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viernes, mayo 3, 2024

Terror en el infierno: murió Antonio Domingo Bussi

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Torturador, represor, asesino, dictador y fusilador, murió en Tucumán a los 85 años y condenado por crímenes de lesa humanidad. Fue el único jerarca de la última dictadura que logró ser electo en democracia.

Responsable de más de treinta centros clandestinos, su vida política comenzó a declinar cuando se supo que tenía una cuenta en Suiza. Fue condenado a prisión perpetua en 2008.

“Bussi ha agarrado con una manguera a garrotear hasta que los ha muerto. Los ha muerto a esos dos personalmente”, relató un ex conscripto.

Cada quince días, llegaba por la noche al Arsenal Miguel de Azcuénaga. Los detenidos estaban atados con cables, los ojos vendados y de rodillas frente a un pozo recién excavado. Se hacía presente con su uniforme de campaña y con el casco debajo del brazo. Daba la orden de disparar al mismo tiempo que apretaba él mismo el gatillo a pocos centímetros de la nuca de la primera víctima.

Así murió Ana Cristina Corral, de 16 años, que había sido secuestrada en su casa de San Miguel de Tucumán.

Antonio Domingo Bussi, su asesino, murió ayer, 24 de noviembre de 2011, 35 años después, a los 85 años, en el Instituto de Cardiología de Tucumán, debido a “un cuadro de insuficiencia cardíaca descompensada con alteraciones a la función pulmonar y renal”.

Agonizaba desde el martes. “Mi papá es un hueso duro de roer”, dijo en la puerta de la Clínica Ricardo Bussi, mientras la muerte le llegaba lentamente al único jerarca de la dictadura que logró ser electo en democracia. Fue velado en una ceremonia íntima. Será enterrado en Pilar, condenado y degradado.

Antonio Domingo Bussi nació en Entre Ríos el 17 de enero de 1926 y en 1975 reemplazó a Acdel Vilas como jefe del Operativo Independencia, que fue la antesala y globo de ensayo del terrorismo de Estado en Tucumán.

Se había preparado para eso: había viajado como observador a la guerra de Vietnam, donde fue recomendado como un interesante cuadro para una guerra antisubversiva e hizo el curso regular del Command and General Staff en Fort Leavenworth, Kansas. Sus jefes en el Ejército consideraban que se desempeñaba en “las misiones con gran escrupulosidad, celo y empeño, haciendo mucho más de lo preciso en el cumplimiento del deber”.

Con la dictadura, el mismo 24 de marzo de 1976 asumió como interventor y jefe militar de Tucumán.

Fue responsable de las más de mil desapariciones en los más de treinta centros clandestinos que funcionaron en la provincia de Tucumán, entre ellos, la Jefatura Central de Policía, el Comando Radioeléctrico, el Cuartel de Bomberos, la Escuela de Educación Física, el Reformatorio y El Motel, Nueva Baviera, Lules, Fronterita y, el más importante, el Arsenal Miguel de Azcuénaga.

Además, como explica el Nunca Más, “a la provincia de Tucumán le cupo el siniestro privilegio de haber inaugurado la ‘institución’ Centro Clandestino de Detención como una de las herramientas fundamentales del sistema de represión montado en la Argentina”. “La Escuelita” de Famaillá fue el primer sitio documentado por la CONADEP montado especialmente para torturar y asesinar a personas secuestradas.

Como dictador de Tucumán no se privó de nada.

Ordenó ejecuciones y ejecutó con sus manos. Planificó torturas y torturó con sus manos.

Y también corrió a los mendigos y tullidos de las calles de la provincia y los exilió en un desierto de Catamarca.

Al relatar ese episodio en 2004 en una nota en el diario La Nación, el escritor Tomás Eloy Martínez calificó a Bussi como un “pequeño tirano”, “feroz exterminador de disidentes” y “tiranuelo de Tucumán”.

El tiranuelo le inició un juicio y le reclamó cien mil pesos por “daño moral”. Pero perdió. El juez Daniel Alioto recordó que “se llama tirano al jefe de una facción que obtiene el poder de manera irregular y gobierna una ciudad sin la distribución de competencias propias de un régimen republicano”, algo que incluso sin contar las muertes y torturas cuadraba con el rol que ejerció Bussi durante la última dictadura.

