Título extraño, no? Es que no encontré una forma mejor de sintetizar todo lo que pasaba por mi mente observando y oyendo cómo el pianista Javier Anderlini, acaso uno de los mejores músicos de la orquesta, mostraba el modo en que había superado el daño moral producido por el o los responsables de la programación sinfónica ignorándolo desde marzo de 2009 hasta la fecha.
Salta, Jueves 7 de octubre de 2010. Teatro Provincial. Solista: Javier Anderlini (piano). Orquesta Sinfónica de Salta. Directora Invitada Mª Yeny Delgado. Concierto para piano y orquesta nº 1 en re menor op.15 de Johannes Brahms (1833-1897). Sinfonía nº 2 en Re mayor op. 43 de Jean Sibelius (1865-1957).
Anderelini superó su depresión, su desánimo, su tristeza, sobre todo cuando teniéndolo en Salta como miembro de la orquesta, venían otros pianistas de menor rango a ocupar un lugar que naturalmente debía haber sido de él. Enfrentó el temible concierto de Brahms, obra maestra del autor germano aunque no lo mejor de sus pentagramas. Recuérdese que por esos años -1854 a 1859- el autor vivía la pesada carga del desorden mental de su gran amigo Robert Schumann quien hasta había intentado suicidarse tirándose a las profundidades del río Rin. El concierto tiene un extenso inicio orquestal hasta la entrada del piano solista. La directora Delgado luego de un comienzo poco flexible, muy pronto dejó respirar a la orquesta y la acomodó con acertado sentido de compañía, de complemento al discurso pianístico. Anderlini mostró enorme solvencia en los cincuenta minutos de duración para llegar a un momento cúlmine y luminoso: la cadenza del movimiento final con la cual redondeó una reaparición muy aplaudida. Su bis fue el Vals nº 1 del op. 34 de Federico Chopín.
Para la segunda parte, música en estado puro sin complicaciones programáticas. La segunda sinfonía de Sibelius que la orquesta estrenara para Salta en 2005, no es sencilla y tampoco está escrita para el mero entretenimiento auditivo. En esa ejecución dije que su autor, el finlandés Sibelius comenzaba a delinear sus ideas musicales bajo un sentido nacionalista, siguiendo la impronta de muchos artistas de su país que con la larga mirada que tiene el arte anticipaban la liberación del yugo ruso en 1917. De sus siete sinfonías, creo que ésta es la más interpretada en el mundo. Tiene colores sombríos, oscuros, como algo que carece de la brillantez del barniz. Pero de a poco, el sonido va adquiriendo majestuosidad hasta llegar al poderoso e imponente final claramente patriótico como del hombre que pretende la libertad y la logra. Yeny Delgado fue comprensiva de este carácter y condujo con firmeza, pulcritud, sobriedad, destacando lo que había que poner de relieve como el bello “leit motiv” de ocho notas que se repite a menudo y que da unidad a la obra. Termino. Volvió Anderlini y Delgado construyó un muy buen trabajo.