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miércoles, abril 24, 2024

Las distinguidas Escuelas de Viena

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Esta noche escuchamos dos muestras de esa escuela. La primera el concierto de Mozart con una iluminada pianista, la surcoreana Klara Min, de renombre en el mundo, sobre todo en Berlín y Nueva York donde vive.

Salta, jueves 6 de junio de 2019. Teatro Provincial. Solista: Klara Min (piano). Orquesta Sinfónica de Salta. Director Titular Maestro Noam Zur. Programa: Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791): Concierto para piano y orquesta nº 22 en mi bemol mayor K.482. Alban Berg (1885-1935): tres piezas de la Suite Lirica. Franz Joseph Haydn (1732-1809): Sinfonía nº 45 en fa sostenido menor “De los adioses”. Estrenos en Salta.

Durante el siglo XVIII el centro musical de Europa era Viena. Las cortes de la aristocracia veían con buenos ojos no solo sus palacios, sino la vida que llevaban. En ese ambiente la música ocupaba un lugar preponderante, por tanto duques, condes, arzobispos, príncipes o reyes tenían un ejército de personas a su disposición que en sus escalas inferiores podían dividirse en sentido descendente, en músicos, ayudas de cámara o sirvientes. En la primera mitad de siglo se produjeron grandes cambios y entre ellos los artísticos y por supuesto los musicales.

Los compositores comenzaron a abandonar las complejidades del barroco para comenzar el denominado “período clásico”, de cierta simpleza que buscaba una o varias melodías acompañadas de progresiones armónicas. En él, los dos más importantes fueron Haydn y Mozart. Esta fue la denominada Primera Escuela Vienesa.

Esta noche escuchamos dos muestras de esa escuela. La primera el concierto de Mozart con una iluminada pianista, la surcoreana Klara Min, de renombre en el mundo, sobre todo en Berlín y Nueva York donde vive. Fraseo impecable, discurso diáfano, escalas de lujo, perfecta digitación sin la cual es imposible descubrir la intimidad de la escritura mozartiana. Sus dos “allegros” exhibieron esas características, pero la dulzura que se desprende de sus dedos en el “andante” coloca a la solista entre los mejores intérpretes que han visitado nuestra ciudad.

Esta gloriosa presentación de la señora Min no hubiera estado completa sin la lúcida compañía de una formación camarística conducida por el maestro Zur a la usanza del polémico historicismo. Por lo antedicho la notable pianista merece ser escuchada el jueves 13 aprovechando su prolongada estadía entre nosotros.

La segunda muestra de esta etapa del clasicismo fue la página final del repertorio. La Sinfonía nº 45 de Haydn. Tiene su historia, conocida por muchos pero no por todos. Haydn vivió al servicio del príncipe Nikolaus Esterhazy. Las habitaciones ocupadas por el compositor y su familia en el palacio de Viena estaban ubicadas en las proximidades al patio de los carruajes, sobre su izquierda. El trato que se le dispensaba al músico al inicio de la relación era como ya dijera antes, como parte de la servidumbre pero su contribución a la música de esa época fue valorada por el príncipe que le dio un lugar y un trato preferencial.

Evidentemente no le fue mal a Haydn pues allí vivió la friolera de cincuenta y ocho años, aunque en sus últimos tiempos gozaba de permisos prolongados de los Esterhazy para llevar su música a otros lugares de Europa. Cuando llegaba el verano, la corte iba al llamado “Versalles Húngaro” un bellísimo palacio rococó ubicado en la localidad de Fertöd a unos cien kilómetros de Viena.

Los músicos también iban a vivir allí pero sin sus familias. Un año, ese verano fue tan extenso que Haydn no encontró un medio más sutil pero también directo, de comunicar al príncipe que los músicos debían regresar a sus hogares y compuso esta Sinfonía llamada “de los adioses” donde en el último movimiento, los instrumentistas van abandonando la escena comenzando por el primer oboe y en algunos casos tocando un breve solo. También se fue el director hasta dejar solamente dos violinistas nada más.

La forma sonata del primer movimiento, no obstante la intención de la obra, fue el inicio de una atractiva de las muchas sinfonías escritas por el compositor austríaco que tiene la particularidad de tener dos movimientos en 3/4 y dos en 3/8 contribuyendo al disfrute rítmico de la obra. Es de destacar un “menuet” de tal elegancia propio de ese ambiente.

En medio de las dos obras comentadas, la Suite Lírica de Alban Berg. Originalmente escrita para cuarteto de cuerdas –así la conocí en el 2001- el mismo autor la escribió para orquesta de cuerdas. Son seis movimientos de los cuales se escucharon el segundo, tercero y cuarto. Altamente expresionista el compositor recurre al dodecafonismo de su maestro Arnold Schönberg para crear un ambiente de fuerte tensión expresiva que a través de un lenguaje dramático cuenta la historia de una infidelidad consumada – al decir del maestro Zur– que parece ser le genera cierto tormento.

La obra sin duda, es compleja, lo que no evita conmueva al oyente sobre todo si conoce la historia que subyace en su construcción. Orquesta y conductor exhiben el atonalismo del primer y tercer esquicio lo que no quita belleza a sus pentagramas.

Debo alabar desde todo punto de vista las magníficas explicaciones, no carentes de conocimiento profundo, humor y tal vez alguna picaresca, del maestro Zur previas al concierto. Estuvieron referidas a la música de esta noche como un modo de promover aun más no solo la comprensión de las obras sino intentar que el oyente goce de las mismas. Y aunque desde mi butaca no me fue fácil leer las partituras, su exhibición en una pantalla colocada al efecto también es susceptible de loarse por servir a diletantes que pudieron leer las mismas.

Tal vez, si fuera posible aumentar su tamaño final favorezca la idea por la cual también debió modificarse la iluminación del escenario tornándolo algo más penumbroso. Un repertorio no convencional que sin embargo el maestro trajo deliberadamente al conocimiento de la orquesta y del oyente.

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