El magistrado también descartó que la palabra “exterminador” perjudicara la reputación del represor “a la luz de sus antecedentes y de los registros de algunas circunstancias de su actuación pública”.

En 1999, Página/12 publicó el testimonio de un ex conscripto llamado Domingo Antonio Jerez que revelaba al mismo tiempo la existencia de un hasta el momento desconocido centro clandestino tucumano, Caspichango, y detallaba la participación directa del dictador en asesinatos a finales de 1976: “Bussi siempre andaba. Una vez lo han hecho llamar del Timbó Viejo, lo han hecho llamar exclusivamente para esa noche. Porque han agarrado a dos personas y este hombre ha ido. Estábamos parando en una escuela que había ahí. Nosotros estábamos acampando en una carpa. Yo he visto a dos, pero había más. Por esos dos exclusivamente ha ido Bussi. Siempre los tenían en slip, bien atados con sogas, boca abajo. A él lo hacen pasar para adentro, entonces yo miro por una rendija que había, no por la puerta, había que cuidarse de todo y ahí empezó a garrotearlos como dos horas, preguntándoles cosas, haciéndolos sufrir. Raro era al que no lo hacían sufrir. Bussi ha agarrado con una manguera a garrotear hasta que los ha muerto. Esa noche los ha muerto a esos dos personalmente. Al otro día nos han empezado a regalar cajas de cigarrillos, me acuerdo que a mí me han regalado tres cajas. Yo no fumaba pero lo mismo he agarrado porque eran cigarrillos finos”.

La declaración de Jerez su sumaba a la más conocida del gendarme Omar Eduardo Torres, quien contó ante la Conadep cómo Bussi les daba el tiro de gracia a los secuestrados en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Los fusilamientos se hacían a 300 metros del centro clandestino, en el monte. Bussi usaba el arma reglamentaria, una 11.25, y una pistola 9 milímetros. El pozo lo rociaban con querosén o nafta y siempre había leña a mano para quemar los cuerpos.
También ladrón

Con la democracia se salvó de rendir cuentas a la Justicia gracias a las leyes de impunidad. Esto le permitió ser uno de los personajes de la última dictadura, junto con el subcomisario Luis Abelardo Patti, que mejor se “recicló” en democracia. Logró cumplir con el sueño masserista de ser ungido por el voto luego de fundar su propio partido, Fuerza Republicana.

Fue electo diputado nacional en 1993 y dos años después, gobernador. La “voluntad popular” lo acompañó a pesar de sus crímenes, pero su carrera política declinó cuando se supo que además de asesino, también había sido ladrón.

El escándalo que no se había producido porque un represor fuera diputado y gobernador, estalló cuando los diarios contaron que Bussi tenía una cuenta en Suiza.

La información se conoció en el marco de la investigación del juez español Baltasar Garzón sobre el genocidio argentino.

“No lo niego ni lo afirmo”, dijo el entonces gobernador tucumano. Ese día, ante las cámaras de televisión, dejó de lado sus gestos feroces y lloró.

Al día siguiente, la Legislatura aprobó la formación de una Comisión investigadora y poco después la Cámara de Diputados de la Nación abrió la declaración jurada que había hecho en 1993, en la que no figuraba el depósito en el extranjero.

Así que volvió a llorar ante la prensa, reconoció la cuenta Suiza y que había evitado mencionarla al asumir su banca de diputados. “Se trató de una omisión sin intencionalidad”, aseguró. Dijo que el dinero era producto de “becas otorgadas por el Ejército y el gobierno de los Estados Unidos” y que lo había mandado al exterior en los años de la hiperinflación.

La Legislatura tucumana le inició un juicio político y lo suspendió durante sesenta días, pero la oposición sólo juntó 16 de los 19 votos necesarios para destituirlo, aunque en el ínterin se conoció que también tenía casi 250 mil dólares en la Hollandsche Bank-Unie NV que estaban a nombre de su mujer, Josefina Bigolio, y su hija Fernanda Bussi, y que poseía una cantidad de bienes que no podía justificar en base a sus años de “servicio”. (Garzón ordenó el embargo de 17 departamentos en Palermo y Recoleta, sus cuentas bancarias –que ascendieron a ocho–, acciones y vehículos varios.)

