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viernes, abril 26, 2024

Mercedes Sosa: La muerte de las “catedrales”

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La primera frase es de la edición en inglés o bilingüe de la tragedia Hamlet, de Shakespeare; son las palabras del rey, que las dirige a su hijo bajo las brumas de Elsinor, a la madrugada, entre el díalanoche, el día y la noche, el díanoche, monarca que fue asesinado por su hermano con el asentimiento de su esposa.

¡Recuérdennos!, suelen expresar con sus ojos de despedida, los que fallecen y tienen dentro tanta vida, que podrían crear universos. Pero lo mismo, la despiadada Muerte se los lleva consigo, a ser sombras nómadas de las horas que se volvieron las grises lágrimas del Tiempo.

La segunda y tercera oraciones, son (malas) “imitaciones” de lo que escribiera Proust, ese novelista-filósofo, al decir del Lic. Lovisolo, del que casi no puedo hablar y menos arrojar frases, por una honda solidaridad con su mundo que me lastima, hasta que no me ayudan siquiera la audaz melancolía ni las plazas desiertas ni las noches de insomnio.

La segunda oración es el título de un artículo que figura en Crónicas y que otra editorial, aprovechó la frase para compaginar un libro que regalé plus ou moins, en 2002, sin saber qué destino habrá acompañado las valiosas palabras de Marcel. Imagino que sin exagerar, se podría comparar a la “Negra” con una “catedral”, no tanto por lo solemne, lo fastuoso o lo teológico, sino por ser una especie de “templo” mágico que albergó distintas voces que resonaban como plegarias, tal cual en las catedrales, y con cuyas tonalidades ella devenía algo siempre distinto (comparemos por ejemplo, la Mercedes de 1982 con la que cantó con el grupo de los hermanos Teruel o con Charly García…).

La tercera oración es de una versión de Albertine desaparecida, que es una síntesis tan genial de un tomo más abultado, que bien puede considerarse el octavo volumen de En busca del tiempo perdido. La analogía es tan obvia, haciendo algunas salvedades, que ni es necesario ahondar mucho más en ella: la “Negrita” desapareció y comenzará un largo e intrincado proceso de olvido (mediático, e. g.), que es una forma de Segunda Muerte. Esculpió Proust en esa ocasión:

“[…] los objetos que había usado ella, […] parecían querer darme una traducción, una versión distinta, anunciarme [… otra] vez su marcha [… Era como si a] cada uno [de los ‘yo’ que yo era, les tuviera] que comunicar mi dolor, el dolor que […] es […] la reviviscencia intermitente e involuntaria de una impresión, llegada de fuera, y que no hemos elegido […]”, y que nos asesina o mata porque a quien hemos querido se fue.

Cuando anduvo por nuestra ciudad en los instantes en que recién se habían descubiertos los huesitos eternos de Guevara, como aprendiz de periodista le efectué una pregunta acerca del tema y ella, tan sensible, logró responder con las sales de sus pequeños ojitos de norteña; no pudo expresar más; ¿para qué?

La “conocí” cuando por razones económicas, tuvimos que exiliarnos con mi madre y mi hermana, en mi adorada Patagonia, en la época de Malvinas. La esposa de un médico del pueblito en el que vivía deambulando por calles de polvo interminable polvo, en simultáneo a que dibujaba de cuando en cuando, copiando pinturas de Leonardo, Miguel Ángel o Rembrant, me ofreció un cassette de Mercedes. Me anticipó que me iba a gustar, porque a mis tempranos 15 años podría entender de lo que hablaba en “clave” por la situación que sufríamos en el país. Fue cuando recordé que a mis 9 años habían secuestrado y torturado a uno de mis tíos, y cuando me percaté que estábamos bajo una dictadura sangrienta…, que seguía reinando en medio de flores mustias y de difuntos sin paz.

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