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sábado, noviembre 23, 2024

Los agoreros complotados

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La realidad tiene una direccionalidad inconfundible, irreductible. Son tiempos de TODO O NADA, en que se está con la Nación o con cualquier otra cosa, definidamente, antinacional.

Los más ofuscados, alegan que “la libertad de expresión” en un país democrático es tan flexible como para admitir, disensos; pero nunca estos pueden tener rumbos contrarios a la identidad nacional o a la inclusión territorial. Nadie se puede arrogar el patrimonio territorial de la Nación, cuando legítimamente su intención está escrita en la Constitución. La nación es de todos, al menos simbólicamente, como lo demostraron, en el tema de Las Malvinas, toda la composición legislativa, sin atender al trasnochado “Lanatismo” o “Sarlismo”.

O sea, esencialmente, con la soberanía no se juega ni se la expone bajo ningún argumento, menos aún, si ese argumento es extranjerizante. No merece mayor atención, toda vez que la población se volcó, masivamente, a una aprobación nacional. Mi preocupación, hoy, es otra y tiene que ver como la prensa hegemónica, actúa con agorerismo planificado o prefieren que lo llame pesimismo direccionado, en una sostenida/insistente/perseverante y sistemática intencionalidad antinacional, tal cual esa inocente ave que, según se cree supersticiosamente, anuncia algún mal o suceso futuro. Sería, para decirlo zoológicamente, el “lechuzismo mediático”, con el agravante de ser poderosos Medios organizados de comunicación social.

La persistencia del miedo (y por añadidura, del fracaso)

Persistentemente y sin pausa, embisten a la globalidad de un gobierno elegido popularmente, en la limpieza de las urnas, tomando como blanco cardinal, la figura presidencial, como si nuestra historia reciente, no estaría impregnada de sangre ciudadana (más aún, de la sangre de jóvenes generaciones). Los Medios masivos hegemónicos (específicamente, Clarín/La Nación y sus empresas subsidiarias), se solazan en corporizar (dar cuerpo/forma) a estampidas de desconfianza/descreimiento/sostener la circulación del miedo/en definitiva; en fabricar nutrida y tenazmente, condiciones sociales de producción informativa, sustentadas en la impiedad /indiferencia generalizada y la fantasía por añadidura del fracaso de la democracia.

Lo concreto es que si fracasa (nuevamente) la democracia la opción no es (en la cabeza de estos opositores) en el mejor de los casos, otra democracia, sino, inexorablemente, la repetición de procesos antipopulares y contrarios a las reglas de convivencia y urbanidad social (para decirlo de alguna forma). Por eso no me extraña, haber escuchado (en un bar céntrico de Tucumán) que los argentinos tenemos que pasar por una guerra civil, dicho con total liviandad del alcance de lo manifestado, como si una purga de sangre fuera el remedio para nuestros males y faltas.

Absolutamente, NO

La solución está en que sepamos, en que aprendamos a comunicarnos. Aprendamos a dialogar socialmente; pero para ello habrá que profundizar “escolarmente” (desde el inicio) que somos, fundamentalmente, CRISTIANOS, hombres de fe, en donde el otro es el hermano, el socio, el vecino y, en donde las Instituciones (incluida la Iglesia) aprenda, a no sembrar la discordia subliminal con lenguaje velado (con despropósito), sino llamando a las cosas por su nombre general y específico. Por eso, la realidad nacional (o sea, todos los estamentos sociales) tendrán que recibir un shock globalizado de escolaridad, en todos los niveles de la sociedad, con el carácter inclusivo de un gobierno federal, sin regiones estancos, privilegiando y equiparando la educación pública y gratuita, con programas integrados, en que un chico pobre tiene las mismas oportunidades y posibilidades que los que anotan a sus hijos en colegios privados.

Por últimos, cuando el país entero entienda que LAS MALVINAS son argentinas (como nos enseñaron siempre nuestras maestras), y los “agoreros” apátridas sean acallados por la fuerza del sentimiento comunitario, entonces no habrá necesidad de invocar una guerra civil como remedio a las crisis sociales sino invitar al diálogo de ciudadanos adultos. Mientras tanto, habrá que ir zanjando las disparidades y contradicciones propias de nuestra inmadurez.

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