La cuenta en Suiza también provocó un tribunal de Honor del Ejército, que lo sancionó con una amonestación grave.

Se tuvo en cuenta su “actitud de quebrantamiento personal y el aflojamiento espiritual”.

En 1999 volvió a ser electo diputado, pero esta vez, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos lo impugnó por sus crímenes y por haber ocultado sus cuentas en 1993 y la Cámara de Diputados le impidió asumir.

La Corte, tiempo después, dijo que debía hacerlo, pero como el mandato había terminado, el caso quedó abstracto.

El dictador insistió en las urnas en 2003. Y todavía tenía resto. 17 votos a su favor le alcanzaron para consagrarse como intendente de San Miguel de Tucumán. Pero no llegó a asumir. Finalmente, fue detenido.

En agosto de 2008 fue condenado a prisión perpetua por la desaparición del senador peronista Guillermo Vargas Aignasse. Un crimen entre los más de mil que debían habérsele achacado.

Pero uno que bastó para que no muriera impune.

Durante el juicio se presentaba con una sonda y la barba canosa crecida y en sus últimas palabras volvió a llorar.

Pero también reivindicó sus crímenes (“los delincuentes buscaban convertir el país en un satélite del comunismo internacional”) y se consideró un “perseguido”.

Su estado de salud le permitió evitar otros banquillos, pero no lo salvó de ver cómo se hacía justicia ni cómo su partido se desintegraba (sacó 3,2 por ciento en la última elección y sus dos hijos, Ricardo y Luis José, fueron en listas separadas) ni de enterarse que el Ejército lo había dado de baja.

No es raro equiparar a los represores con monstruos.

Pero los estudiosos explican que al deshumanizarlos se pierde la capacidad de analizar y comprender los crímenes y cómo éstos fueron posibles. Sin embargo, a veces, evitar esas comparaciones se hace difícil.

– Por Victoria Ginzberg

Ni yerba de ayer

– Por Mario Wainfeld

Fue dictador en Tucumán (bajo el mendaz alias de “gobernador de facto”), genocida y también constituyente, gobernador y diputado electo en democracia.

Murió condenado a cadena perpetua, cumpliendo prisión domiciliaria, despojado por indignidad de su condición militar.

Su otrora poderoso partido, Fuerza Republicana (FR), se fragmentó en las recientes elecciones y va hacia la consunción.

Hace veinte años el entonces presidente Carlos Menem sacó de la galera la candidatura a gobernador de Ramón “Palito” Ortega, único modo de impedir que Antonio Domingo Bussi llegara al poder. El ex tirano lo logró en 1995, con el voto popular. Con su hijo Ricardo como candidato, FR estuvo a punto de revalidarse en 1999: perdió por un tris contra el peronista Julio Miranda.

El genocida ganó ocho elecciones en Tucumán. Hubo algunos partidos procesistas que accedieron a gobiernos provinciales (en Chaco, en Salta), pero él fue el jerarca de la dictadura que ranqueó más alto en ese terreno.

Jorge Rafael Videla se infatuaba fantaseando que “la cría del Proceso” sería revalidada en elecciones libres.

Emilio Eduardo Massera trató de construir su propia candidatura trasvestido de sucesor del peronismo: su delirio no llegó muy lejos. Bussi los aventajó en esa carrera.

Los dieciséis años que van desde el cenit de Bussi hasta su fallecimiento en el desdoro y en soledad parecen mucho, máxime por los retrocesos de los partidos democráticos en la lucha contra la impunidad.

Acaso no sean tantos en la dimensión de la historia de un país que viene recobrando su dignidad.

Vale como referencia la comparación con lo que viene pasando en países hermanos o vecinos, que dan sus primeros pasos en un recorrido que la Argentina ha ahondado más, tanto que les sirve de ejemplo, de aliciente y de bandera.

