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jueves, abril 25, 2024

Para criticar el machismo no hay que ser machista

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“Salta Clase B. El macho y la mujer que lavaba platos” ha suscitado diversos comentarios. En primer lugar, hay que hablar de los artistas y su trabajo actoral. El libreto, la dirección, la composición y el resultado.

No coincido con el punto de vista de Leandro Méndez cuando dice que los actores no son profesionales. Discrepo absolutamente con esto. Lo son en todo el sentido de la palabra, y su trayectoria lo prueba. El problema no son los actores en esta realización.

La profesionalización de los artistas de nuestro medio pasa por el rédito económico y en este “unitario televisivo” –según denominación de Martinelli- no los hubo. Pero no por ello, dejan de ser profesionales. ¿O vamos a pensar que los actores de Buenos Aires solamente lo son? La profesionalización también pasa por la formación. En una entrevista realizada al actor Julio Chávez, por dar un ejemplo, este sostuvo que jamás se imaginó que para ser actor había que estudiar. Creo que a veces ni con estudios logran serlo. Pero Julio Chávez ensaya 8 horas por día. Vive netamente de esto y es su trabajo, entonces logra mantener un entrenamiento para sostener su profesión.

En Salta y en distintos puntos del país y del mundo, los actores no marcketinizados viven de otra cosa para darse el lujo de ser artistas. Lo sabemos pero hace falta decirlo mil veces y todas las veces necesarias.

El Taller de Teatro Espacio de donde sale parte del elenco en “Salta Clase B…” ha generado una interesante propuesta desde Martínez y el Senador -por nombrar una obra- donde la dupla Oscar Muñoz y Dany Veleizán, han protagonizado las “correrías” de los políticos, con los textos de Rafael Monti. Y esto es un acierto y la obra merece un elogio.

Después de ver plagio en las comedias, recordemos “Monjas con humor”, después de ver las porquerías de Gerardo Sofovich que llevan fortunas a los empresarios, cada día valoro más la apuesta de esta saga. Y por más que le pese a “Ernesta Noblez” que criticó desde el anonimato a los actores y al trabajo montiano, es una obra que se anima a jugar con el humor político y muestra la chatura de los senadores y los empleados martinezcos que los hay en todos los ministerios.

Hay que sacársele el sombrero a Silvia González, la mujer que lavaba platos; es una actriz, y en esto coincido con Juan Carlos Sarapura, que se ha entregado por completo.

Y destaco la actuación de Jorge Nieva, que aunque breve ha sido doblemente eficaz.

El desnudo de Silvia González y la escena de sexo con Dany Veleizán, el titiritero, es machista completamente. Una mujer violentada, presa de una cotidianeidad agresiva donde su pareja, Oscar Muñoz, se alcoholiza y la golpea, no ha atravesado una transición que la libere de la opresión. Es una muestra del “ratoneo” y una concepción superficial del rito amatorio. Por instintiva, carece de lo femenino a nivel compositivo y se concibe a la mujer como un objeto sexual. No queda invertido el machismo porque ella esté sobre él, se potencia en tanto no se une a la narratividad ni a la propuesta. Es una excusa para mostrar un desnudo, sin arte ni parte. Ahí desperdician el cuerpo de González, en el buen sentido del término, en tanto pudo haberse creado una escena sensual y femenina, con rescate de la liberación de una mujer oprimida.

Y aunque el trabajo sea a pulmón, Martinelli tiene una cámara que muchos cineastas y realizadores de filmes envidian. Es una cámara de alta definición.

Al comienzo dije que el problema no son los actores: el problema son las tomas y la falta de unicidad para mostrar un “texto”, entre otras cosas. Los niveles de la historia también penden de un alfiler.

La transformación de la mujer que lavaba platos no existe puesto que de un hombre pasa a otro, es salvada por un “él”, entonces se anula toda posibilidad de vuelo propio. Esto es machista y contradice la propuesta. Para remate, llora por un hombre que “no vale un centavo” cuando este es asesinado por el linyera,
y no se reivindica.

En Rey Muerto, como contó Leandro, él queda ciego. Tal y como le sucedió a Edipo Rey. Tenemos que analizar también, la transtextualidad de las obras. Bien podría ser, la imagen de una película, una idea para otra. O la idea de un texto, resignificada en otro, siempre y cuando no se repita idénticamente sino potencialmente.

La cumbia villera se repite en todo el unitario y pasa a “contar” con fondo musical lo que dicen las imágenes. La idea del refuerzo en principio queda bien, luego aturde y más tarde empobrece.

Los planos generales en el unitario aportan paisajismo y las tomas desde abajo están de sobra si no justifica un planteo estético. Adolece de una técnica definida a nivel compositivo y de una estética sostenida. Con esas imágenes se pueden hacer tres unitarios diferentes.

Se puede rescatar el juego de los opuestos: el “malo”, la pareja de González y el “bueno”, el titiritero, más amoroso y preocupado, no violento y solidario. Aquí Oscar Muñoz y Dany Veleizán, logran esos perfiles con su trabajo actoral.

Otro logro es la venganza del linyera, Rafael Monti en el papel, cuando luego de ser empujado por el “macho” en una escena, lo mata a la menor prueba de violencia. Aquí se muestra la ley de la calle, la de los marginales. Todos son marginales en este trabajo.

Pero la idea de mostrar un “macho violento” contra una “mujer débil” ha quedado presa en la propia visón del director, quien expone su machismo en la historia.

La idea de mostrar a Cristina Sánchez como Cristina Sánchez para exponer la falta de fondos para sostener una sala, es buena. Pero se muestra luego un trabajo mal hecho de parte del titiritero: un títere pobretón en un teatrillo. Y no es eso lo que hacen los titiriteros, da una falsa imagen del verdadero trabajo de los artistas que con nulos recursos dan belleza y dignifican la profesión. Entonces la pobreza del titiritero queda justificada en lo mal realizado de su trabajo y es pésima idea. Ni las maestras jardineras hacen muñecos tan primitivos.

Y por corto, no quedó desapercibido el papel de Adolfo García, correcto en su interpretación, sobre todo cuando toca la puerta y echa a la “nueva pareja” del hostal donde tuvieron sexo.

El título también alude a La Bella y la Bestia , en otro sentido. ¿Será por eso que dice al final más o menos así: y se puso bella bella bella? Mejor hubiera sido: y fue inteligente inteligente inteligente. En definitiva, el más macho termina siendo el linyera.

El público se enganchó en lo popular del unitario por lo que en resultados logra causar efecto.

Nota relacionada:

Salta Clase B” cine salteño con aroma a Lucrecia Martel

https://www.salta21.com/spip.php?article685&var_mode=calcul

1 COMENTARIO

  1. Para criticar el machismo no hay que ser machista
    Tienes toda la razón Romina con respecto a los actores del interior del pais,pero a lo que me refiero en la nota/comentario de “Salta Clase B”es a la experiencia de la actuación en cine para pantalla (grande o chica) que como todos sabemos es distinta que la actuación para teatro.
    Lo digo por experiencia en los dos ámbitos y creo que en salta hace falta profesionalizar a la mayoría de los actores para actuar en cine ya que tenemos pocas oportunidades y eso hace a la experiencia que “profesionaliza al artista”. saludos

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