verdad incuestionable desde hace más de 30 años, apoyado por lacayos y serviles a este sistema que estamos viviendo.

Traía aquella novela de Julián Martel como introducción a esta nota, como referencia a lo que el autor increpaba y advertía hace más de cien años -en una de las tantas crisis del capitalismo (1890)- y no nos sorprenda lo que esté por venir por el desempleo, el hambre y la descomposición social, que no se soluciona con discursos y/o mayor represión para solucionar los problemas: por un lado el aumento de la criminalidad y la violencia y por el otro, las revueltas, las movilizaciones, las luchas sociales, etc. El hambre, la miseria y la ignorancia no vayan a convertirse en reclutadores de sediciosos.

Una de las contradicciones del sistema capitalista que se presenta durante las crisis –como la actual- es la socialización de la producción y apropiación privada de la riqueza generada socialmente, es decir: privatización de las ganancias y socialización de las pérdidas (el rescate por el Estado, o sea por todos nosotros).

La globalización existe, no podemos negarla, lo que debemos criticar es el tipo, forma y modo de globalización producida por el capitalismo a su conveniencia. Antes de dar sepultura a las ideologías, es importante releer (o leer) a Marx que ha dejado plasmada la idea de que la filosofía no sólo debía explicar el mundo, sino, además, transformarlo y de guía para entender los objetivos del socialismo.

Aceptar, como los ideólogos neoliberales, que el capitalismo se ha establecido para siempre, que la historia tenía fin, es renunciar a la idea de “otro mundo mejor”, de otra forma de sociedad basada en un análisis serio del desarrollo histórico, una sociedad sin explotación y alienación.

Sin independencia económica no hay libertad. Es como pretender obtener una fruta sin el árbol que la produzca. No pueden ser libres los que viven esclavos de la miseria.

– El autor de la nota es Médico Forense.


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