Una de sus últimas apariciones públicas, que lo pinta de cuerpo entero, ocurrió cuando habló en el juicio por el secuestro, tortura y asesinato del ex senador Guillermo Vargas Aignasse. El represor vituperó y calumnió a su víctima quien, como cuando cayó en 1976, no podía defenderse. Bussi aducía estar muy enfermo, pero le sobró firmeza para denigrar a quien había asesinado.

En esta misma edición de Página/12 se informa que avanza la causa que investiga el asesinato del obispo Enrique Ángel Angelelli. Hay procesados por homicidio calificado y asociación ilícita. La investigación se había iniciado en 1984, se clausuró por imperio de las leyes de punto final y obediencia debida. Fue obstruida decenas de veces, mientras la jerarquía de la Iglesia Católica silbaba bajito y miraba para otro lado. La coincidencia de la fecha es un azar del calendario. Pero nada tiene de casual que el ignominioso final de Bussi y la apertura de una hendija en la investigación sobre el crimen de Angelelli ocurran en esta etapa, enmarcados en un contexto de avance en la lucha por la memoria, la verdad y la justicia.

Las banderas siempre fueron sostenidas por los organismos de derechos humanos, por los familiares de las víctimas, por los sobrevivientes, por creciente cantidad de integrantes de la sociedad civil.

La llama, que nunca se apagó, se reavivó a partir de 2003.

Desde entonces, los tres poderes del Estado han hecho su parte, con compromisos y convicciones desparejos.

Los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner sostuvieron, por primera vez, ocho años de continuidad en políticas de Estado vinculadas con los derechos humanos y fueron la avanzada de un cambio de época, ejemplar.

El Congreso anuló las leyes de la impunidad que sancionara tiempo atrás.

La Corte Suprema, renovada con magistrados idóneos y respetables, sumó lo suyo, aunque “por abajo” sobreabundan jueces y camaristas empecinados en encubrir criminales o cajonear los expedientes que los encausan.

Cada quien sabrá cuáles son sus emociones ante la muerte de un protagonista de una etapa oprobiosa, que supo saborear las mieles del aval democrático.

La sociedad argentina, en su conjunto, puede felicitarse por la etapa histórica en que sucedió el hecho, sin bajar las banderas ni cejar en una lucha que todavía insumirá años.

El golpismo cívico-militar, un espejo de terror

– Por Andrés Jaroslavsky

Cinco años después de la retirada de la dictadura y tres después del juicio a los ex comandantes que acabaron con la excusa del “no sabía”, el represor ganó las elecciones de Tucumán en 1989 y volvió a hacerlo en 1995.

En 1987, apenas cuatro años después del retorno a la vida democrática, regresó a Tucumán y se presentó como cabeza de lista por un partiducho que nadie conocía.

Obtuvo inmediatamente cerca del 18 por ciento de los sufragios. Los partidos tradicionales se escandalizaron sin derecho: Bussi gozaba de la impunidad que ellos mismos le habían garantizado. La debacle política de Tucumán le dio un empujón y en noviembre de 1989, cuando se realizaron las elecciones provinciales para elegir convencionales constituyentes, el bussismo obtuvo más del 55 por ciento de los votos.

En las elecciones de 1991, Antonio Domingo Bussi ya pisaba fuerte y compitió contra un invento político del menemismo que buscaba frenar su crecimiento: Palito Ortega. Menem comprendía perfectamente que el triunfo de Bussi podía resultar en una proyección a nivel nacional y un buen dolor de cabeza para su propio gobierno.

Bussi perdió esas elecciones, pero en 1995 se presentó nuevamente, derrotando al candidato del peronismo y al del radicalismo. Veinte años después del comienzo del Operativo Independencia, uno de los principales símbolos de la criminalidad de la dictadura retornaba al gobierno de Tucumán gracias al diluvio de votos de decenas de miles de ciudadanos.

Bussi demostraba así que aquel viejo espejismo de la sociedad argentina estaba intacto: ver en los militares a los correctores de los defectos de la democracia y la política. Tan intacto como en el ’55 o el ’76.

Su consagración como gobernador en democracia recordó al país una vez más que los militares de la dictadura no descendieron de platos voladores, las Fuerzas Armadas no “invadieron” Argentina. La sociedad, en su enorme mayoría, aceptó a las Fuerzas Armadas como preceptores del orden. Durante más de medio siglo, esta inmadurez de la sociedad argentina fue explotada por el partido militar que se presentaba vendiéndoles espejitos de colores, discursitos de orden y honradez.

Otros, más que aceptar, vivieron el régimen militar con euforia. Concentrar las críticas en Bussi, como símbolo y representante excluyente de los crímenes cometidos en Tucumán, es olvidarse de aquellos que le palmeaban la espalda. Representar a la dictadura como una acción puramente militar es un error grave de análisis que beneficia con olvido a los sectores que promovieron estos crímenes mientras lucraban con el régimen.

Cívico-militar

La visita del presidente Videla a Tucumán en junio de 1977 es un ejemplo que demuestra claramente hasta qué punto la dictadura fue civil y militar. Aquel invierno del ’77 encontró al general Bussi ansioso por mostrar su cuadernito de deberes a su superior. Ordenó tapiar las villas miseria y arrojar a los mendigos tucumanos en una provincia vecina. La propaganda estuvo a cargo de Mariano Grondona, quien fue invitado por la Secretaría de Información Pública para dar un ciclo de conferencias. El 12 de junio de 1977, luego de presentar sus saludos a Bussi, Grondona destacó que: “Los países que como la Argentina han luchado con las armas en la mano contra la subversión y ahora intentan continuar gradual y cuidadosamente una nueva democracia están destinados a la imcomprensión internacional hasta que demuestren en los hechos, la bondad de su fórmula”. “Es que somos un modelo nuevo, original, que viene a romper los esquemas convencionales. ¿Cómo es que un país debe guerrear por los derechos humanos y en esa guerra dejar de lado el esquema convencional de la represión delictiva? No lo comprenden. ¿Cómo es que un país debe abandonar la vía aparentemente democrática para edificar de veras una democracia? Tampoco lo entienden. Este es el precio de la originalidad”, aseguraba Grondona a La Gaceta, el diario de los García Hamilton.

Ese mismo día, en un agasajo al periodismo realizado por Bussi en el pueblo Teniente Berdina, el general le retribuiría los piropos. “El gobernador, general Antonio Domingo Bussi, dirige la palabra a sus invitados. Flanquean al mandatario el Dr. Mariano Grondona y el director de La Gaceta, señor Eduardo García Hamilton”. (…) “Los argentinos estamos viviendo la hora de la verdad, y en ese estado del alma es que sentimos la necesidad de sincerarnos. Por eso, en un impulso interior, debo decirles a ustedes periodistas, de nuestro reconocimiento por el apoyo brindado”, sostenía un Bussi agradecido.

Al día siguiente se realizó en la plaza principal de Tucumán la procesión del Corpus Cristi presidida por el arzobispo de Tucumán, monseñor Conrero. En la vereda de la iglesia catedral se emplazó una tarima con el altar, donde se situaron los abanderados de las escuelas y los colegios, las autoridades –presididas por Bussi–, los presidentes de la Corte Suprema de Justicia y de la Cámara Federal de Apelaciones.

Aquella imagen de autoridades militares, sacerdotes, maestros, alumnos y jueces marchando encolumnados en procesión se completa con un párrafo publicado en La Gaceta, que lleva este ritual a un plano casi irreal: “Terminado el oficio se inició la procesión. En la marcha se oró especialmente por el Sumo Pontífice, la Paz y el Amor en la patria (sic), la familia tucumana y la Acción Católica. Para finalizar se cantó el Himno Nacional, ejecutado por un sacerdote en un órgano, como expresión de reconocimiento de los ideales de la Patria y de todo lo que simboliza la bandera nacional”.

Finalmente, el día de la llegada de Videla, la Cámara de Contratistas de Obras del Estado publicó una solicitada, siempre en La Gaceta, saludando al “Exmo. Señor Presidente de la Nación, teniente general, Jorge Rafael Videla, en su visita a Tucumán”. El listado de empresas ocupaba dos páginas completas.

El director de La Gaceta invitó a los represores a poner en marcha las nuevas rotativas de su diario, destacando en su publicación del día siguiente que “la visita del presidente de la Nación, teniente general Jorge Rafael Videla, a los talleres de La Gaceta representó un honor de alta significación para nosotros. Por ello el 19 de junio de 1977 habrá de quedar como una de las fechas memorables de la historia de este diario”.

Sólo comprendiendo la atmósfera de ese Tucumán de 1977, ese “Jardín de la República” que sería la envidia del medioevo, se puede entender la elección de Bussi como gobernador. Una sociedad educada por una máquina de propaganda que dejaría a Goebbels convertido en un cadete de una fábrica de calcomanías.
La subversión

Bussi relevó al general de brigada Acdel Vilas en el mando del Operativo Independencia, en diciembre de 1975. En 1977, Acdel Vilas escribió sus experiencias durante el operativo, pero el material no fue publicado debido a una prohibición del Comando en Jefe del Ejército. En uno de sus párrafos Vilas sostiene que al dejarle el mando a Bussi “la subversión armada había sido total y completamente derrotada” (…) “La mayor satisfacción fue recibir días después, ya estando en la capital federal (sic), el llamado del general Bussi, quien me dijo ‘Vilas, Ud. no me ha dejado nada por hacer’”.

Sin embargo, luego del golpe, comenzaría una feroz carnicería comandada por Bussi, demostrando que el objetivo de la dictadura excedía ampliamente la aniquilación de la insurgencia armada. Las Fuerzas Armadas buscaban la exterminación de cualquier tipo de oposición o disenso para imponer un proyecto de reestructuración económica y social. Quienes se encargaban de la propaganda, los obispos que bendecían la masacre y las empresas que llenaban páginas con saludos a Videla compartían este objetivo.

Fue en esa sociedad, educada en el desprecio a la política, que Bu-ssi encontró eco y ganó la gobernación, jurando vengar a la población por las corrupciones de la democracia.

Sin embargo, sin las mordazas de la dictadura, la población pudo ver que Bussi era tanto o más corrupto que cualquiera de aquellos a quienes prometía combatir. El mito del militar como administrador eficiente, duro e incorruptible se desvaneció rápidamente a medida que afloraban como aguas podridas sus escándalos de corrupción y la televisión transmitía la imagen del valiente general llorando luego de admitir la existencia de sus cuentas en Suiza. Allí comenzó la decadencia de su carrera política. Bu-ssi no fue derrotado por una propuesta superadora de otros partidos, se derrotó a sí mismo hundido en sus propias mentiras. El talento de este general de la Nación sólo alcanzaba para torturar y fusilar detenidos. Si su administración hubiera conseguido un par de aciertos económicos que sostuviesen el “mito” de la eficiencia, su partido y su persona podrían haber alcanzado niveles aún más repugnantes.

Tirano-saurio

La sociedad argentina maduró y junto a los organismos y un nuevo gobierno con las cosas bien puestas se comenzó a enfrentar la impunidad. El general vivió lo suficiente para ver que, de aquel modelo de sociedad que quisieron imponer, no quedaba nada. Bussi fue juzgado en otro país. Un país al que ya no engañaba ni asustaba. Una nueva Argentina con una Corte Suprema respetable.

En agosto del 2008 fue condenado a prisión perpetua e inhabilitación con prisión domiciliaria. Fue dado de baja del Ejército perdiendo de este modo su rango y su condición de militar.

Fue así que el octogenario pasó sus últimos años encerrado, convertido en un momia tambaleante que se partía la cabeza contra los muebles o sentado por las noches en la galería de su casa, en el exclusivo country Yerba Buena Golf Club. Triste, solitario y final.

El mito de los militares, como preceptores de la moral de la Nación, alcanzó finalmente la jerarquía que siempre mereció. Es un cuento de hadas para un puñado de nostálgicos de ese pasado de desfiles, procesiones, miedo y obediencia. Un puñado que merecería vivir todavía en ese país.

Hoy, una nueva generación crece en una argentina libre, una generación que no implora por la llegada de salvadores, una generación que comprende que las sociedades siempre tendrán conflictos y toma con las dos manos el desafío de crear una Argentina mejor.

Por un par de días, las páginas de distintos medios se llenarán de adjetivos duros contra Bussi y finalmente pasará a ocupar un triste anaquel, aquel donde se exhiben las aberraciones que parió aquella Argentina, aquellas Fuerzas Armadas.

Resta, sin embargo, que esta nueva generación, esta nueva sociedad argentina, identifique y condene a aquellos que lo palmeaban en la espalda, aquellos que lo aplaudían fervorosamente, aquellos que se beneficiaron económicamente mientras el psicópata les hacía el trabajo sucio.

* Hijo de Máximo Jaroslavsky, médico desaparecido en Tucumán.
Bussi, el siniestro
Por Osvaldo Bayer
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Murió Domingo Bussi, el general. Una de las más siniestras figuras de nuestra historia. Sí, no se cometería ninguna exageración si cuando se haga referencia a él se diga: “El general Bussi, el siniestro”. Sólo basta recorrer su biografía para constatarlo.

La perfidia de sus crímenes llega a lo inimaginable.

Y ahí está la pregunta que todavía no nos hemos contestado: ¿dónde aprendió Bussi su oficio de matar con total impunidad? ¿En el Colegio Militar, en la Escuela Superior de Guerra o en sus estadías en Kansas con el ejército yanki o en Vietnam durante su gira?

Sea como fuere, fue un criminal de la mayor cobardía y crueldad.

Sus crímenes comprobados y por eso condenado son todos de lesa humanidad.

Su hazaña máxima como criminal es el haber exhibido el cadáver congelado de Mario Roberto Santucho en el Museo de la Represión, en Campo de Mayo. Se le caía la saliva de la boca de puro placer.

Pero, además, los mil casos de torturas, de “desaparición”, de asesinatos. El mismo ejecutaba a los presos políticos de un solo tiro. Está declarado por testigos. ¡Ah, general! La degradación. La absoluta validez de la ley del más fuerte.

Y ese episodio tan perverso, donde la vileza ya no tiene palabras para describirlo: cuando ordenó apresar a los vagabundos y los pordioseros de la capital tucumana y los transportó en camiones que los arrojaron por las sierras catamarqueñas, donde murieron de hambre y de frío.

Occidental y cristiano el general.

Eso ocurrió en tierras tucumanas donde en 1816, en aquel increíble 9 de julio, se cantó nuestro Himno Nacional con aquello tan sabio de “Ved en trono a la noble Igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”.

Pero uno, como argentino, sintió aún mucho más vergüenza cuando el pueblo tucumano, ya en democracia, votó a ese abyecto personaje como gobernador de Tucumán.

¿Qué hubieran pensado los congresales de 1816 al saber que en esa misma tierra libertaria se había votado al abyecto supremo?

Ahora, esos que lo votaron de los barrios bien y de los barrios que exigían “más seguridad” tendrían que tener el coraje civil de marchar frente a la Casa de Tucumán y pedir perdón por tamaña acción de burlar para siempre a la democracia.

Lo mismo que tendrían que hacer los diputados del radicalismo y de otros partidos conservadores que votaron el “Punto Final” de Alfonsín por el cual quedó en total libertad la jauría uniformada de la desaparición como método.

El “general” Bussi. Cuando trasladó el centro clandestino de detención de Famaillá al Ingenio Nueva Baviera, ahí sí que se sintió dueño de la vida y de la muerte. Dueño y señor de la picana y el submarino y de toda clase de torturas aprendidas en el General Staff College de Fort Leavenworth, en Kansas.

Claro, siguieron las huellas de aquel general Julio Argentino Roca cuando mandó comprar diez mil remington, el invento estadounidense con que se había eliminado a los pieles rojas y a los sioux.

Y con ellos Roca demostró que los argentinos somos los mejores europeos y americanos del norte.

Videla, Menéndez, Bussi… la lista es larga. Pero por fin muchos de ellos ya están en cárceles comunes y retratados para siempre en el diccionario de la infamia.

Murió Bussi. El espectro de la infamia. General de la Nación.

¿De qué Nación?

No aquella del 25 de Mayo ni de 1813 y del 9 de julio tucumano.

No, la fiera sanguinaria salida de claustros castrenses argentinos y entidades “educadoras” norteamericanas.

En su entierro, los argentinos que salieron a la calle para gritar “dónde están los desaparecidos” gritarán: “Nunca más”.

Nunca más un general Bussi. El siniestro.

– Página 12 – 25/11/11

Los lectores opinan en La Gaceta

Bussi (I)

Murió Bussi. Y ahora, ¿qué? Basta de odio y de pasado. Miremos el presente. Niños muertos, violaciones en todas las edades, jóvenes muertos por la droga. ¿Cuál es la solución? Dios no quiere así un país. Argentinos, luchemos por nuestros hijos, por el futuro de nuestra patria, por una Argentina grande, sin odio y sin rencor.

– Sara B. Álvarez

Manz F L. 16, Barrio Alvear

Bella Vista-Tucumán

BUSSI (II)

Al anunciar la muerte del general Bussi, un título señaló: “Murió el represor que logró dividir a los tucumanos”. Olvidó que en una elección democrática limpia y honesta, consiguió más de 100.000 votos, lo que le valió ser gobernador de Tucumán. Esta fue la compensación por la gesta heroica que nos ha permitido seguir conservando nuestra libertad, la que hoy está condicionada por temores de diversa naturaleza. El doctor Ricardo Bussi expresó la pena de que el pueblo tucumano no le haya rendido homenaje alguno. Sucede que la gente tiene miedo a ser reprimida por patotas y a perder los subsidios que por distintos motivos están recibiendo. Los que mastican odios y rencores no tienen escrúpulos en mentir y tergiversar los hechos; pero un día la verdad sale a flote. Los tiempos cambiaron; pero la Justicia Divina es invariable, es inapelable, imparcial y es perfecta. Por tanto lo que a cada uno nos toca sufrir es la consecuencia de nuestros errores. Tirarse en contra de los verdugos equivale a tomar en nuestras manos la Justicia Divina, que un día nos va a pedir explicación y nos va a dictar sentencia. Ahora, la culpa por omisión está siendo la causa de que suceden en nuestra sociedad las cosas que suceden.

– Arturo Rodríguez Rengel

arrengel@hotmail.com

Bussi (III)

Lamento que se haya muerto Antonio Domingo Bussi, porque lamento que no haya confesado su responsabilidad en las causas por crímenes de lesa humanidad; lamento que no haya dicho qué hizo con los cuerpos de Guillermo Vargas Aignasse, José Chebaia, Arturo Lea Place, Adriana Corral (de 16 años), entre otros tantos; lamento que el degradado general no se arrepintiera de las torturas y ejecuciones que ordenó y de las que a veces él mismo participaba; de que haya sido el que “inauguró” el primer Centro Clandestino de Detención en “La Escuelita” de Famaillá; lamento que haya sido elegido por el voto popular por las penosas leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y que nunca pudo justificar de dónde obtuvo los bienes y el dinero que tenía en la cuenta en Suiza… lamento que no haya asumido como un hombre de bien (?) las monstruosidades que hizo. Sólo me resta ser una buena cristiana y desear que Dios lo perdone.

– Marcela Inés Rodríguez

marodontl@hotmail.com

BUSSI (IV)

La desaparaicion de un ex gobernador es una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestra provincia. En 1976 desempeñó el cargo por la fuerza de las armas. Su poder no tenía límites de ningún género. Parecía destinado a hacer lo que quisiera, sin rendir nunca cuenta de su gestión. El tiempo desmintió esta pretensión. Luego llegó al cargo por las urnas. Una asombrosa mayoría edificó su fama, relegando a tristes lugares fuerzas políticas de gran arraigo. Algún despistado creyó que el triunfo electoral era la absolución de lo que había hecho en su primer mandato. Hizo una constitución a su medida, aprobada por mayorías silenciosas que se limitaron a levantar la mano. Así duró, como todas las constituciones hechas por encargo. Su caudal electoral parecía una roca inexpugnable. Ganó varias elecciones más. Pero el paso del tiempo trasnformó la roca en pequeños y desperdigados guijarros. Los que antes habían saltado de sus partidos originales para aprovechar su éxito, han vuelto a saltar y lo seguirán haciendo al mandamás de turno. ¿Alguna vez aprenderemos?

– Melitón Saldaño

melitonsal@gmail.com

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